miércoles. 03.07.2024

Me gustaría decir que llevo años escribiendo este libro, cinco o seis, como decía Tolstói de sus grandes obras, vayan ustedes a saber, porque el ruso, como buen ruso, era muy exagerado. Yo he pasado los meses de verano en este menester y ha salido lo que ha salido. Perdí la pista del alférez Bach y perdí la pista del brigada Martorell, ustedes los van a conocer ahora, dentro de poco, cuando lean unas cuantas páginas. Si saben algo de ellos, les ruego que me lo indiquen, confianza y discreción, no se revelan las fuentes, no sufran. Antes de pasar a limpio las notas en forma de libro, déjenme que les explique que no sé cuál es el motivo que impulsa al editor Estampa a pagarme estos textos. No dudo de que quiere que investigue, pero no estoy seguro de qué quiere descubrir. Así es difícil llegar a conclusiones razonables. Pero, ¿quiere Estampa llegar a esas conclusiones? ¿Tiene alguna cuenta pendiente con su pasado, como los viejos legionarios? ¿Quién es Estampa? El problema del ser y de la misión. Me pagan por no saber. Como a mi amigo, el ateo honrado; él tampoco sabe y lo reconoce y lo escribe un poco poéticamente, que es como se escriben las verdades: “¿Y si te dijera de un lugar donde uno nunca pasa frío ni calor? Espera, he empezado por lo más tonto. Sí, es cierto, no hay frío que muerda ni calor que queme, pero tampoco hay pena. No hay dolor, ninguno; no hay angustia, ni tedio. Mejor: no hay miedo ni vergüenza, ¿te imaginas? No hay angustia, ni siquiera un poco; no hay cansancio ni es posible sufrir la menor humillación, o el desprecio de nadie. Uno allí jamás de los jamases sufre la envidia, la venganza, el rencor, el odio. No hay, en fin, nada que temer, nada que hiera, nada que agobie. Como en una peli de superhéroes, eres, en ese lugar, invulnerable; nada puede hacerte daño. No hay un futuro que culebree en la mente con sus aprensiones y riesgos, ni un pasado que pese e inquiete y condicione. No hay amargura. No hay sentimiento de soledad; no hay, en realidad, sentimiento. Esto que describo es la muerte del ateo, la nada fresca, el bendito no ser. Y aún hay quien la tema.” Este es el cielo del ateo que les había prometido. No es mío, sino que es de todos. 

En fin, vayamos al libro, o mejor dicho, vayan ustedes solos, el autor poco puede hacer ya. Leeré a Pla y sus payeses. Pla es el Walser del Ampurdán. Luego hablamos, señoras y señores. Pasen, pues, y lean:



 

LA GESTA DE CODO

Novela donde aparece y desaparece el brigada Martorell.

(Este título es provisonal). 

 

Todos los hechos que se narran sucedieron tal y como están contados. Todos los personajes son reales. Los he retratado con el máximo respeto, y con indisimulada admiración. Fueron unos héroes. Hay divergencias entre los historiadores en cuanto a detalles menores que, en lo posible -para no romper el hilo argumental de la novela-, he procurado explicar. Quedo, desde ahora, a disposición de las familias y sucesores de aquellos muchachos para cualquier aclaración. Pueden, incluso, facilitarme alguna pista sobre las hipótesis que planteo en el caso de unos pocos protagonistas de la tragedia: “desaparecido en combate” es una expresión que se presta a la duda y destruye la esperanza. 

 

Aquí, la dedicatoria:

 

“We few, we happy few, we band of brothers”. 

William Shakespeare, “Enrique V”, acto 4, escena 3.




 

PRIMERA PARTE: LA BATALLA


DE UN EDITOR Y UN ESCRITOR: "LA ESTEPA DE LOS CATALANES" (Este título también es provisional).

 

-Oiga, usted ha parafraseado el título de la novela de Dino Buzzati, “El desierto de los tártaros”.

-Sí. Mire, no me gusta andar con claves sutiles y cargar al lector con más trabajo que el de leer. El teniente Giovanni Drogo, protagonista de la novela de Buzzati, esperaba a un enemigo que nunca aparecía y así consumió su juventud. Aquí, en lo que le voy a contar, los jóvenes consumieron su vida de golpe, a sorbos de metralla y bombas de mano y asaltos a la bayoneta. La muerte les llegó sin avisar, como suele suceder. Y ellos no esperaban que se presentara tan pronto en aquellos páramos. Estaban en el desierto de Aragón solos y abandonados a su suerte. Si fuese un escritor más épico y más grandilocuente, le diría que vigilaban las puertas del infierno y que éstas se abrieron de improviso y salieron por ellas todos los demonios. Pero no lo soy, no soy siquiera un escritor, y lo que puedo decir es que, un día de agosto de 1937, aparecieron 15.000 hombres y 13 tanques rusos.

-Cuente, pues.

-Prefiero que me invite antes a una copa de coñac.

-Ya casi nadie bebe coñac, caballero.

-Lo sé, qué le vamos a hacer. Tampoco quedan hombres que se afeiten con navaja y fumen sin filtro, ya sabe.

-Le invito.

-Gracias. Mire, tengo aquí la documentación de este libro. Está ordenada, por carpetas. Pero las carpetas están todas desordenadas. En realidad, antes de escribir uno tiene que ordenarse. 

-Claro.

-No lo voy a hacer porque, si lo hiciera como debo, este libro nunca se escribiría.

-¿Le ayudo?

-No, me basta con que escuche y me siga invitando a copas de coñac.

-Usted manda.

-Los americanos hubiesen narrado esta historia produciendo una película como “El Álamo” que se habría convertido en un mito de la patria. John Wayne no me sirve como protagonista de lo nuestro porque era demasiado fuerte y demasiado invencible. Los muchachos de los que le voy a hablar eran de pueblo, delgados, bajitos, como la mayoría de los chicos en la España de aquellos turbios años 30. Eran tímidos, buena gente. Algunos eran monaguillos. Otros, los empollones de la clase. Había payeses y artesanos; y obreros de los restos de algún sindicato católico, o de la “Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña”. No eran legionarios bregados en la guerra. Había algún guardia civil con ellos. Y uno podría ser el protagonista cinematográfico de este drama. Se llamaba Martorell y se parecía a James Stewart. Cómo llegó al lugar de los hechos bien podría ser el principio de la película.

-¿Cuál fue el lugar de los hechos?

-Codo.

-¿Codo?


 

No hay palabras para la guerra - Capítulo 6 [Parte 1]