miércoles. 03.07.2024

-Sí, recuerdo este texto. Ahora vienen algunas conjeturas de mosén Nonell. No las comparto todas, en especial las relativas al “moro enorme”.

-¿Por qué? Bueno, escuche: “De este relato, que en muchos e importantes detalles no se ajusta a la realidad, queremos destacar dos puntos interesantes relacionados con los ‘fascistas’, que no eran otros que los requetés catalanes del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat, los cuales defendieron Codo hasta el límite de sus posibilidades humanas. Primero: ‘Aquí en Codo los republicanos no han hecho ni un solo prisionero’. Nosotros sabemos que ciertamente quedaron con vida en Codo, a la espera de que entrasen los republicanos, varios requetés heridos y hospitalizados. Además, nos preguntamos: ¿De los requetés que intentaron romper el cerco a punta de bayoneta, a las cuatro de la tarde, y de los que amparados por las tinieblas de la noche intentaron burlar el cerco saliendo de la ‘Casa del Cura’ el 25 de agosto, ¿todos murieron en combate? ¿Todos llegaron a Belchite pasando por el doble cerco rojo? ¿No sería mejor haber dicho: ‘a los requetés que no murieron en la lucha los matamos impunemente’? Segundo: ‘He aquí un moro enorme, brazos y piernas extendidos, y a su derredor, dispersadas por el suelo, vainas de cartuchos disparados.’ Aquí también nos preguntamos: este ‘moro enorme’ según la apreciación del periodista ruso, tal vez nada acostumbrado a ver moros, ¿no podría tratarse del cuerpo del alférez Bach de Fontcuberta, con su complexión hercúlea, su talla de 1,89 m., su impresionante barba negra y el intensamente bronceado color de su piel? Por otra parte, sabemos que en la ‘Casa del Cura’ afirmó varias veces que él quería marchar solo, no en grupo, y que, según versiones de los paisanos de Codo, a quienes los rojos obligaron al entrar en el pueblo a evacuar hacia Fabara, se afirmó que ‘el Barbas’ murió luchando contra un grupo de enemigos que le salieron al paso. ¿Hemos reconstruido con estos detalles los últimos instantes del alférez del Tercio de Montserrat, José Bach de Fontcuberta?” Fin del relato.

 

-Es cierto que los rojos torturaron y asesinaron a sangre fría a los pocos requetés heridos y hospitalizados. Sin embargo, suponer que Koltsov, que Kolstov, no fuese capaz de reconocer a un moro, me parece mucho suponer. Recuerde que fue Bach quien dispersó a la falsa Mehal.la argelina. Recuerde que esos moros iban uniformados como “nacionales” para que la treta diese resultado. Y recuerde que Bach se enfrentó a ellos fuera del pueblo, exactamente donde Koltsov dice que estaba el ‘moro enorme’. Lo más lógico es pensar que ese moro y los otros cadáveres a su alrededor fuesen los restos de la sangrienta batida de Bach.

-Tiene mucho sentido. No imagino a un tipo como Koltsov, que ya había estado en otros frentes, equivocándose al describir a un moro. Sobre todo, cuando los moros llegaron con las tropas de África desde el primer momento. Y, por otra parte, no iba a descubrir la maniobra de enviar a una falsa Mehal.la, porque sería reconocer que la resistencia feroz de los requetés había obligado al mando republicano a una operación semejante. Entonces, ¿qué fue de Bach de Fontcuberta?

-Como ya le he dicho, es un misterio. Tengo para mí que la sombra que trajo el caballo argelino para que Navarro Garriga pusiera sobre sus lomos a Cortacans, herido de muerte, era Bach. ¿Cómo, si no, aparece un caballo de la nada, justo en aquel momento? Mire, aquí tengo otra versión de los hechos: es del escritor Ignacio Agustí, el de “Mariona Rebull”, “El viudo Rius” y “Desiderio”, trilogía llevada hace años a la televisión. Agustí escribió, en 1940, un libro titulado “Un siglo de Cataluña”, que recoge algunas de sus experiencias durante la guerra. Lo que nos interesa está aquí. Se lo voy a leer: “Las piedras de Codo quedan atrás, un año atrás en el recuerdo. La sangre de los camaradas se arropa en el verde musgo nuevo; allí Domingo, sorteador de mesas y muchachas, decía todavía: ‘no es nada’, cuando el morterazo enemigo le precipitó a la cuneta más honda de la posición. Y Bach de Fontcuberta, que parecía querer en La Concha cubrir su cabeza con la cresta verde de los tamarindos, se alejaba del pueblo y dijo: ‘tengo sed’ cuando oyó los cascos de la caballería argelina pisar los escombros de Codo, y hacia aquellos escombros se precipitó con la última bomba de mano, sabiendo que incluso las fuentes ardían. Y después de tres días de asedio fueron llegando, diez, once, doce espectros a Zaragoza, diez, once, doce leones supervivientes del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat.”

-¿Y? No dice nada más de Bach. 

-Ahora es usted quien se impacienta. Espere y escuche: “Y el treceavo apareció de nuevo por Irún, después de haberse evadido de San Miguel de los Reyes, después de haber saltado de nuevo los Pirineos, sin haberse tomado otro tiempo para sí que el preciso para abrazar unas horas enteras a su madre, en una vieja masía cuadrada de la provincia de Gerona.”

-¿San Miguel de los Reyes?

-Un monasterio convertido en penitenciaría desde 1859. Agustí dice que llegan doce supervivientes a Zaragoza y hay otro que, fugado de ese penal, aparece en Irún. El mismo que visita a su madre en la provincia de Gerona. Bien. Los Bach de Fontcuberta tenían una masía-castillo en el pueblo de Castelló d’Empuries, entre otras propiedades señoriales. Se trata de una familia de la nobleza catalana, emparentados con Gaspar de Portolá, explorador y gobernador de California de 1768 a 1770. Curiosamente, en algunas fotos aparece el alférez Bach de Fontcuberta como Bach de Portolá. 

-¿Qué me dice? ¿Y si hubo dos alféreces Bach?

-No lo creo. Las fotos son, sin duda alguna, del mismo individuo. Pero no descarto ninguna hipótesis. Una joven me dijo que el apellido de Bach era Portolà, aunque es difícil probarlo. Pero vea cómo concluye Ignacio Agustí su relato: “El aniversario los encuentra de nuevo en su eterna línea de combate -se refiere al Tercio de Montserrat-. Caen el noveno, el décimo, el undécimo, el doceavo camaradas. Y el que abrazó a su madre y saltó la montaña por segunda vez. Nuevos camaradas caen, por Dios y por España. Durante veintisiete horas seguidas resisten el embate de aquellos que llegan protegidos por la parra verde, escurriéndose por las sinuosas canales del regadío, apiñándose en torno al tronco gris de las higueras; saltan racimos y vidas, ante la lírica resonancia lejana del mar.” Habla Agustí del frente del Ebro, de Villalba de los Arcos, donde el Tercio mantuvo las posiciones que los regulares y los moros iban perdiendo frente al empuje de las brigadas rojas. Se bajaron del tren, después de un viaje extenuante desde Extremadura y, sin tiempo para descansar ni prepararse, se clavaron en las trincheras. 

-Y dice que “el que abrazó a su madre” estaba allí.

-Y quizá murió, sí. Tenemos, pues, dos posibles desenlaces: Bach es el “moro” de Koltsov y muere en Codo, solo, rodeado de enemigos. Dos: Bach, de algún modo, sobrevive y, pasando por el penal valenciano, se fuga y se une a las fuerzas nacionales en Irún. Regresa al Tercio de Montserrat y cae en la defensa de Villalba de los Arcos. Está última posibilidad tropieza con el inconveniente del nombre.

-¿Qué quiere decir?

-Quiero decir que si Bach de Fontcuberta se hubiese reincorporado con su verdadero nombre, se sabría. En cambio, como Bach de Portolá o Plasencia, como me dijo aquella mujer… 

-Sí, claro, o Gutiérrez. Déjelo, por favor. En cualquier caso, ¿sabe usted algo más que tenga interés y pueda probarse o no? 

-Queda una tercera solución al enigma. Está ligada al brigada de la Guardia Civil que llegó a Codo con el camión artillado al amanecer del día en que se inició el ataque republicano. 

-¿Martorell?

-Él mismo. Aquí está. Fíjese: es el “Diario de campaña” de un superviviente, el asistente de Navarro Garriga, el enfermero Antonio Conill. Escribe sobre el inicio del ataque a Codo: “A las cinco y media de la mañana es interrumpido el silencio que reinaba en la población, y el sueño en que estaba yo sumido, por una serie de disparos de máuser y de fusil ametrallador; a la impresión desconcertante y de zozobra que recibí, reaccioné, soñoliento aún, dirigiéndome a la ventana de mi habitación, que por dar a un callejón sin salida no podía proporcionarme grandes informaciones, pero que sirvió para que mi cabeza se despejara totalmente y me pudiera dar cuenta de que algo grave estaba ocurriendo. Despierto al alférez médico, cuyo sueño era tan profundo que las detonaciones no habían logrado perturbarlo. El alférez, de momento, me mira malhumorado, pero inmediatamente, sin que cambiemos ni una sola palabra, comprende el motivo de mi actuación. Nos vestimos y corro al botiquín. Acaba de amanecer. En las calles por las que discurro, van asomándose las cabezas de los atemorizados vecinos, que no se atreven a salir de sus casas; algunos me preguntan qué ocurre, pero no puedo entretenerme en charlas, ni sabría tampoco qué contestarles, y sigo mi camino. Al mismo tiempo que llego al botiquín, entra en la plaza del pueblo el camión blindado que todos los días hace el servicio de descubierta entre Belchite y Codo. Descienden de él sus ocupantes, y entre ellos aparecen un brigada de la Guardia Civil y un soldado; el primero, con la cara cubierta de sangre y el segundo sujetándose la muñeca.”

-¿Martorell?

-Casi con toda seguridad, caballero. Permita que siga con el relato del enfermero Conill: “Entran en la habitación que utilizamos para las curas y, al poco, llega el alférez Navarro. Nos explican lo ocurrido: como de costumbre, han salido de Belchite a las cinco de la mañana; seguían por la carretera tan confiadamente que incluso llevaban abierta la portezuela posterior del blindado y estaban sentados en ella, cuando, a mitad de camino, y del margen de éste, se levantaron unos cincuenta rojos disparando y lanzando bombas de mano. El camión salió indemne del ataque, y acelerando la marcha cuanto de sí podía dar el motor, consiguieron hacer fracasar la emboscada enemiga. En los primeros momentos de sorpresa fue cuando se produjeron los heridos. Nos explican también que los ocupantes del camión no se quedaron mancos y que, al hacer funcionar la ametralladora instalada en la torrecilla, una docena de rojos mordieron el polvo en la carretera. 

Las heridas, afortunadamente, son leves. Mientras, los ruidos de los disparos se han generalizado; en todas nuestras posiciones se hace nutrido fuego, lo que nos indica que los rojos nos han rodeado completamente.” ¿Qué le parece?


 

No hay palabras para la guerra - Capítulo 11 [Parte 1]