miércoles. 03.07.2024

-¿Imagina usted la sangre fría que requiere eso?

-Sí. Escuche: “En algunos puntos se llegó al arma blanca, por haberse terminado la munición. Pero, a pesar de todo, los rojos no podían avanzar, por lo que volvieron a recurrir a un ardid: llamaron por teléfono fingiendo ser Belchite y felicitaron efusivamente a los defensores, anunciándoles que a las 12 en punto del día siguiente llegaría la Mehal-la de refuerzo -los moros, ya sabe-. Esperaban así que nos confiáramos, y preparaban una emboscada. Efectivamente, a esa hora en punto, una intensa polvareda nos dio a conocer la proximidad de refuerzos, a los que el enemigo aparentaba batir con fuego de cañón, que siempre quedaba corto. Estas fuerzas eran argelinas (francesas) a caballo que trataban de acercarse, sin ser molestadas, a nuestras posiciones; pero resultó en vano, ya que, advertidos a tiempo, se procedió a hacer fuego contra ellos haciéndoles retroceder como a las restantes tropas rojas.”

 

-Espere, espere. Recuerdo que quien puso en fuga a la falsa Mehal-la argelina fue Bach de Fontcuberta y sus requetés. Fue él quien intuyó el engaño y salió a pecho descubierto con los suyos. La actuación de Bach, personalmente, debió de ser terrorífica, porque sus chicos no sumarían más allá de una docena, con pocos cartuchos. Eso sí, las bayonetas caladas. Imagine, en cualquier caso, a un diablo de casi un metro y noventa centímetros de altura al frente de 12 requetés haciendo huir como conejos a todo un escuadrón de jinetes moros, argelinos o senegaleses, en esto hay dudas. Dejó tendidos en aquel desierto una veintena de cadáveres. Luego Mihail Koltsov inventó una mentira periodística que puede tener cierta base en este hecho.

-¿Mihail Koltsov estaba en Codo? Lo suponía.

-¿Por qué lo suponía? ¿Cuándo va a contarme usted lo que sabe?

-Permita que no le responda todavía. Ha dicho usted que emita mis juicios cuando termine de ver su trabajo. Pero es evidente que la ofensiva republicana de aquel verano de 1937 iba a ser un paseo militar para llegar a Zaragoza, y no lo fue en absoluto. Todo el aparato militar y propagandístico soviético –y sus corifeos occidentales- se presentaron en esas tierras para cantar una victoria fácil y aplastante que detuviese el ataque de Franco en el norte y partiese en dos a sus ejércitos. Que estuviese Koltsov, o Kolstov, corresponsal de “Pravda” y quizás agente de la NKVD, la temible policía secreta soviética, no resultaba sorprendente. Me atrevería a conjeturar que Koestler y Hemingway también rondaban por allí.

-Es probable. El caso es que Bach hizo una carnicería con los argelinos o los senegaleses y regresó sin bajas. Como le he dicho fue el último oficial que quedó con vida luchando en Codo. Las sucesivas posiciones que defendió costaron a los rojos mucha sangre. Le temían porque, además, se dejaba ver sin miedo alguno, y yo no podría reproducir sus insultos sin ruborizarme. Me consta que algunos “internacionales” cedieron sus puestos de asalto a los anarquistas cuando veían venir a Bach de Fontcuberta.

-¿Y qué mentira inventó Koltsov?

-Está aquí. Tengo esa carpeta localizada. ¿Ve? “El asunto Koltsov”. Ahora es mejor que continuemos con Navarro Garriga y su parte.

-Como quiera. Sigo: “Pero el momento supremo se acercaba. Faltaba munición y la lucha se continuó al arma blanca. Se defendió casa por casa, se disputó paso a paso al enemigo en medio del tronar de las armas automáticas que los rojos iban instalando rápidamente en los edificios conquistados. Se dio orden de repliegue al cuartel del camino viejo de Quinto, y de allí a la casa del cura, en donde se procedió al recuento de hombres útiles que quedaban para empuñar el fusil a la bayoneta calada, unos ochenta, con los oficiales; los restantes habían caído por Dios y por la patria en el puesto que se les asignó: cumplieron como héroes. El alférez médico Guirueta quedó entre los desaparecidos, teniéndose la esperanza de que esté prisionero y viva.”

-Le interrumpo un momento. Los rojos no hicieron prisioneros en Codo. Los mataron a todos, incluidos los enfermos y los heridos. Lo reconoce el propio Koltsov en su “Diario de la Guerra de España”. 

 

-¡Dios santo! Escuche: “Reunidos, pues, el teniente Roca dio la orden de avanzar para romper el cerco a la bayoneta calada, antes que rendirnos –eso nunca-. Y fuimos adelante. El enemigo se abrió en abanico, haciendo fuego cruzado sobre nosotros con profusión de armas automáticas. Después la caballería argelina dio el golpe final. Allí sucumbieron heroicamente el teniente Roca y los alféreces Vilá, Bonet y Alós, replegándose de nuevo el alférez Bach de Fontcuberta, que se hallaba en vanguardia, y el que suscribe, alférez Navarro Garriga, a la casa del cura, donde organizaron de nuevo la defensa, con la munición que se recogió del suelo, abandonada por el enemigo. Unos 18 requetés y un falangista estaban con dichos oficiales y mantuvieron el reducto desde las cuatro de la tarde hasta las nueve de la noche, resistiendo cuantos ataques les dirigió repetidamente el enemigo.”

-Esto corrobora lo que le contaba de Bach. Siga, siga.

-“Por último, a esta hora y amparados por la noche, en tres grupos, y luego de haber tenido cuatro muertos, cada grupo con una bomba de mano, hicimos una segunda salida, consiguiendo llegar parte de ellos a Zaragoza, pues algunos, como el alférez Bach y otros bravos, quedaron en el campo nuestro o se ignora su paradero.”

-Entiendo que, por una parte, Bach y algunos más quedaron en Codo protegiendo la salida de los últimos combatientes. Pero, por otra…

-Eso parece deducirse del informe de Navarro. No habla, sin embargo, de los dos guardias civiles. ¿Qué fue de ellos? ¿Qué fue de Martorell? ¿Cómo salió de Codo con vida? ¿”Pero, por otra…”, qué iba a decir usted?

-No haga tantas preguntas seguidas, me aturde. No he logrado ordenar el material de la investigación con minuciosidad, pero esto no quiere decir que no tenga una idea clara de mi exposición. O todo lo clara que un asunto tan complejo permite. Déjeme que concluya, por el momento, con Navarro Garriga, quien consiguió llegar a Zaragoza milagrosamente. Quería decirle que, por otra parte, tal vez Bach, o alguno de los que se quedaron con él, ayudaron a los fugitivos más allá de Codo. Recuerde que ha leído usted que, según Navarro, quedaban en la casa del cura 18 requetés y un falangista; que tuvieron 4 muertos repeliendo los ataques enemigos que se produjeron entre las cuatro de la tarde y las nueve de la noche; que la retirada se organizó en grupos de tres, es decir, 5 hombres por grupo. Bien. De los cinco requetés que salieron con Navarro, uno murió de un balazo en la cabeza, consecuencia de las descargas cerradas de los guardias rojos a unos tres kilómetros de Codo. Otro, llamado Cortacans, fue herido. Navarro Garriga habló con él y decidieron que se quedaría allí, sobre el terreno, esperando la muerte y protegiendo la fuga de los demás. En esas estaban cuando Cortacans hace una seña a Navarro para que se oculte: una sombra rondaba la zona. Navarro se incorpora un poco, pistola en mano, y Cortacans apunta el fusil en la dirección de la sombra. Era un caballo que se les acercaba y, según les pareció, un hombre armado les observaba. Antes de que los requetés pudiesen reaccionar, aquel hombre desapareció en la oscuridad. El caballo era de la caballería argelina. Navarro cargó a Cortacans a lomos del animal y así consiguieron llegar al pueblo de Mediana y presentarse al capitán de Caballería que mandaba el escuadrón que guarnecía aquel sector del frente. Estaban a salvo. Cortacans, sin embargo, había perdido mucha sangre y murió en el hospital, en Zaragoza. 

-Sorprendente el episodio del caballo surgido de la nada.

-Es, entre otras razones, lo que me hace pensar que Bach de Fontcuberta no murió en Codo. Permita que cerremos la historia del alférez médico Navarro Garriga. Siguió en campaña durante toda la guerra. Se le ve en los frentes de Albarracín y Guadalajara. Pero la tragedia de Codo había minado tanto su salud que continuar guerreando fue una especie de suicidio. Acabada la contienda, contrajo matrimonio. Y a los cuatro meses de haber nacido su primer hijo, falleció. Tenía 28 años.

-Un héroe, realmente.

-Un héroe como todos aquellos muchachos. El pequeño grupo de héroes que salva a toda una comunidad del desastre y que, poco tiempo después de salvarla, esa misma comunidad los ningunea, los desprecia y los olvida. España, como usted decía, devora a sus hijos. Y lo hace con una voracidad diabólica. No quiero divagar otra vez. Navarro Garriga, según todos los estudios realizados hasta ahora, fue el único oficial que salió vivo de Codo. Yo no lo creo. 

-Pues demuéstrelo, caballero.

-En eso estoy. Fíjese, la versión oficialmente aceptada sobre el último destino de Bach nos la ofrece el propio Mihail Koltsov en su “Diario de la Guerra de España” ya citado; de su lectura, extrae el reverendo Salvador Nonell Brú, consiliario de la Hermandad de Excombatientes, requeté también e historiador, una conclusión a mi juicio poco fundada, aunque no del todo descartable. La expone en su libro “Así eran nuestros muertos”, publicado en 1965 por la Editorial Casulleras –Vía Layetana, 85, Barcelona-. Aquí tiene la carpeta. Por otra parte, el relato del cínico Koltsov, o Kolstov, nos sirve para descubrir lo que llaman “el paisaje después de la batalla”, cuando se han disipado ya todas las polvaredas y han callado las armas y las almas para siempre.

-Déjeme que eche un vistazo a lo que escribe mosén Nonell. “Y desde ese momento una nube de misterio envuelve el fin del alférez del Tercio de Montserrat, José Bach de Fontcuberta, en cuya hoja de servicios constará solamente como ‘desaparecido en la batalla de Codo’. Algunos años después, aparece en Francia el libro ‘Diario de la Guerra de España’. Su autor es el ruso Mihail Koltsov, el cual escribe sus crónicas como corresponsal del diario ‘Pravda’ de Moscú, en nuestra contienda de 1936 a 1939. En sus páginas pueden leerse los siguientes datos respecto a Codo y sus defensores. Datos que consideramos de gran interés por ser vistos desde el punto de vista enemigo, aunque -estamos convencidos- no todos coinciden plenamente con la verdad.”

-Continúe usted. Ahora viene el relato de Koltsov.

-En efecto: “31 de Agosto de 1937.- Hoy el día es caluroso y sofocante como pocos. Durante el día no hay donde tumbarse. La sombra más próxima es la de un solo olivo, y luego a muchos kilómetros de distancia, un sotito polvoriento en el que se ha escondido la reserva de los tanques. No se puede estar tumbado; sería la manera más segura de sufrir un ataque de insolación. Tampoco hay tiempo, pues desde la mañana otra vez se lucha, y en torno todo está en el combate, todo participa en él, y de él depende. Durante estos días el ejército, aunque con lentitud, ha atacado sin cesar. Después de Quinto, han sido tomadas las poblaciones de Mediana, Codo, Puebla de Albortón, Ermita y Castillo de Benastro. Todo esto no son sólo pueblecitos sino auténticas fortificaciones pequeñas con defensas en círculo con excelentes reductos de cemento y cemento armado, sistema alemán, con refugios y fortines, con artillería, morteros y ametralladoras. Todo ello en su conjunto constituye un fuerte cinturón fortificado que cubre a los fascistas en el frente de Aragón.”


 

No hay palabras para la guerra - Capítulo 9 [Parte 1]