lunes. 01.07.2024

-Si es cierto lo que usted dice, señor guardia, estamos muertos. 

Pero no es cierto.

-Hablen con Zaragoza, hablen con quién usted quiera, capitán. Que envíen aviones de reconocimiento. Le repito que a menos de diez kilómetros tienen ustedes a un ejército formidable. Lo manda, desde Bujaraloz, el general Pozas.

 

Santapau volvió a mirarme. Había en sus ojos una suerte de tranquilidad inquisitiva. Me sorprendió aquella calma ante noticias tan dramáticas para su guarnición. Porque, estaba yo seguro, el capitán albergaba sombrías sospechas y se hacía el macho delante de sus hombres. 

 

-Póngame con el teniente Roca, en Codo –dijo sin dejar de mirarme a los ojos.

-A la orden de usted, mi capitán.

 

Y al cabo de unos minutos hablaron en catalán.

 

-Roca, bona nit! No, tranquilitat. Sí. Oiga, teniente, tengo aquí a un prisionero, un “pasado”, que dice que es brigada de la Guardia Civil, de la Comandancia de Sants, en Barcelona… Sí, de Sants… Se llama Martorell. Martorell, exacto. Oiga, teniente, ¿tiene usted a sus órdenes a dos requetés que se llaman Bach y Pagés? ¿Sí? ¿Uno es alférez? Sí, bien, bien. Pues pregúnteles, haga el favor, por este individuo. Martorell, sí. Guardia Civil. Y dígame algo cuanto antes. Es importante. Gracias, buenas noches.

 

-Oiga, mi capitán –interrumpió uno de los soldados que me custodiaban-, ¿y si le damos el paseo? Estamos perdiendo el tiempo con este traidor, creo yo, con todo respeto. Tiene una cara de espía que no puede con ella. Aquí el Serrano y yo mismo lo dejamos fuera de la circulación y listo.

 

Santapau me miró mientras encendía un cigarrillo. Se volvió despacio hacia el soldado.

 

-Esperemos la respuesta de Codo –dijo.

 

Temí por mi vida. En frentes tan tranquilos, tan poco habitados –me refiero a la presencia de guarniciones y no tanto al desierto-, no suele ser habitual que la gente pase de un bando a otro. Por la parte republicana, llegaron allí elementos muy fanatizados, anarquistas, cuya última intención era la de confraternizar con los fascistas. Habían instaurado un régimen revolucionario en las zonas que ocupaban, colectivizando cualquier propiedad agrícola o industrial. En cuanto a la Guardia Civil, era evidente que había tenido un papel decisivo en el fracaso del alzamiento en Barcelona, aunque la gloria pública se la hubiesen llevado los milicianos anarquistas.

 

-¿Me invita a un pitillo, mi capitán?

 

Santapau accedió.

 

-El último.

-Espero que no. 

 

Obtuve como respuesta una bocanada de humo azulado y una mueca cínica.

 

La respuesta de Codo no llegó esa noche. Me encerraron en un cuartucho del segundo piso del edificio habilitado como Comandancia. Maldije mi suerte. 

No creo que pueda haber nada más terrible que la impotencia para actuar ante el peligro de muerte. No se trata ya de enfrentarlo o rehuirlo, se trata de que la fuga es imposible y todo movimiento, vano. Solo me quedaba rezar. Iba a escribir que uno se acostumbra a estas situaciones, pero no lo haré porque es mentira y tampoco quiero dármelas de héroe. En el mes de mayo viví algo parecido. Los milicianos anarquistas –algunos llegados desde este frente de Aragón- asaltaron algunos cuarteles de la Guardia Civil en Barcelona. En el de Sants se tomaron precauciones para su defensa: se dispusieron unos grupos al mando de otro brigada, Domingo Agramunt, que tomaron las azoteas y terrazas más altas de los edificios circundantes. Sin embargo, veinticuatro horas más tarde, el propio Agramunt ordenó evacuar esas posiciones; la fuerza se retiró y esas casas fueron ocupadas por los anarquistas. Así, nos hacían fuego por todas partes. Llegaron a emplazar un cañón en la calle de la Riera Blanca. El jefe de aquellos milicianos era uno llamado “Cojo de la Torrassa”, un tipo que, aparentemente, no se llevaba mal con Comas y los suyos. Este individuo me llamó y dijo:

 

-Martorel (así con “ele”), diga usté a los suyos que les damos un cuarto de hora pa rendirse y aquí no pasará ná de ná. Hablo mú en serio. No haga ninguna de las suyas porque no estamos pa tonterías. ¿M’ha entendío usté?

 

-Sí, claro.

-Pue eso. Un cuarto de hora y salgan sin arma.


 

No hay palabras para la guerra - Capítulo 18 [Parte 1]