miércoles. 03.07.2024

-Sé más de lo que usted cree. Los editores, como los espías, sabemos más de lo que aparentamos. Vuelvo a la lectura: “Alrededor de las 11 de la mañana, y convencido el enemigo de que, de frente, no podía hacer nada, ante el empuje de los nuestros, rodeó completamente el pueblo y atacó por todas direcciones estrechando el cerco.

A partir de aquel momento, el teléfono que funcionaba con regularidad informando al mando de las incidencias de la lucha, empezó a funcionar anormalmente y se hicieron precisas extremas precauciones ante la sospecha de que el enemigo, debido a su posición, establecía derivaciones en la línea. Desde esta hora empezaron a menudear las bajas y la lucha se hizo cada vez más encarnizada. Debido a la escasez de munición de reserva, 1.600 cartuchos de fusil, y algo más de fusil-ametrallador, se tiraba, por orden del Mando, a menos de 50 metros para no malgastar la munición y llevar la resistencia hasta el límite posible.”

 

-Hay que tener arrestos para aguantar a pie firme una arremetida de ese calibre y no tirar hasta que te los encuentras encima, como quien dice.

-Mucha sangre fría, en efecto. Imagino que las bajas causadas al enemigo serían cuantiosas, a esa distancia cada disparo puede ser mortal. Permita que siga: “A las 12, y en vista de que los asaltos con bombas de mano, constantemente repetidos, no daban resultados satisfactorios, el enemigo, sin dejar de hacer funcionar sus ametralladoras, empezó un nuevo e intenso cañoneo con baterías del diez y medio que tenían emplazadas en la parte del Saso, sobre las casas del pueblo, acompañado de fuego de morteros y cañones de tanques, dirigiendo el fuego artillero principalmente contra la Iglesia. Duró dos horas y se levantaron inmensas nubes de polvo que hacían el aire irrespirable y dificultaban la visibilidad; poco después, comenzaron a estallar granadas en la periferia del pueblo, las cuales al explotar levantaban unas columnas de humo negro y denso que impedían ver los movimientos del enemigo. A las cinco de la tarde, el número de bajas era considerable para nosotros; los actos de heroísmo se daban continuamente; las posiciones se mantenían todas; fueron 12 horas de intenso y horrible combate en las que el enemigo no pudo dar ni un paso a pesar de su enorme superioridad numérica.”

-Una resistencia numantina la de estos muchachos. Y fíjese, todas las órdenes, improperios, insultos y gritos propios del combate eran en catalán. Entre los atacantes había catalanes también, sobre todo en las unidades anarquistas de la CNT-FAI, pero la mayoría eran de las Brigadas Internacionales y de las de Líster y Modesto, tropa curtida y brava. Los monaguillos se clavaron al terreno y, al cabo de doce horas de duros combates, los rojos no pasaron.

-El “No pasarán” que monopolizaron los llamados “antifascistas” es algo que define tanto a los españoles como el “por cojones” o el sentido del ridículo. Veamos cómo sigue la historia. Pídame un whisky, haga el favor, tengo la boca seca. 

-¡Camarero! Ya sabe que el “No pasarán” es del mariscal Petain, batalla de Verdún, I Guerra Mundial. Un grito fascista, podría decirse.

-Claro, claro. Permítame. Continúa el alférez Navarro Garriga: “En vista de lo cual, los rojos acudieron solapadamente al ardid del teléfono para, por medio de engaños y fingiéndose el Mando en Belchite, facilitar sus planes. A tal efecto, cuando se intentaba comunicar con aquella población, intervenían la línea. La artillería de Belchite, que desde media tarde había extremado su fuego contra el enemigo, a requerimiento nuestro hubo de suspenderlo por no poder comunicar libremente con nosotros y desconocer la situación de ambas fuerzas. Este momento fue aprovechado por los rojos para -ya sin temor alguno- continuar su fuego destructor sobre el pueblo, hundiendo algunas casas y la fachada y el tejado de la Iglesia, cuyas puertas se deshicieron casi por completo. Los heridos y muertos aumentaban; en tal situación, los médicos Guirueta y Navarro, repartido convenientemente el servicio, sin abandonar por un momento sus puestos, curaban a cuantos necesitaban de ellos y los animaban. Figura destacada fue, además de toda la oficialidad sin excepción alguna, la del capellán Reverendo Carrera, quien, con un Santo Cristo en una mano iba a los puestos de mayor peligro, animando a morir por Dios y por la patria a los requetés, y oyendo en Confesión a cuentos lo solicitaban. A las siete de la tarde, y tal y como se presentaban los acontecimientos -pues quedaba escasísima munición-, el capellán, siempre celoso de su sagrado ministerio, procedió a repartir la Sagrada Comunión para consumir las Formas y sustraerlas a la profanación de los rojos. Llegó a la Comandancia Militar y nos exhortó a morir como cristianos, al par que a aceptar la muerte en descargo de nuestros pecados. Terminado el acto, sencillo pero de alto valor emotivo, cada uno fue al puesto que se le asignó, terminando aquel día sin que el enemigo pudiese poner pie en nuestras posiciones, y eso que, además de escasear la munición, sufrimos un 50% de bajas; y de las dos ametralladoras y seis fusiles ametralladores, sólo funcionaban la mitad, por haberse inutilizado el resto de tanto disparar. El enemigo había perdido, según datos fidedignos, unos 500 hombres ese día.”

 

-Pídame otro coñac. Sé lo que está pensando: la gesta parece imposible, pero es tan verdadera como el hecho de que se me ha terminado el “Camel” sin filtro.

-No se preocupe, le he traído un cartón.

-Gracias. Sí, usted estaba pensando eso, ¿no es cierto?

-No, exactamente. Ya le he dicho que sé más de lo que cree. Me interesa saber qué fue de cada uno de estos muchachos. Me interesa en especial saber qué fue de Bach de Fontcuberta y de Martorell.

-Todo llegará a su debido tiempo si encuentro la carpeta que contiene esos documentos. Creo recordar que el alférez Bach fue el último oficial que quedó con vida, peleando en aquel infierno. Navarro Garriga, el alférez médico que nos cuenta la historia, pudo escapar unas horas antes y llegó a Zaragoza. Bach es un misterio en sí mismo. Creo que escribiré el libro para desentrañar este enigma. En cuanto a Martorell, volvió a Barcelona y le perdí la pista en la cheka de la calle Vallmajor. No he podido averiguar nada más de él.

-Es evidente, pues, que fue uno de los pocos supervivientes.

-Sin duda. 

-¿Y su papel en la batalla?

-Estará en alguna otra carpeta. Ya la encontraremos. ¿Por qué le interesa tanto el brigada Martorell?

-Se lo explicaré algún día. Pero empiezo a temer que debiera haber confiado esta investigación a alguien más metódico que usted.

-Probablemente tenga usted razón. Le ruego, sin embargo, que no juzgue mi trabajo hasta que hayamos terminado. En este bar, ¿cierran tarde por la noche?

-Son amigos. No se preocupe por el horario. ¿Tiene a mano la continuación del relato del alférez médico Navarro Garriga?

-Sí, aquí. Perdone, se me ha caído la ceniza.

-Veamos: “Así llegamos a aquella heroica noche del 24 al 25 de agosto en que los rojos, comprendiendo su impotencia, se dedicaron a proferir los mayores insultos y a cantar “La Internacional” a escasos metros de nuestros parapetos. Al amanecer del 25, en sus primeras horas, se lanzaron de nuevo al asalto con bombas de mano, con la esperanza de poner pie en nuestro suelo, pero una vez más tuvieron que retroceder, vencidos. Siete asaltos, regulados, repitieron con idénticos resultados; mas los milagros son sólo potestativos de Dios, Nuestro Señor, y como apenas había munición se dio la orden de tirar a 20 pasos de distancia únicamente.”


 

No hay palabras para la guerra - Capítulo 8 [Parte 1]