lunes. 01.07.2024

Nuestros batallones estaban muy escalonados, con los tanques en la retaguardia. Se quería mantener, frente al enemigo, una aparente tranquilidad. El factor sorpresa tenía que ser decisivo. De manera que había poco movimiento, para que no sospecharan. Aquel frente había quedado estabilizado desde el verano anterior, cuando las columnas anarquistas, “Las Tribus” las llamaban, fueron detenidas por las escasas tropas nacionales que cubrían aquel sector. No les debió resultar difícil: la falta de estrategia, mando y orden de los anarquistas hacía que, militarmente, fuesen un auténtico desastre. En esto tenían razón los comunistas. 

 

No sé a quién se le ocurrió la idea, pero fue una locura. Alguien en el batallón dijo que si fortificábamos la cota del monte llamado El Saso, tendríamos a los de Codo a tiro de mortero y sería más fácil el avance.

 

-¿Quién ha dicho eso, chico?

-No lo sé, Martorell.

-Es un disparate contando con la movilidad de los carros de combate. Lo que hay que hacer es un ataque rápido, por sorpresa, como está planeado, y seguir adelante, dejando atrás Codo y Belchite si hay más resistencia de la esperada. Los nacionales están aislados. ¿Es que no lo ven? Los dejamos a retaguardia y caerán por hambre.

-No lo sé, Martorell.

-Fortificar el Saso alertará a la guarnición de Codo, sin duda. Empezarán a sospechar que se les viene encima una muy gorda.

-No es cosa mía, Martorell.

-Ni mía, chico. Es una idiotez. ¿Cuándo quieren tomar el Saso?

-Mañana. Yo voy.

-¿Tu compañía va? ¿A qué hora?

-Seis de la mañana.

-Iré contigo, chico.

-Gracias, brigada.

-Chico.

-Perdone.

-Mira, llevo aquí una petaca con coñac. Quédatela. Mañana echa un trago antes de salir, te irá bien.

 

Paseábamos por aquella estepa, alejándonos del campamento. Le pedí la petaca al chaval, bebí un poco y se la devolví. En el desierto hace frío por la noche. El hijo de Comas había aprendido en su casa todas las teorías de Bakunin y de los anarquistas, y tenía como ídolo a Durruti, convertido ahora en una especie de mártir de la revolución. Durruti había muerto en noviembre del 36, en extrañas circunstancias. Dicen que se le disparó el fusil ametrallador, el “naranjero”. Yo opino que fueron los comunistas, pero no podría probarlo. Es una mera intuición. Durruti era un tipo duro que nunca se avino a negociar. 

 

-Tendré que usar la fuerza, Ventura –le dije un día.

-Es su obligación –me contestó-. No nos moveremos de aquí.

-Bien. Nada personal, claro. Cargaremos en una hora. Por si te lo quieres pensar.

-Está todo pensado, brigada. Haga su trabajo, que yo haré el mío.

 

Fue la única vez que tuvimos que emplearnos a fondo. Atacamos a los huelguistas a tiros. Ellos iban armados y hacían fuego desde varios puntos de la fábrica. Hubo algunos heridos entre los guardias y muchos más entre los obreros. Durruti pudo escapar. No volví a verle nunca más.

 

-Durruti era amigo de tu padre, chico.

-Sí. Era muy valiente. Yo no soy como él. 

-Muchacho, el asunto no es tener miedo, sino comérselo. El miedo, quiero decir, te lo comes. Sobre todo, ten los ojos muy abiertos. Es difícil que te hieran con un disparo de fusil o de pistola, porque hay que saber tirar muy bien para darle a un blanco en movimiento. Lo más peligroso es la artillería, y los requetés de Codo no disponen de ella. ¿Un cigarrillo?

-Sí, gracias.

-Tú pensarás que esos requetés son fascistas, ¿no?

-Claro, son unos fascistas.

-Pues no. No son fascistas. Son, ¿cómo te diría?, gente religiosa.

-¿Como los curas? Peor me lo pone. 

-No son curas. Son católicos, muy católicos. No como yo, chaval.

-¿Usted no es católico, Martorell?

-Sí, claro, supongo que lo soy. A mí los curas tampoco me caen bien. Pero este desorden que se ha montado con la República, todos estos crímenes, no hay ley, chico.

-Es el pueblo que está harto de los explotadores. Usted lo sabe tan bien como nosotros porque usted es igual de pobre que nosotros. No le entiendo Martorell, se juega usted la vida por un salario miserable y se pone al lado de los poderosos.

-Me pongo al lado de la ley, chico. En eso sí creo: ley y orden. Si no hay ley y orden, el hombre se convierte en un animal salvaje y no puede vivir con otros hombres, ¿entiendes? 

-Pero la ley es injusta y está al servicio de los capitalistas, de los burgueses. Vive usted engañado, Martorell. Pero mi padre dice que usted es honrado y buena persona y que le ha hecho favores que no tenía ninguna obligación de hacer. Mi padre confía en usted.

-¿Y tú?

-Yo, no. Quiero decir que no le conozco. También está usted aquí por huir de los comunistas, ¿no?

-También, es cierto.

-No solo por ayudar a mi padre.

-No solo.

-Bueno, se lo agradezco de todas formas. ¿Vamos a dormir?

-Vamos, chico.

 

Era una constante del ejército rojo eso de fortificar. Lo que yo no imaginaba es que lo llegaran a hacer antes de atacar. En fin, era su problema. El mío, proteger al chaval. Iba a ser su primera acción bélica. Y los requetés, si nos veían y reaccionaban, son muy mal enemigo. No hay nada bajo el sol más peligroso que un requeté recién comulgado. 


 

No hay palabras para la guerra - Capítulo 15 [Parte 1]