sábado. 28.09.2024

El nudo había cedido lo suficiente como para que el ruso pudiese propinar un golpe tremendo, con el antebrazo, a un Carmelo adormilado. Desatándose a toda prisa, y abrochándose los pantalones, el ruso cayó sobre María y la inmovilizó con una presa que podía partirle el cuello. Carmelo se colocaba la mandíbula en su sitio, con las dos manos. 

-Tú no hacer nada raro o yo matarr ésta.

 

María, al borde de la asfixia, apenas podía arañar el brazo del ruso y jijear entre sofocos. La ambulancia había parado.

  

-No me han gustado esos golpes ahí detrás, chico. Yo abro la puerta y tú me cubres. 

-Exagera, brigada. Carmelo se habrá caído de la camilla, eso es todo. 

-Cúbreme. 

 

Cuando Martorell abrió la puerta, el ruso se abalanzó sobre el brigada llevando a María como escudo. Martorell se fue hacia atrás trastabillando. Fran, sorprendido por un instante, apuntaba al ruso. María estaba pálida.

 

-¡La vas a matar, ruso! 

-No, si tú no hacer tonterrías. Brigada, usted tampoco tonterrías. 

-¿Qué quieres?, dijo Martorell gélido. 

-Usted no ir Vienne, ni Lyon. Usted evitarr. Nuestra gente soviética allí. Trampa para usted. 

-Ah, muy bien, hombre. ¿Y qué más hemos de hacer? ¿Nos suicidamos directamente? 

-Brigada: seguirr esta carretera, pero no llegar Vienne ni Lyon. Allí trampa. 

-¿Por qué hemos de creerte, ruso? 

-Ambulancia mucho dinerrro, acciones. Amerricanos pagar muy bien. Parra ti, brigada, hay dinerro. ¿Gustas dinerro? 

Martorell no dijo nada. Su revólver apuntaba al cielo. Fran reaccionó: 

-¿Y si no, qué? 

-Yo matarr ésta, primerro. Tú matarrme. Luego soviéticos matarr vosotros. Fácil. Todos muerrtos. 

 


 

Harris - Parte 4