miércoles. 03.07.2024

Esta mañana en la terraza todo era tan bonito, tan luminoso y suave, tan puro y claro -casi transparente- que solo podía vivirse a través del frescor de la brisa y de los primeros rayos de un sol que bostezaba. Todo estaba lleno de ternura y de alegría. Entonces ha llegado un olor negro, de alquitrán. Y el mundo que yo veía se ha estropeado bastante, como si una parte del vitral de la Creación se hubiese opacado de repente y para siempre. La flor roja del hibisco me ha hecho una señal. La flor es más sólida; es más que un vaho pestilente. Si quisiera, la Brisa barrería el vaho oscuro. Tengo que dejar la terraza y desayunar. El té y el pan de espelta con mantequilla y mermelada de higos. Me gustan los higos porque son una fruta del Libro y de la Brisa. Si no hay higos, la Brisa se torna huracán y, tal vez, humos oscuros. La espelta es un cereal antiguo, tres mil años,  con poderes que sanan, al parecer, según Santa Hildegarda de Bingen.

No sé si saldré a pasear. Seguramente sí, porque no tengo nada mejor que hacer. Pasear es vivir la vida como está pensada, quiero decir que está pensada como lugar de paso, pero prefiero llamarlo “de paseo”: cuando se termina el paseo llegamos, como los ríos de Manrique, a la mar que es el morir. Cruzar la puerta dorada y entrar, no lo sé, ¿en Minas Tirith? ¿O en los bosques de Walser? Dicen que en el Otro Lado se reza. En los bosques se reza sin querer y sin esfuerzo. Hemos imitado a los bosques construyendo catedrales para rezar, con sus columnas como troncos, pero no es lo mismo. Es preciosa una catedral, claro. 

Y no es lo mismo. No. Prefiero el bosque. 

-Saldré a pasear.

Podría escribir. No quiero escribir. ¿Escribir, para qué? 

¡Hay tantos libros! No podré leer todos los que tengo en la biblioteca, es una pena. Los libros que no se leen me dan mucha pena. Me dan tanta pena como el último pastel del aparador de una confitería, solo él, allí, un domingo por la tarde. Es una historia, la del último pastel, que me contó mi padre hace muchos años, y yo la escribí y la presenté a la profesora de tercero de bachillerato, trece años de pubertad, aquel plan de estudios de 1962, y le gustó y me puso un notable, creo. Mi padre decía que el pastel no había cumplido su misión en esta vida. Esto me creó, hasta hoy, un profundo desasosiego: ¿cuál era la misión de mi vida? ¿Cuál es? Oh, no, no es escribir. Vaciar el alma no es escribir. Haría mejor escribiendo poemas, pero no tengo oído musical. Lo pueden comprobar en esta pieza que recuperé ayer de una libreta:

 

"Creo firmemente, Señor, que estás aquí, presente. 

Aquí, en el madero eternamente luchas Tú, por mí, contra la muerte.

Vencida ya quédate, Señor, de nuevo aquí, por mí, siempre presente".

 

Suelo escribir sobre el sentido de la vida, o sea, sobre la misión, de vez en cuando, cuando me sobrepasa la incertidumbre y el camino se torna intransitable -también llegan vahos de alquitrán a los caminos sin asfaltar-. Me doy cuenta de que expresar un desahogo tampoco es escribir, y, aunque hayamos decidido que escribir no es misión mía, ¿será tal vez la de alguien? Creo que sí, pero quien debe llevarla a cabo se empeña muchas veces en otros menesteres. Es muy normal ver a pintores que, en realidad, tendrían que haber sido escritores. Son esos pintores que tienen que explicar sus obras con muchas palabras. Entonces usan dos lenguajes distintos (pintura y escritura) y nos hacemos un lío y no llegamos a ningún sitio, ni siquiera paseando despreocupadamente. Una pena.

 

No voy a decir que pasear sea el sentido inmediato de la vida de nadie, excepto para Walser. Y, sin embargo, es más honrado que perseguir a los Inútiles, a los Ídolos. La idolatría es un pecado muy grave, es peor que la muerte porque no lleva a puerta alguna sino al cielo del ateo. Terrible. Es terrible el cielo del ateo. Más tarde les hablaré del cielo del ateo, recuérdenmelo, se lo ruego. Ahora voy a pasear. Intentaré olvidar cuál es el sentido de mi vida, es decir, olvidaré pensar en ello, si puedo, porque todavía no lo he descubierto. Esto ya se lo había contado, me parece que repito las ideas, y me da miedo tener Alzheimer, pero ustedes sabrán disculpar el miedo y la enfermedad; gracias, de verdad, son muy amables.

 

No hay palabras para la guerra - Capítulo 1 [Parte 1]