miércoles. 03.07.2024

-Codo. Un pueblo de la provincia de Zaragoza, en medio de una estepa que disfruta de fauna y flora siberianas. Un desierto, ya se lo he dicho.

-Codo.

-Sí, Codo. A pocos kilómetros de Belchite. ¿Nunca ha estado en Belchite?

-No.

-Vaya cualquier día. Encontrará el pueblo nuevo y el pueblo viejo. El pueblo viejo está en ruinas. Está como lo dejó la guerra. Es un pueblo fantasma. Allí han quedado los cañonazos y las ráfagas de ametralladora y los gritos como en un bajorrelieve fúnebre. Los gritos de los muertos se repiten y los disparos, a veces, también. Y hay fantasmas que gimen llamando a su madre o a su novia. No me mire con esa cara. Eso dicen algunos que han ido allí de noche y han captado psicofonías. No es necesario que vaya usted con una grabadora. Le bastará un poco de imaginación para ver toda la sangre vertida, todos los gritos y todas las almas desgarradas. No verá a John Wayne ni a James Stewart porque, de haber estado allí, se habrían vuelto locos. Permítame una fanfarronada española: hay cosas que los miembros del glorioso Cuerpo de Marines no pueden vivir sin enloquecer. Aquí en España tenemos, gracias a Dios -o a satán, no lo sé-, el sentido del ridículo, algo único en el mundo. No hay otra raza que lo sufra. “The spanish shame” lo llaman los anglos. El sentido del ridículo ha propiciado las más grandes hazañas de nuestras gentes. Y ha favorecido también el cainismo. Aquí no se rinde ni Dios. Aquí mandan los cojones. Aquí nadie quiere hacer el ridículo y, por no hacer el ridículo, otros muchachos, cuatro o cinco años más tarde, durante la II Guerra Mundial, en el frente de lo que entonces era Leningrado, perpetraron auténticas locuras. Me refiero a la División Azul. Algunas de esas locuras las cuenta un escritor hoy olvidado, Tomás Salvador, en su libro “División 250”, porque la Azul era la División 250 de la Wehrmacht.

-Tomás Salvador, sí, lo recuerdo. Era comisario de policía en Barcelona. Aquí, si exceptúa usted los casos de Cela o de Umbral, pocos han podido vivir de la literatura. Juan Perucho era juez. Tomás Salvador era policía y también el amante durante un tiempo de Carmen Kurtz, una escritora tan olvidada ahora como Pemán. Salvador escribió algún libro notable: “Cuerda de presos” o “El atentado”. En fin, España siempre ha devorado a sus hijos. 

Disculpe, ¿decía usted?

-Muchos de los chicos de la División Azul eran como éstos de los que le hablaré y que lucharon en Codo. Universitarios que no querían hacer el ridículo y que se paseaban fumando por encima de las trincheras, a tiro de los rusos, sólo porque el capitán lo hacía o porque algún compañero les había dicho la frase fatídica: “No hay huevos para subirse ahí, ahora”. El asunto llegó a tal extremo que los mandos alemanes tuvieron que llamar la atención a la oficialidad española, advirtiendo que mantener un soldado es muy caro y que el valor lo derrochasen única y exclusivamente en acciones de guerra. Como puede usted suponer, los oficiales y soldados españoles se pasaron la orden por el forro y continuaron haciendo el chulo. Después de la batalla de Krasny Bor, los alemanes no dijeron nada. Los soviéticos desencadenaron una ofensiva terrible: 44.000 hombres, 100 carros de combate y 800 cañones, frente a 4.500 españoles. El coste de los combates fue brutal. Murieron 11.000 rusos y 2.253 paisanos. Se mantuvo la línea del frente. Stalin preguntó por el arma secreta de los españoles. Los comisarios políticos se lo preguntaron a los prisioneros y no se sabe cómo tradujeron “por cojones” al ruso. 

-Una simple cuestión de no hacer el ridículo. Aunque me temo que divaga usted. No es el tema que nos ocupa.

-Sí, qué le vamos a hacer; España y yo somos así, señora, como se decía antes. Puede usted encontrar algún punto en común: la desproporción entre las fuerzas en combate. Y los rusos.

-Se había quedado usted en Belchite.

-Bien, claro, claro. Vaya usted al pueblo viejo y verá.

-No quiero ir. Me hastían los fantasmas.

-¿Le cansan? ¿Guarda alguno en el armario? Disculpe. Lo de Belchite fue una carnicería que empezó en Agosto de 1937. Codo fue, si me permite el humor negro, un aperitivo macabro. Voy a intentar ordenarme.

-Eso que le cuesta a usted tanto.

-No hurgue en la herida, haga el favor. Aquí tengo esta carpeta. Vea y lea. Es el parte de uno de los pocos supervivientes de Codo, el alférez médico Manuel Navarro Garriga. Pero antes imagine el escenario de la película y evite a John Wayne. Amanece en el desierto aragonés y el camión artillado que iba y venía de Codo a Belchite, con munición y provisiones y algún refuerzo, avanza por aquella estepa. De pronto, las pequeñas lomas que circundan la carretera se pueblan de sombras amenazantes, como los indios en los “westerns” cuando van a atacar al 7º de Caballería. El camión acelera porque empiezan los disparos y la lluvia de morteros. En ese vehículo iba, muy probablemente, el brigada Martorell, de la Guardia Civil. Entran en Codo como una exhalación y dan la voz de alarma. Antes, el que hacía la guardia rutinaria en el campanario de la iglesia del pueblo había advertido al oficial al mando que se oían disparos en la dirección de Belchite. Supusieron que, de no ser una escaramuza más, el ataque se concentraría en aquella población. Se equivocaron por unos días. 

-Me lo imagino: el fuerte rodeado de indios amenazantes. Permítame, quiero ver la carpeta. Gracias. 

-Lea, lea el parte del alférez Navarro Garriga.

-“El pueblo de Codo, del sector de Belchite, está situado a 3 kms. al N.E. de esta población, por lo que constituía juntamente con el Seminario y la Ermita del Pueyo uno de los puntos defensivos de Villa y de sus comunicaciones con Zaragoza. Estaba allí de guarnición el Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat, que por estar en formación todavía contaba con unos 180 hombres, todos ellos catalanes evadidos de la zona roja, en donde habían sido perseguidos por su acendrado patriotismo, por su fe católica o por sus ideas políticas. Su oficialidad estaba formada por el teniente Francisco Roca y los alféreces Bach de Fontcuberta…”

 

-Perdone la interrupción y recuerde al alférez Bach de Fontcuberta. Es uno de los protagonistas principales de esta historia. Y un misterio aún por aclarar.

-Lo haré. Prosigo: “…los alféreces Bach de Fontcuberta, Bonet, Vilá, Alós y Morales. Así como el capellán, Reverendo Carrera, y el médico que suscribe, Navarro Garriga. Cuando el 24 de Agosto de 1937 el enemigo, en número aproximado de 12.000 hombres y apoyado por 13 tanques rusos, después de una intensísima preparación artillera que comenzó en las primeras horas de la mañana, se lanzó al asalto de nuestras posiciones defensivas, el Tercio entero estaba en la brecha, dispuesto a defender hasta perder la vida aquello que le tenían confiado. El enemigo creyó presa fácil el pueblo de Codo, mas no contó con el heroísmo de un puñado de patriotas catalanes para los que la vida no tenía importancia, y así fue cómo fueron rechazados por primera vez a pesar de su enorme superioridad numérica. Todos cuantos asaltos intentaron repetir fueron a estrellarse en el pecho de estos bravos requetés, cuyos nombres debieran estar esculpidos allí mismo para ejemplo de la posteridad. A las nueve y media llegaron los únicos refuerzos que recibimos durante el asedio; eran las falanges 18 y 21 de la Bandera del capitán Santapau que, al mando del alférez Ibáñez, de la Guardia Civil, un brigada (cuyo nombre siento no recordar), y el alférez médico, mi colega el doctor Guirueta, se abrieron paso a través del enemigo y consiguieron entrar en la plaza. Se fraternizó con ellos con todo cariño y se les distribuyó convenientemente, mandados por el teniente Roca y el propio alférez Ibáñez. Se encontraba también con nosotros un carro blindado que diariamente hacía el recorrido de descubierta de Belchite a Codo para evitar infiltraciones, y que, sorprendido por éste que le tendió una emboscada traicioneramente, pudo llegar por sus propios medios a Codo, en donde hubieron de ser curados de heridas menos graves sus conductores.”

 

-Es muy probable que el brigada de la Guardia Civil que cita Navarro y cuyo nombre –como Cervantes- no recuerda, sea Martorell. También éste pudo llegar en el carro blindado, aunque lo dudo.

-Yo diría que llegó en el camión. 

-¿Cómo lo sabe?


 

No hay palabras para la guerra - Capítulo 7 [Parte 1]