miércoles. 26.06.2024

Quiénes Somos

Siendo la caridad -el amor- el bien más alto, se entiende que el peor mal es su contrario, que en el viejo catecismo no es otro que la envidia, esa “alegría del mal ajeno y tristeza de su bien”. Y es así que las obras de la envidia son proporcionales a la grandeza de lo envidiado, de ahí que la Leyenda Negra antiespañola, que se ha mantenido universal e incansable hasta nuestros mismos días, que dibuja un cuadro de nuestra historia inconcebiblemente oscura, quizá sea el más claro indicio de la pasada grandeza de las Españas.
Propongo, pues, que hagamos hoy de esa Leyenda Negra, cúmulo de horrores, que nos ha achicado el ánimo durante siglos y que hemos cargado como una cruz a la medida de nuestra increíble historia, el punto de partida para medirla.


Todos los pueblos que han dejado en la Historia una huella notable se han enfrentado a la maledicencia envidiosa de sus vecinos en sus días de gloria. Pero solo España, a lo largo de la crónica universal toda, ha soportado una campaña tan absoluta, de todos los reinos y repúblicas conjurados en su contra, y tan prolongada en el tiempo que se ha fundido ya con la historia oficial. Nuestro mal ha sido la coartada de los otros, de manera que naciones como Francia, Inglaterra, Holanda, Estados Unidos y muchas otras, lavan sus culpas en nuestra supuesta negrura y esconden sus infamias de origen detrás de nuestros pretendidos crímenes. Su mitología originaria exige nuestra humillación.


España hizo el mundo como lo conocemos, ‘creó’ el tiempo y el espacio. El tiempo, al regalar al Papa -y, por tanto, al mundo-, el Calendario Gregoriano con el que hoy lo miden todas las naciones; el espacio, al recorrer por vez primera la redondez del globo y poner en contacto, ya para siempre, el Oriente y el Occidente y, de regalo, un nuevo continente gigantesco cuya existencia ni siquiera sospechaban los sabios. 
Español fue el planeta durante siglos, española su moneda universal, española la fe de Cristo en millones de almas, españolas las leyes internacionales y la primera declaración de los Derechos Humanos. Roma nos hizo y supimos superar a la madre de nuestra civilización en grandeza y logros, como supimos mantener aquel milagro de imperio universal durante siglos en los que nos desangramos en tan glorioso empeño.


¿Por qué España? ¿Qué hacía de nuestro pueblo el idóneo para que la Providencia lo eligiese para tan alto destino? Una cruz, una milicia, un entrenamiento de alma y cuerpo llamado Reconquista. En esa esforzada empresa de casi ocho siglos se forjó un espíritu que, reunidos ya los territorios en uno, tenía que desbordarse en la hazaña imperial como movido por una vocación irrenunciable.


Otros pueblos menores vinieron luego, como carcoma, a rapiñar de tanta gloria en su ocaso y confeccionarse disfraces de imperio con lo robado. Pero la hazaña estaba ya hecha, el destino cumplido, nuestro regalo a un mundo ingrato y envidioso.
Esos fueron nuestros padres, llevamos hoy su sangre y el recuerdo de lo que hicieron, y es nuestro deber, tras tanto tiempo de postración, estar a la altura de su grandeza. La historia no es un recuerdo ocioso, no es un conjunto de fechas y batallas ajenas, de gente de otro mundo y otra raza. La historia habla de lo que hicieron nuestros padres, y de nosotros depende que no tenga su espíritu que avergonzarse de sus hijos.