miércoles. 26.06.2024

Kolstov bajó el revólver. Apuntó al suelo y lo tiró a los pies de Martorell.

-No vale la pena, guardia. Tengo el sol de cara.

  

Un silencio pesado reinaba en la ambulancia. Tan pesado como pesados eran los muertos en la conciencia del brigada Martorell. Sí, él había mandado pelotones de fusilamiento. Había matado a muchos con su propia pistola. Porque los del pelotón, quintos al fin y al cabo, no disparan a dar: lo matará el vecino, piensan. Y el vecino piensa lo mismo. Y el reo se cae de miedo, cagado de miedo y desespero. Entonces el oficial, o el que manda el pelotón porque él no era oficial, saca la pistola, la pone en la sien del hombre cagado y dispara. Y así, cumpliendo órdenes, varios meses. Cumpliendo órdenes. Por ser de la Guardia Civil en zona republicana lo habían represaliado; no tuvo ascensos, ni reconocimiento de méritos de guerra  -“¿Quinta columna?, ¿espía? No nos consta, Martorell, no nos consta”-, ni misiones para lucirse. Primero fue lo de los pelotones. Luego, algo que tampoco debía saberse para evitar que Hitler montara en cólera: pasar trenes llenos de judíos de Port Bou a Gibraltar. 

Una cosa compensaba la otra, pero la miseria que vio en aquella gente aún le revolvía el estómago. Más tarde, algunas operaciones de apoyo contra el «maquis». Por fin, misioncillas de despacho, asuntos burocráticos, aburrimiento y tedio. Cumpliendo órdenes.

-Brigada. 

-¿Qué? 

-¿Es verdad lo que dijo Kolstov? 

-Es verdad, Carmelo. 

Volvió el silencio. ¿Para qué dar más explicaciones? Nunca se había justificado. En todo caso, el brigada Martorell sólo se explicaba ante su conciencia. Y su conciencia nunca le pidió ninguna explicación. Que el bueno de Carmelo pensase lo que le diera la gana. Él estaba tranquilo. Cansado, pero tranquilo. O quería estarlo. 

-Entonces, quizá Kolstov…, tartamudeó Carmelo. 

-Quizá Kolstov tenga razón, ¿no? Mira, estoy a punto de jubilarme. Digamos que estoy a punto de llegar a la meta. ¿Voy a tirarme a un pozo ahora? Sí, Kolstov tiene razón. El mundo tiene razón. Tú tienes razón. Pero los que nos estamos yendo del mundo vemos muy clara la mentira del mundo: el mundo siempre busca un chivo expiatorio para acallar una voz que sabe que nunca acallará del todo. 

-¿La voz de la conciencia? 

-La voz de la verdad. 

-Pero, ¿qué es la verdad?

 

Martorell no se atrevió a contestar aquella pregunta que el propio Cristo dejó sin respuesta. El silencio se hizo aún más denso y sobre el corazón del brigada cayó, como una condena, la sangre del último fusilado. 

 

 

La estación - Parte 3