lunes. 01.07.2024

Codo, en aquellos días, tenía unos mil habitantes, pobres pero honrados, gente de orden. Las familias de ideas rojas no pasaban de cinco o seis. El pueblo en sí no era muy bonito, como la mayoría de los de la región: casas de adobe con un color terroso que, si no fuese por el campanario, se confundirían con el campo. Falto de agua potable y carente de comodidades. Pero la gente acogió al Tercio de Montserrat con verdadero cariño y todos se desvivían por atender a los requetés. Los hombres aptos para empuñar las armas habían formado una milicia que, en alguna escaramuza de aquel frente estable, se portó con bravura.

 

Apostado en un parapeto de sacos terreros, ofrezco un cigarrillo a un requeté que, sentado a mi derecha, está limpiando el fusil y poniendo saliva en la mirilla.

 

-Gracias, hombre. ¿Usted dicen que es guardia civil, no? Allí en Barcelona nos la jugaron. ¿Ya lo sabe? Claro. Yo tenía ganas de que empezase el follón, ¿sabe? Me decía: si al menos cuando hayan liquidado los nuestros el frente Norte, nos dejaran empujar un poco a nosotros hasta Barcelona. Estoy deseoso de demostrar cómo se porta el Tercio que lleva el nombre de nuestra Vírgen Morena, a quien invocamos todos los días, y que no querrá que de sus hijos salga ningún cobarde.

-Claro.

-¿Y dice usted que hay “internacionales” con los rojos? Nada, que vengan esos franceses, checos, rusos, americanos y toda la fauna de granujas y asesinos de todo el mundo, que donde haya soldados de España, habrá leña para todos; y donde haya requetés, aprenderán a bailar sin música. Esos imbéciles deben creerse que venir a luchar contra los españoles es algo así como ir al cine. 

-Pues vas a tener la oportunidad de decírselo a la cara. Ahí vienen.

 

24 de Agosto de 1937. Quince mil hombres del ejército rojo se vuelcan sobre aquellas casas de tierra y adobe, defendidas por 180 requetés catalanes, reforzados ahora con los 40 falangistas de Belchite que, al mando del alférez Ibáñez, han llegado a Codo sin bajas, después del rodeo que realizaron en su falsa descubierta. Los muchachos de Bach, en “El Calvario”, rechazan sin contemplaciones la primera embestida de los rojos por aquel sector. El sol ha ganado altura y ahora puedo ver, no sin gran preocupación, cómo de El Saso van bajando milicianos y más milicianos que no se ponen a tiro de nuestros fusiles, sino que al llegar a un kilómetro y medio de las posiciones defensivas, corren por los flancos con intención, sin duda, de ir estrechando el cerco.

 

-¿Has visto a esos, Josep?

 

-Sí, brigada, nos rodean. Mal asunto –responde Bach.

-Voy a informar al teniente Roca. Él está al mando, ¿no?

-Justamente. Lo encontrará en Comandancia, cerca del Ayuntamiento.

-Tú aguanta aquí, Bach. Creo que te van a dar un respiro. No se arriesgarán a otro ataque frontal como el primero.

-Eso espero. ¡Suerte, Martorell!

 

Llego a la Comandancia y encuentro al teniente Roca al teléfono: está dando cuenta de nuestra situación a Belchite. Oigo perfectamente cómo le dicen que la artillería de Belchite disparará sobre el enemigo, y que, como allí no existen planos de coordinadas y abcisas, desde Codo vayamos haciendo las correcciones necesarias vía telefónica. Cuelga, enciende un cigarrillo y me observa. Pero yo creo que no me ve.

 

-Mi teniente. Se presenta el brigada Martorell, de la Guardia Civil. He llegado esta mañana con el camión artillado.

-Sí, sí. ¿Martorell? Sí. ¿Se pasó usted por el sector de Belchite? Encantado. ¿Qué quiere?

 

Roca llama a un soldado.

 

-¡Conill!

-A la orden de usted, mi teniente. 

-Vete al Ayuntamiento y desde tu aspillera observa los disparos de la artillería de Belchite. Y cada cinco minutos, me informas. Toma estos anteojos. ¡Arreando!

 

El soldado Conill sale corriendo.

 

-Mi teniente –interrumpo-, en la posición “El Calvario” se ha rechazado un ataque, pero los rojos están iniciando el cerco por aquel sector. El grueso baja de El Saso.

-¿Cómo? Corra detrás de ese soldado y dígaselo. Yo voy a informar a Belchite. Gracias, Brigada. Vuelva pronto.

 

Desde la aspillera de Conill, en el Ayuntamiento, veo cómo nuestra artillería bombardea El Saso, pero los proyectiles, aunque dan en la cima, quedan cortos por unos quinientos metros del núcleo principal de enemigos, que prosiguen su maniobra envolvente. Observo la posición de Bach que se mantiene firme: no ha perdido ni un metro de terreno.

 

-Voy a informar al teniente, Conill. Tú sigue con los anteojos.

-¿Belchite? ¿Belchite? Aquí Codo, el teniente Roca al aparato. A sus órdenes, mi Teniente Coronel. Sí, bien. Pero alarguen el tiro sobre El Saso unos 500 metros y algo más a la derecha. Bien. ¿Vuelvo a llamar en un cuarto de hora? A sus órdenes. ¿Zaragoza? Ya se ha comunicado a Zaragoza lo que ocurre y pronto nuestra aviación dará una ducha a los rojos. Bien, sí, gracias. ¿Refuerzos? Esperamos, sí. A la orden de usted, gracias, mi Teniente Coronel. 

-Mi teniente, ¿ordena usted alguna cosa más?

-Sí, Martorell, hágame de enlace. Vaya por todas las posiciones y me informa. Si ve al señor alcalde…

-¡Aquí estoy!

-Alcalde, bien, tiene usted telepatía. Ordene a todos los paisanos de la milicia que estén en condiciones de disparar que se presenten en la Comandancia. Aquí les daremos fusiles y alguna bomba de mano.


 

No hay palabras para la guerra - Capítulo 22 [Parte 1]