miércoles. 15.05.2024

La última investigación sobre la muerte de Prim apunta al general Serrano y exculpa a los republicanos

El carruaje de Juan Prim y Prats paró en seco a la altura de la calle del Turco. Esa tarde helada del 27 de diciembre de 1870, el presidente del Consejo de Ministros fue tiroteado por unos hombres cubiertos con amplias capas y armados con trabucos a pocos metros del Congreso de los Diputados. El cochero arrancó a toda prisa y consiguió eludir una segunda patrulla de hombres apostada en la calle Alcalá. El político progresista que había desalojado a los Borbones del trono dos años antes fue trasladado al Palacio de Buenavista, donde fallecería días después a causa de unas heridas que, a primera vista, no revestían gravedad.

Autores materiales y teóricos

Desde su muerte se han escrito una infinidad de libros, realizado series, películas y documentales, y se ha gastado tanto aliento hablando del tema como neblina había ese día en Madrid.

18.000 folios ocupó solo el sumario del juicio para determinar quién había ordenado el atentado. Ahora, una nueva investigación a cargo de los historiadores José María Fontana Beltrán y Alfredo Redondo Penas, autores del libro ‘El asesinato del general Prim a través del estudio del sumario incoado’ (Foro para el Estudio de la Historia Militar de España), pretende entre tanta confusión y oscuridad arrojar luz definitiva a un caso que cambió el rumbo de la historia de España.

Sus armas están precisamente  en el interminable sumario. Hasta 1959, ninguno de los autores que investigaron la muerte del general se molestaron en revisar el proceso judicial, basando sus trabajos en opiniones de los contemporáneos o en artículos de prensa. Ese año, el abogado Antonio Pedrol Riua consultó parte del proceso judicial para publicar su propio libro. Otros investigadores posteriores siguieron su ejemplo, entre ellos Francisco Pérez Abellán, pero con el obstáculo de que buena parte de los tomos revisados estaban en mal estado y eran casi ilegibles. Y ahí es donde entra la aportación inédita de José María Fontana Beltrán y Alfredo Redondo Penas: la «ardua y pesada tarea» de consultar, transcribir e indexar los 78 tomos y 4 volúmenes, más el Apuntamiento, para buscar a los responsables y las causas de la muerte del general.

«Los autores materiales fueron dirigidos por José María Pastor y Pardillo, jefe de seguridad del general Serrano y participaron un total de trece personas en dicho atentado», explica Redondo Penas tras cinco años de trabajo. Ocho de estos pistoleros, más uno «alto y con sombrero de alas muy anchas» que daba órdenes, fueron los que cerraron el paso al carro de Prim, otros dos vinieron en otra berlina intercambiándose con los de ese vehículo, y dos más se situaron en la esquina de la calle del Turco con la de la Greda. Pastor estuvo presente en el lugar de los hechos y fue reconocido por el testimonio de Maria Josefa Delgado, una mendiga que presenció el atentado y que, además, fue herida en un tobillo a consecuencia de los disparos efectuados por  los trabucos de los asesinos.

Enemigo a batir

La implicación de Pastor coloca, sin lugar a dudas, en el epicentro de la conspiración a Francisco Serrano, líder de la Unión Liberal, partido conservador que gobernaba con Prim, y que por su calidad de regente era inviolable, según la Constitución de 1869. «  Juan Prim y Prats era el principal enemigo a batir, dado que tenía demasiados enemigos ocultos, que estaban planteando el asesinato político como fórmula de resolver sus conflictos de intereses. Resulta evidente que para que esa idea se abriera paso tenía que haber grandes recursos y grandes influencias, trabajando en pos de la consecución de este fin», señala Redondo Penas para comprender la envergadura de la conspiración contra el gran valedor de que la dinastía de los Saboya sustituyera a los exiliados Borbones.

No le faltaban enemigos al militar progresista, veterano de las Guerras Carlistas, de la de Marruecos y de la incursión en México, que no solo suponía un obstáculo para los planes republicanos, sino también para los partidarios del futuro Alfonso XII. Preguntado en el Congreso por el posible regreso de la casa Borbón, Prim apostó por una respuesta nada ambigua: «Nunca, nunca, nunca». A partir de septiembre de 1870, tras la derrota de Napoleón III en la batalla de Sedán, todo el panorama internacional cambió, pero Prim se mantuvo inamovible en su idea de buscar un rey progresista y constitucionalista. 

«Prim era el obstáculo principal para que  los Borbones regresaran a España; Prim era el obstáculo principal para que el duque de Montpensier ocupase el tan ansiado trono de España; Prim era el obstáculo principal para conseguir que España se convirtiera en una república; Prim era el primer obstáculo para que el Regente, Francisco Serrano, siga siendo Regente; Prim era el principal obstáculo para que la religión católica recuperara el estatus perdido; Prim era el principal obstáculo para los hacendados cubanos, que ven peligrar sus enormes ingresos con la posible venta de la isla a los Estados Unidos de América y, por último, Prim era, entre los militares de alta graduación, un advenedizo que ocupaba el primer puesto de la vida política y militar del país en detrimento de los militares de carrera», apunta el coautor de ‘El asesinato del general Prim a través del estudio del sumario incoado’, libro que tendrá un segundo volumen con más información.

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Más difícil ha sido para estos investigadores dar con  el rastro del dinero que financió el asesinato o demostrar la implicación de los famosos terratenientes cubanos opuestos a la abolición de la esclavitud. «Hay que decir, que nada, absolutamente nada, trascendió de esta posible financiación, al proceso incoado por la muerte de Prim pero los estudios realizados y las conclusiones a las que llegamos nos llevan a decir que el asesinato del Conde de Reus benefició a los negreros y fabricantes de azúcar de Cuba y a los fabricantes y agricultores catalanes y valencianos, con claros intereses en la isla», agrega Redondo Penas.

Freno a la investigación

Entre el mito y la realidad se cuenta que, en la capilla ardiente de Prim, el nuevo monarca,  Amadeo I, aseguró que nada le detendría hasta descubrir a los asesinos. La esposa de Prim respondió: «Vuestra Majestad no tendrá que buscar muy lejos». Y con un gesto señaló a Serrano, que estaba a su vera. El italiano no pudo llevar muy lejos la investigación ni tampoco su reinado. Sin su gran valedor, el hijo de Víctor Manuel II duró menos de tres años en el cargo, durante los cuales España estuvo en constante lucha, «viendo cada vez más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo».

Las razones por las que el juicio no llegó a  buen puerto, o al menos al definitivo, son fáciles de intuir. Cuando gobernaba Ruiz Zorrilla se adelantaba el sumario y cuando le tocaba a Serrano, pieza clave en el reinado y uno de los sospechosos, se frenaba. «En el estudio realizado hemos podido observar que los jueces de la época no estaban preparados para abordar un suceso con la trascendencia, complejidad y extensión del proceso por lo que se vieron sobrepasados. Las reformas impulsadas por el gobierno del Conde de Reus, en materia judicial, no se pudieron poner en marcha, lo que dejaba a los jueces en manos de sus superiores jerárquicos, siendo un departamento más dentro del Ministerio de Gracia y Justicia», recuerda Redondo Penas.

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El cambio frecuente de jueces hizo que estos no estuviera convenientemente informados de las actuaciones efectuadas y tenían que aprender de nuevo todo lo actuado. Tanto volumen de información terminó por solapar las conclusiones. Todo el trabajo de investigación quedó finalmente a medias ante las presiones de Cánovas del Castillo por la inminente boda del Rey Alfonso XII con la hija de Antonio de Orleans, Duque de Montpensier, uno de los acusados más recurrentes. «Supuso el más duro sometimiento de jueces y fiscales, dando por resultado la lamentable sentencia dictada, en la que absolvía a todos los detenidos e implicados, dejando la resolución del enigma para la Historia», concluye el investigador.

El silencio cómplice se impuso sobre un magnicidio que quedó sin resolver y donde se sacó a la gente de la cárcel a la menor ocasión. Entre los 104 acusados quien se llevó la mayor responsabilidad fue José Paúl y Angulo, un diputado republicano que no había disimulado un pelo su antipatía hacia el general nacido en Reus. Evitó la prisión  refugiándose en el extranjero, de donde ya no regresó jamás en su vida. 150 años después, la investigación de Fontana Beltrán y Redondo Penas demuestra la falsedad de todas y cada una de las pruebas contra él y la inocencia del republicano.

«Supuso el más duro sometimiento de jueces y fiscales, dando por resultado la lamentable sentencia dictada»

La versión más popular sobre el asesinato, la que firma  Benito Pérez Galdós en su novela «España trágica», dio por buena la teoría de los pistoleros republicanos, pero el murmullo en los mentideros no cejó. «La sociedad del momento no sabía la verdad sobre la autoría del asesinato. Simplemente hacían caso de los partes oficiales que el Gobierno enviada a los diferentes periódicos del momento o sobre lo que se escribía en los libros del momento, como por ejemplo la de Galdós», considera Redondo Penas sobre la «verdad oficial», aquello que quería el poder establecido que se dijera y no aquello que creía conocer. El propio Pío Baroja, cuando leyó la novela de Galdós, se sintió decepcionado, pues, según confesó en sus memorias, el autor de los Episodios Nacionales le había contado otra verdad:

«Varias veces oí hablar de aquella muerte sensacional, y nunca escuché nada que valiera la pena, hasta que muchos años después, un día, por la tarde, hacia 1905 o 1906, acompañé a Galdós por las calles de Carranza y Luchana, y me contó una serie de detalles muy curiosos de gente que había intervenido en el asesinato de Prim: policías, masones, revolucionarios, aventureros y amigos de Montpensier, y dos o tres contratistas de obras, que luego pararon en ser editores (…) Galdós sabia el nombre y los apodos de los que dispararon su trabuco contra el general Prim, que era gente del hampa madrileña».

«El general murió desangrado la misma noche»

Con motivo del bicentenario de su nacimiento, una investigación realizada por la doctora en Medicina Legal y Forense María del Mar Robledo y el especialista en Antropología Forense Ioannis Koutsourais aportó una nueva versión de los hechos. En una teoría abanderada por el periodista recientemente fallecido Francisco Pérez Abellán, profesor de Criminología de la Universidad Camilo José Cela, se afirmó que los surcos del cuello de la momia de Prim eran compatibles con una posible estrangulación a lazo cuando el presidente estaba todavía vivo. Esta sorprendente hipótesis, que solo respaldó una parte del equipo científico que condujó el estudio, fue desmentida un año más tarde por un análisis a cargo de un equipo de la Universidad Complutense y de la Universidad de Alcalá de Henares, que retornó a la teoría de la infección. 

Los dimes y diretes entre expertos empañaron uno de los grandes acontecimientos forenses en la historia de España, que entre otras cuestiones inéditas reveló que el general tenía el pelo castaño, que perdió un diente post mortem y que los embalsamadores le colocaron dos ojos artificiales de vidrio. «No parece tener mucho sentido la teoría del estrangulamiento. Las señales que se encontraron en el cuello de la momia del general podían ser compatibles con un estrangulamiento “a lazo” como corrobora la doctora Maria del Mar Robledo en su libro. Mi opinión personal es que no creo que hubiera necesidad de producirle la muerte al Conde de Reus mediante un estrangulamiento a lazo o como dicen apuñalándole por la espalda. Tendría más sentido, teniendo en cuenta en el estado de shock y las heridas que tenía, haberle puesto una almohada o cojín lo que le hubiera provocado la muerte por asfixia», afirma ‘El asesinato del general Prim a través del estudio del sumario incoado’.

El estudio forense que aparece en este libro lo firma el coronel médico José Ramón Navarro Carballo, recientemente fallecido, y su conclusión final es que el Conde de Reus murió desangrado la misma noche del atentado, a lo sumo, a primeras horas del día siguiente. «Hay que recordar que en aquella época no se tenían los avances médicos de que disponemos actualmente y las tres heridas graves que sufrió el Marqués de los Castillejos, una de ellas le afectó a dos arterias, provocaron su muerte por un shock hipovolémico», añade Redondo Penas.

Vía ABC Historia

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