lunes. 01.07.2024

Expuse la situación al teniente que hacía las veces de jefe del cuartel, don Pedro Gómez Soler. Nos reunimos con el resto de la guarnición y acordamos por unanimidad rendirnos. No teníamos otro remedio, salvo el de morir defendiendo no sabíamos exactamente qué causa. Parlamentamos y acto seguido se hicieron cargo del cuartel los milicianos. “El cojo” cumplió su palabra y nos facilitó un salvoconducto que, copiado al pie de la letra, dice:

 

“CNT-FAI. Comité de Defensa Confederal de La Torrassa, Hospitalet de Llobregat. Hospitalet-Torrassa, 4 de mayo de 1937. Autorizamos al compañero portador de la presente para que pueda circular libremente y trasladarse a su domicilio sin que nadie le imponga impedimento alguno. M. Collado. Firmado y rubricado.” Hay un sello que dice: “Comité de Defensa Confederal La Torrassa. CNT-FAI.”

 

Ese mismo día fue citado el personal del puesto a las 21 horas. Se presentó el guardia Sobrino, a quien parece que habían dado facultades y poderes los asaltantes. Formaron todos a su alrededor y lanzó una arenga anarcosindicalista. Yo estaba separado del grupo. Se me acercó el guardia Requena, un buen hombre que estaba por la Causa.

 

-¿Qué diablos hace usted aquí, Martorell? –preguntó, alarmado.

-Esperando órdenes –repuse.

-¡Lárguese, hombre de Dios! –exclamó.

 

Y, como quiera que yo me dirigí, calle arriba, hacia mi casa, me alcanzó, me cogió del brazo y me advirtió:

 

-No, Martorell. Vaya usted a donde le parezca, menos a su casa.

-Pero, Requena, el salvoconducto.

-Será papel mojado dentro de poco. Sobrino es un comunista camuflado que ha engañado a estos “faieros”. Hable usted con Comas cuanto antes y desaparezca.

-¿Usted cree que el guardia Sobrino trabaja para el SIM?

-No me atrevería a negarlo, Martorell. En fin, desaparezca cuanto antes. ¡Suerte!

 

Escondiéndome a ratos, campo a través, llegué a la avenida Diagonal, cerca de lo que es ahora la plaza de Calvo Sotelo. El tiroteo continuaba en toda la ciudad. Tenía la impresión de que los disparos me seguían, escuchaba exclamaciones de dolor y cada sombra me parecía la figura de un miliciano. 

Por fin, pude llegar a un solar donde el sargento Martínez tenía un pequeño huerto; allí pasé el resto de la noche, con el revólver a mano y los ojos bien abiertos. Ahora, también de noche, en el cuarto sucio de un caserón de Belchite, no tenía siquiera el consuelo del “Smith&Wesson” corto que siempre llevaba encima por si se encasquillaba la automática de reglamento. Digo consuelo porque de poco me hubiera servido frente a los milicianos, armados con fusiles y “naranjeros”, a quienes esperaba con una angustia de muerte en aquel huerto de la Diagonal. Ahora, en este cuarto, volvía a sentir el hormigueo en el estómago, la boca seca, las náuseas y la taquicardia. Si la gente de Codo no llamaba, yo estaba muerto. Y si llamaba y no estaban allí Bach o Pagés, mi destino también estaba sellado. Pensándolo bien, aquellos dos requetés enfurecidos se parecían a Bach y Pagés, pero un combate es un combate y las percepciones vienen deformadas por la tensión nerviosa. Como decía un oficial de la Marina, amigo mío, “Martorell, con el agua en las rodillas en una sala de máquinas, te juro que no puedes pensar. Hay que ‘automatizar’ las reacciones.”

Ahora no podía pensar bien. La visión de los requetés se iba desdibujando con el paso de las horas. Por otra parte, aquellos dos chicos estaban demasiado tostados por el terrible sol de la estepa, demasiado excitados por el fragor de la lucha y demasiado desencajados por los gritos. Podían ser ellos u otros fantasmas semejantes, producto de mi imaginación. Lo único que sostenía mi esperanza era que sí recordaba con toda nitidez sus miradas. Y recordaba que no dispararon cuando me tenían a tiro fácil. Recordaba que siguieron mirándome cuando yo retrocedía sin perderles de vista, con el Máuser terciado sobre el pecho. Recordaba el grito de: “Anem-nos!”, de uno de ellos. Y así, entre fantasmas y gritos, debí de quedarme dormido.

 

-¡Eh, viejo, despierte!


 

No hay palabras para la guerra - Capítulo 19 [Parte 1]