domingo. 29.09.2024

Caminé, por fin, hacia ningún sitio. Mi padre era hijo único. Siempre me lo había dicho. Su hermanito José murió de pulmonía en 1930. ¿Otro hermano? No, no podía ser: mi padre nunca me engañó. ¿Un hermano? Estampa tenía algo que me ponía en guardia de la misma forma en que lo hacía mi padre. 

La exigencia militar, quizá. Por eso el tio Claude Haribey Estampa fue un héroe de guerra, por la sangre que corría por sus venas. La sangre de Martorell. Si Estampa era hijo del brigada, el interés del editor por aquel guardia civil estaba clarísimo. Sin embargo, ¿estaba seguro el editor de aquello que podía sospechar? ¿Podía, realmente, sospecharlo?

 

Volví a la habitación trastornado. Aquella aparición no había sido un sueño. Recuerdo todavía hoy el sonido de los pasos. Mi mujer es testigo. Las palabras, a fuerza de repetirlas, se han desgastado, como se desgastan los pies de un Cristo por el roce de tantas manos y de tantas lágrimas. ¿Eran esas palabras que he escrito? Sí, eran esas. Y mi padre tenía un hermano. El editor Estampa, el misterioso y exigente editor Estampa. “¿No irás a creer en un fantasma?” No era una pregunta, sino un golpe repetido hasta que estalló la jaqueca. 

“¿No irás a creer…?”. No lo podía evitar.

 

-Todo se explica. Ahora todo se explica.

-Duérmete, por favor -mi mujer se lamenta.

-Sí, voy.

 

Cuando desperté, salí a pasear por la terraza. Sin niño, sin cochecito, sin desayunar. Esta cuestión de las apariciones en la casa de Vacarisas venía de lejos. Cuando mi hijo era un crío, hace cuarenta años, nos contó que había visto durante la noche a un señor vestido de blanco “que no tenía pelo”, y que le sonreía. Se durmió y no volvió a verlo nunca más. Mi padre, como Estampa y Claude Haribey, era calvo.

 

(Las pisadas han ido desapareciendo a medida que se sucedían las oraciones y las Misas por las benditas ánimas del Purgatorio. No tenemos que temer a estas almas porque Dios permite que se muestren para aliviar su inmenso penar. Recemos por ellas y nos lo agradecerán. Si son demonios, basta con invocar el Santo Nombre de Jesús y echarles agua bendita, lo cual recomiendan todos los santos y santas, en especial Teresa de Jesús, que no estaba para perder el tiempo con espíritus diletantes y molestos).

 

Mi problema no era místico. ¿Cómo contarle a Estampa que una aparición del Más Allá había informado a un servidor de que él, Estampa, era hijo del brigada Martorell? ¡Por el amor de Dios! Usted, usted ¿me toma por idiota? La respuesta del editor hubiera sido muy parecida, incluso más violenta. El editor Estampa me consideraba un tipo extravagante y curioso, digno de merecer una confianza limitada, por su parte, a lo estrictamente necesario para llevar a buen puerto la tarea encomendada. Yo no había hecho grandes esfuerzos por mejorar tal percepción, justo es reconocerlo; por lo tanto, si después de las carpetas desordenadas, los paseos eternos, las investigaciones sin concluir, las prisas de última hora y, en fin, la dejadez y la desidia que mostraba con su famoso libro, si después de todo eso -y de perder al alférez Bach-, le venía con fantasmas y ánimas en pena, Estampa podía perfectamente arrojarme por la ventana de su despacho. No hubiera sido el primero. Como ustedes comprenderán, guardé esta historia en el fondo de mi corazón y lo cerré con un par de llaves. 

Mi tendencia a la impulsividad, a soltar verdades sin venir a cuento, la verdad es siempre un arma muy peligrosa, porque es poliédrica y luminosa, me obliga a tomar precauciones. Ya hablaría con Estampa, dejemos que pase el tiempo y que el tiempo arregle lo que tenga que arreglarse, y lo que no, pues no. 

Por otra parte, el editor había dicho en algún momento que sabía cosas que podrían hacer que brindase con champán o que se suicidase. 

No me atraía la idea de ser el autor intelectual de un crimen así.

 

Cuando nos volvimos a ver, Estampa me encargo la nueva novela, la del principio de la vida pública del brigada Martorell. Me facilitó mucha información porque, es lógico, no quería presenciar otro fracaso literario prematuro. Por lo menos, debió de pensar Estampa, que el libro nazca, aunque 

sea muerto.


                                                    *       *     * 

 

Han pasado dos años desde que prometí a Estampa escribir la primera novela sobre el brigada Martorell. Hace una semana me hicieron una entrevista y respondí de mala gana. El periodista optó por obviar mis respuestas y redactar una reseña. El editor dejó la sala enfurecido.



 

No hay palabras para la guerra - Capítulo 43 [Parte 1]