Claude Harris no pudo llegar a tiempo. Él y sus hombres pusieron en fuga a los soviéticos que se habían librado de las balas de Kolstov y de Martorell y rescataron a un Fran que estaba ya muy débil por la cantidad de sangre que había perdido. Pero Claude Harris sabía que era demasiado tarde. Claude Harris, entonces, escupió el puro. Y miró a Jim. Pero no le vio. Claude Harris vio a Joe Aguilar, degollado en Vietnam. Vio a Malcolm Smith y los muchachos de la sexta compañía, negros, regando con su sangre el mar de Normandía. Vio a Chris Fernández y a Martin O’Shea, el irlandés, con el vientre abierto en Corea. Vio a todos sus hombres caídos en el mundo, no sabía -nunca lo supo- muy bien por qué. Se quedó allí, de pie, plantado como un árbol seco, como una higuera maldita que sólo había producido, por un perverso sarcasmo cósmico, los frutos de dos cadáveres agujereados. Del sol de justicia llegaba el anatema.
Y la sombra de una incredulidad inmensa le cubrió el rostro hasta eliminar, por completo y minuciosamente, cualquier expresión humana de su rostro.
* * * * * * *
El editor Estampa, con el eterno cigarrillo en la boca y el sexto café en la taza, leyó las noticias con desesperanza.
«General Engines compra Motorico. A través de una ampliación de capital, el gigante americano se ha hecho con la compañía española. La operación cuenta con el beneplácito del Gobierno español y de la mayoría de los miembros del actual Consejo de Administración. Juan Escala, presidente del Consejo, ha dimitido por razones familiares».
«Halladas dos personas asesinadas a tiros en un bosque cerca de Nantua. Dos individuos, de nacionalidad desconocida, han sido hallados muertos en un aserradero abandonado en un bosque próximo a la localidad de Nantua. Los dos hombres, que aparentan más de sesenta años, estaban acribillados a balazos y, por el momento, nadie ha reclamado los cadáveres. La policía investiga posibles conexiones con la mafia…».
Pancho Estampa sintió un profundo desasosiego y, como un autómata, se dirigió a la pequeña cafetería de su editorial.
-Hola, Carmelo, dijo sin mirarle.
Carmelo estaba acabando de desmontar la fuente automática de la cafetería.
Lo hacía con un empeño tal vez digno de mejor causa y parecía una diosa Shiva, porque sus brazos se multiplicaban de aquí para allá, de la llave inglesa al surtidor y viceversa.
-Es que el chorrito que salía de este grifo parecía la meada de un colibrí, farfulló, tratando de no tragarse un tornillo que sujetaba con los dientes.
Estampa, apagó el cigarrillo y dijo con mucha solemnidad:
-Carmelo, si hay americanos metidos en este asunto, malo. Los americanos son el imperio. Y como todos los imperios, a la hora de conseguir sus objetivos no se paran en barras.
-Ni estrellas, ja, ja, ja… Comentó Carmelo, al que parecían sobrarle piezas a la hora de volver a montar la fuente de marras.
-Pero, deja eso ya y atiende, hombre. Decía que los yanquis, como los romanos o los turcos, tienen muy pocos escrúpulos. Joder: nos hunden el Maine y nos declaran la guerra en el 98, previa preparación artillera mediática -creo que fue Hearst- que culmina con la destitución del general Weyler; ya sabes, el que inventó lo de las concentraciones de la población civil en campos de ídem para estrangular toda colaboración con los insurgentes: Weyler, el Carnicero, le llamaban; y luego ellos van y copian el método en Vietnam; es la típica doble moral de estos anglocabrones protestantes. Luego, por Dios, todos los barcos de la flota en Pearl Harbor estaban amarrados bien juntitos, o sea, un caramelo para los japoneses que picaron, claro. Roosevelt necesitaba entrar en la guerra; bueno él no, el lobby militar industrial. Los americanos desde la guerra de Secesión viven de y en una economía de guerra y si no hay guerras lo tienen jodido. Necesitan que haya guerras, siempre. Como lo de Kennedy, mafias aparte, el cachondo quería terminar la guerra de Vietnam porque se habían metido en un avispero, o porque ya le pesaba demasiado la sangre de sus jóvenes, todo puede ser; a veces hay personas en el poder que quieren dar marcha atrás. Pero esto es imposible, el mal nunca perdona. Y se lo cargaron, claro. Ni Oswald, ni Ruby. Ellos.
-¿Ellos? ¿Quiénes son ellos?, preguntó Carmelo, a quien, definitivamente, le sobraban piezas de la fuente, ya reconstruida del todo.
-Carmelo, ellos. Los mismos, los que mandan de verdad, quiero decir. No el presidente, que suele ser un pelele en manos de los lobbys. Son capaces de cualquier cosa. Mi primo Claude, el coronel de Boinas Verdes que estuvo en Vietnam, me decía: “Pancho, los políticos de Washington, la madre que los parió, ellos nos hicieron perder la guerra. ¿Por qué? No lo sé. Yo sólo sé que estaba en el lugar donde no debía estar, cuando se suponía que no debía estar, haciendo lo que se suponía que no debía hacer. Y a mí y a mis chicos los vietcongs nos duraban hora y media, como mucho. Limpiábamos la frontera entre Laos y Tailandia y luego nos mandaban los jerifaltes de Washington órdenes de vuelta a las posiciones iniciales. Evidentemente, los del Vietcong volvían. No sé, Pancho, creo que querían que aquello durase, me decía.”
Yo estoy con Claude: aquello tenía que durar mientras el negocio de las armas tirase y los precios del petróleo pudiesen estar controladitos, por ellos, claro.
-¿Ellos, otra vez?, insinuó Carmelo pensativo.
Sin embargo, no tuvo tiempo para pensar mucho. Al presionar el botoncito de puesta en marcha de la fuente, un chorro con la presión de un géiser surgió con violencia del aparato, llegó al techo, afectó a las placas de porexpan bajo las que se ocultaban los focos, se produjo un cortocircuito y, como era de esperar, se quedaron a oscuras.
-Pero… ¿Qué has hecho, joder?
-Yo lo arreglo ahora.
-Tú no tocas nada. ¡No tocas nada más que aquello que no suena!
Pancho encendió una cerilla y aprovechó la circunstancia para fumarse un pitillo y tratar de relajarse.
-Carmelo, de verdad, ¿qué pasó en Francia?
-Nada. Que la cosa no salió bien.
-¿Fueron los americanos, no?
Carmelo trató de encontrar los ojos de Pancho Estampa a la luz de una cerilla. Lo consiguió a medias. Eran demasiadas sombras danzando en un solo rostro.
-Pancho, escucha: si tú quieres que sean los americanos, serán los americanos. Les tienes manía, si no, no me hubieras soltado ese rollo histórico con ese tono resentido.
-Es que son unos cabrones.
-Y este país vive mejor que antes gracias a ellos. Seamos realistas. ¿Qué más da americanos que japoneses o rusos? ¿Qué más da trabajar que hacer faena?
-¡No da lo mismo! ¡No da lo mismo! ¿Da lo mismo que el brigada Martorell haya muerto?
-Desgraciadamente, Pancho, en lo que nos toca a ti y a mí, en lo que toca a los empleados de Motorico, en lo que toca a la prensa, al Gobierno y al mundo entero, da exactamente lo mismo. Es más: para muchos, esta operación ha sido un éxito total.
Volvió la luz. Estampa se negó a reconocer que todas las muertes, que todos los sacrificios fueran estériles. Se negó a reconocer el éxito de la operación. ¿Por qué todos están tan contentos ahora? Se sintió utilizado. Manipulado. Vendido. Sintió ganas de mandarlo todo al carajo y sintió una creciente y profunda nostalgia por el brigada.
-¿Cómo murió el brigada Martorell?
Al encender otro Ducados, agradeció el silencio de Carmelo. El silencio caritativo de un hombre sencillo que no quería aumentar su dolor.
Los sencillos tienen siempre, aún a pesar suyo, la intuición de una sabiduría mucho más honda y clara.
-Gracias, Carmelo. ¿Un cafetito?
-Bueno.
* * * * * * *
-Mi coronel, ha llegado una petición de la policía mejicana. Se refiere al líder guerrillero Cortés el Tuerto, de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Han asesinado a varios policías; secuestraron a Nadine Chaval, hija del embajador de Bélgica, y han atentado contra la hermana de López Portillo, el presidente del país.
-Eso les habrá agotado la paciencia, claro.
-Pues sí, mi coronel. El caso es que creen que el tal Tuerto es español.
-¿Ah, sí?
-Sí. Y que ha debido pertenecer al Ejército o a la Policía o a los Boinas Verdes, porque es muy buen estratega, muy hábil. Los lleva locos.
-Vaya, vaya, Ramírez, qué interesante, ¿no le parece? Pues sí, mi coronel.
-Ramírez, ¿sabía usted que la mayoría de los jefes guerrilleros en América del Sur son curas, jesuitas para ser más exactos?
-Ah.
-Y los que no lo son, se han formado con ellos. Como Fidel Castro.
-Ah.
-Pero ya lo decía el propio san Ignacio: que la vida de los suyos era milicia. Así que es muy posible que el chico ese, Cortés, haya sido militar. Creo que lo conocemos, Ramírez
-¿Qué dice, mi coronel?
-Pues eso, Ramírez, pues eso. Creo que esta petición no ha llegado aquí.
-No, no ha llegado.
* * * * * * *
Claude Harris abrió el sobre con cierta dificultad. Doce cervezas son muchas cervezas, incluso para un elemento como Claude Harris. Se le cayó el habano cuando iba a empezar a leer.
-¡Mierda! Mira, Val, es una carta de Asensio. Dice… Dice… ¡Ah, este cachondo se ha vuelto a casar! Una jovencita… Bien, Asensio. Está tranquilo, ahora, dice. Su agencia de publicidad va viento en popa… Echa de menos… Echa de menos… a… Echa de menos a… Claude Harris tosió ruidosamente. Echa de menos al brigada… Martorell… El tipo del que te hablé Val…
-El alcohol te emociona, Claude, dijo Valerie.
-Sí… Bueno, ¿y qué más da, eh? Aún me parece estar viéndoles, a él y al viejo Kolstov, allí, en la puerta del aserradero, de pie, como un espejismo. Porque el sol brillaba mucho ese día, Val.
-Es la séptima vez que me lo cuentas, querido.
Sonó música en el tocadiscos. Una música que Claude Harris no supo reconocer, quizá porque estaba bebiendo demasiado, quizá porque, simplemente, no quiso hacerlo.
I shot the sheriff, but I swear I did not shoot the deputy. I, I, I, I shot the sheriff, but I swear it was in self defense.
and I shot, I shot, I shot the sheriff…
-El sol brillaba mucho ese día. Entonces se pusieron a andar en dirección a los rusos. Despacio, ¿sabes? Con la cabeza ladeada y los brazos abiertos. No sé cómo, ni cuándo sacaron las pistolas. Avanzaban, Val. Los rusos debieron quedarse de una pieza porque no dispararon. El brigada elevó un poco el arma, no mucho, a la altura del cinturón y disparó. Kolstov hizo lo mismo. Entonces, Val… —el esfuerzo de Claude Harris por no llorar daba resultado, pero entorpecía su discurso—. Otra cerveza, Val… Entonces, les cayó encima una lluvia de plomo. No sé cuántas veces les dieron. Pero seguían andando. Por fin, el viejo Kolstov cayó de rodillas y apuntó por última vez. El brigada avanzó unos pasos más. Yo creo que no le quedaban balas. Pero nunca bajó el arma.
Y lo frieron.
-Así son las cosas, Claude. Tus amigos se suicidaron. Y tú has ganado una pasta. ¿Qué más da, Claude? ¿Qué más da un muerto o dos?
Claude Harris pensó que las ganas de vomitar se debían a la penúltima cerveza. Quiso pensar eso. Valerie era una buena chica y no lo había dicho con mala intención. Claude Harris lloró por fin. Y vomitó todo. Creyó que había vomitado, incluso, los últimos remordimientos.
* * * * * * *
La hermana María, ex enfermera, ex lesbiana, respondía a las preguntas del periodista con una sonrisa en los labios.
-No sé cómo podríamos soportar este calor y este trabajo tan intenso sin rezar, pero como todo el trabajo que hacemos es para Él, somos felices.
-Pero, su jornada es muy dura, ¿no, hermana?
-Empezamos a las cuatro y media de la mañana, con la oración y la meditación. Lo hacemos todo en común: en comunidad rezamos, en comunidad comemos, en comunidad trabajamos. Comenzamos el día con la
Santa Misa.
-Veo que rezan mucho.
-Lo más importante que puede hacer un ser humano es rezar, porque hemos sido creados por Dios y nuestro corazón está inquieto hasta que descansamos con Él, en Él. Y es en la oración cuando establecemos contacto con Dios. Hemos sido creados para el Cielo y no llegaremos a él si no rezamos de alguna manera.
La oración no tiene que hacerse necesariamente de una manera formal.
Yo suelo compartirla con los hombres en la cárcel. Les pongo un ejemplo: si tuviérais que emprender un viaje, ¿qué necesitaríais? Y los hombres dicen: Un coche y gasolina. También hay quien dice: ¡Música! Es un momento muy gracioso, porque al final decidimos que la oración es la gasolina, el coche es nuestra vida, el viaje es hacia el Cielo. Creo de verdad que la gasolina de nuestra vida es la oración y que sin ella no llegaremos a nuestro destino y no conseguiremos realizarnos.
-¿Un coche nuestra vida? Con el dolor que hay en tantas vidas, parecería más apropiado hablar de una ambulancia.
La hermana María sonrió de nuevo. Un velo oscuro de nostalgia cubrió sus ojos. Y no pudo reprimir una lágrima cuando, del murmullo y del ruido de aquella ciudad oriental, surgió nítido, subrayando las palabras del periodista,
el sonido de la sirena de una ambulancia. Era como una trompeta lejana.
Palabras para un final: El paseo como una de las bellas artes
El paseo nocturno, mejor, como una de las bellas artes. Es muy difícil pintar la noche. Solo Van Gogh lo consiguió. Quizás ahora el ruso Danchev, de la escuela de Petersburgo, se aproxima a ese misterio de oscuridad y de luz. La noche tiene un prestigio bohemio exgerado y, por tanto, falso. La noche es bella porque en ella sale la luna, que es una luminosa metáfora de la Verdad, ahora brillante y bien visible, ahora oculta o medio oculta, ahora creciente como la vida de un niño y ahora menguante como la de un anciano; la luna, como la verdad, está ahí la veamos o no; la verdad puede parecer circular o redonda, pero en realidad es poliédrica y tiene muchas caras; es una, como la luna, soy mal poeta, ya se lo dije, pero es múltiple en sus fases y en su revelación; es frágil porque una simple nube la puede ocultar; y es débil porque no puede defenderse de la nube; la verdad, cuanto más elevada, más débil; cuanto más débil, más oculta; la verdad, como la luna, no grita, ni clama, ni se impone: está ahí, simplemente, porque la verdad es simple y sencilla. Por eso se oculta a los sabios y prudentes y se revela a los niños y a los locos que pasean, como Walser. La noche, pues, envuelve a la Verdad y la protege de miradas indiscretas, de curiosos profanos y profanadores, como protege también la noche a los amantes con el velo apasionante del pudor: la intuición que enciende los amores carnales y espirituales no es transparente, sino que es clara, claridad a media luz, a media luz los dos, ya saben. Solo la noche puede unir los dos extremos del exceso y el desvarío a la intimidad de la vigilia orante. Del éxtasis de Baco y de Venus, al éxtasis del monje orante en vigilia vigilante. La noche es del “Cantar de los Cantares” tanto como del Kama Sutra, porque la ternura tiene un origen espiritual ajeno a este mundo metálico y sucio. La ternura es creativa y dulce como una oración, como el acceso místico del descanso espiritual y la llama atenta, inmóvil, perenne, del viento que sopla donde quiere: la quietud precede a la acción y solo la acción que vuelve la quietud expande la verdad por el mundo oculto de la noche -crece la semilla humilde oculta, sin gritar, mientras nosotros dormimos-. La noche es la profecía de la resurrección, y por eso es el presagio del infierno: amanecer vivos o amanecer muertos, con resaca de polvo y de licores, amargos ahora como el dolor del alma.
Pasear de noche es pasear dos veces. Se ve y se intuye. Se ve poco y se intuye mucho. Y puedo ver que se fueron el brigada, y Claude y Kolstov -o Koltsov-, y el chico, y el editor Estampa y todos ellos se fueron por la puerta del amanecer eterno. Ya no están aquí. Estampa se fue sin saber que, a lo mejor, era hijo de Martorell; y el brigada nunca supo que su primer hijo no murió de pulmonía en unos tiempos donde los hijos podían ser mercancía con cualquier motivo o por cualquier capricho. Pero esto fue y no es, ni será nunca más -así es de inútil la nostalgia-. Carmelo vive y María también. Ustedes preguntarán por el alférez Bach y yo les diré que vayan a San Caprasio, si quieren, y pregunten. El desierto atrapa y no suelta a sus presas más que para liberarlas de toda esclavitud. Si quieren saber de Bach, lean la vida de Carlos de Foucauld.
Por mi parte, cuando acabe este paseo, cerraré mi cuaderno y, como les dije, dejaré de escribir. Porque no depende de mí continuar esta historia.