Una semana después el periodista informa de que su abuelo recuerda a un oficial grande como un oso en las casas de Villalba, hacia el cementerio; que no conoció a guardia civil alguno; y que Pere Bosch vive todavía. Todo lo cual se dice de camino a la casa de este último.
El escritor y el periodista están ya junto a Pedro Bosch y uno de sus sobrinos hace de anfitrión.
-Por aquí, por aquí -dice el sobrino, un hombre de unos sesenta años.
El viejo Bosch es muy viejo, ceñudo, malhumorado.
-¡Dales café a estos chicos! ¡Haragán, sinvergüenza! ¡Café y tabaco! Los soldados tienen que descansar y no como tú, vago! Tomad café, compañeros, ¿de dónde venís? ¿De Belchite? ¡Dios, salimos de allí de milagro! Y vamos a Zaragoza. Santapau quedó en vanguardia en la última carga a la bayoneta. El coronel murió allí, con su caballo. ¿Vais a Zaragoza, muchachos? Venid conmigo, conozco este desierto. Y “lo meu amich, també”. ¡En marcha!
-¿Quién es su amigo? -inquiere el periodista.
-Era su perro. Le contaré después. No se mueva, abuelo, se caerá.
El sobrino se acerca al viejo Bosch, pero se aparta, esquivando un manotazo del abuelo. Todos los viejos veteranos se parecen al loco de Gandesa. Un escalofrío recorre al escritor.
-¡Déjame en paz, inútil! Tengo que llevar a esta gente a Zaragoza, ¿es que no lo ves? -el viejo gruñe como un poseso, pero sus esfuerzos por dejar el sofá son inútiles. El sobrino ha colocado el bastón fuera de su alcance: el viejo, a veces, lo utiliza y golpea con furia a todo lo que le rodea.
-Cálmese, por favor -gime el sobrino.
-¿Han tomado el café? Este haragán es poeta, o eso dice él. ¡Poeta! Solo hubo uno de letras allí en Villalba, Riquer, ese era bueno. ¡El bueno de Riquer! Poeta, tú… ¿Habéis salido de Belchite o de Mediana?
El periodista y el escritor se miran consternados.
-¿Hace mucho que está así? -pregunta el joven periodista.
-Yo siempre lo he visto así. Pasó por el Instituto Frenopático de Barcelona y mejoró algo, no mucho.
-¿Qué hablas, holgazán? ¿Les has dado los cigarrillos? El soldado sin tabaco es como una pistola sin balas. Hubo otro que salió de Codo, pero no sabemos nada de él. Uno alto, muy alto.
El escritor deja la taza, despacio, sobre la bandeja. Observa al viejo. Dispone su libreta de apuntes y prueba suerte.
-¿Quién salió de Codo?
-Bofill.
-¿Bofill?
-Bofill, sí, muchachos. El pudo llegar.
-¿A dónde?
-A Belchite. Allí se batió con Santapau y su gente. Y luego desapareció. No he vuelto a verlo. Bofill es alto y fuerte. Un gran soldado. Un requeté de los que da miedo. Como el alférez Bach. ¡Ah, Bach, el grande! ¡El oso! ¡Jajajajajajajajaja! Aún recuerdo cómo corrían aquellos moros senegaleses o lo que fuesen; aún recuerdo los bayonetazos de Bach. ¡Dales fuerte, Bach! ¡No dejes ni uno vivo! Todo eso le gritan desde El Calvario. ¿De dónde venís, chicos? ¿De Mediana, eh? Bach, ¿lo habéis visto? No murió en Codo.
-¿Cómo?
-¿Lo has visto tú, compañero? Está allí, el último de la Casa del Cura; ha puesto a salvo a los quince supervivientes. Ya no queda nadie. Y yo estoy en Belchite. ¡Maldito general Walter! ¡Malditos rojos! ¡Maldita sea la guerra! Y éste tonto haciendo poesías.
El sobrino se ruboriza y asiente.
-Usted ¿escribe? -pregunta el periodista.
-Bueno, yo… Yo he recopilado los recuerdos del abuelo, pero de manera poética, prosa poética, ¿saben? Lo tengo por aquí, si les interesa.
-Nos interesa.
El sobrino toma una vieja libreta cuadriculada y lee muy serio, con indisimulado gozo y mucha afectación poética.