lunes. 01.07.2024
Novela primera sobre el citado brigada Martorell [Parte 2]

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 8 [El amigo de Picasso]

El arte no descansa, parece ajeno al bullicio formado en Barcelona por la detención del hijo de Rafael Domènech, marchante de artistas como Antonio Gaudí y Pablo Picasso. Quizá aquí hay que buscar la explicación al silencio del propio Domènech, pero también de lo que se conoce como la bohemia barcelonesa o mundo de los artistas. El impacto de la noticia no ha detenido la actividad en ninguna de esas tertulias; Els Quatre Gats y el bar Marsella, entre otros, mantienen su rutina sin más preguntas de las debidas.

 

Uno de los pintores más prometedores del momento se ha dejado ver por Els Quatre Gats, es Pablo Ruiz Picasso. El joven ha empezado a trabajar en el estudio de Ángel Fernández de Soto, en el número 6 de la calle Nou de la Rambla. Sus trabajos comienzan a granjearle cierta fama en el modernismo catalán, que le acoge como a uno de los suyos. El de Picasso es un estilo con gran influencia africana, un clásico rompedor, le definen algunos.  Expresionismo puro, para otros. Con Fernández de Soto comienza el período azul del artista, del que precisamente destaca el cuadro titulado “Retrato de Ángel Fernández de Soto”. Si no es por Picasso, este hombre sería un completo desconocido. Muchos prefieren llamar a esta obra “El bebedor de absenta”, pues la de beber se diría que es, junto a la pintura, la afición más apasionada del tal Fernández, al que sus amigos llaman “el patas” porque se pasa el día haciendo recados para el almacén en el que apaña algunos trabajillos extra. 

La vida de artista, que es muy dura.

 

Precisamente la amistad entre ambos viene de una noche en el Edén Concert, un cabaré del Raval en el que es común ver a todo tipo de artistas. En este local de moda de la calle Conde de Asalto se dan cita jóvenes y mayores buscando algo de evasión y entretenimiento en los bailes y canciones al modo del cabaré europeo. A Picasso no le resulta complicado encontrar la inspiración en ningún sitio, y menos en este lugar, de ello da buena fe “Dama en Edén Concert”, otra creación de esta etapa azul que desarrolla en Barcelona pero cuya influencia viene de sus múltiples viajes a París. Picasso se decanta por los tonos azules y retrata a personajes delgadísimos con expresiones trágicas. La “Dama en Edén Concert” aparece sola sentada a la mesa con la cabeza gacha, mientras sostiene una copa junto a una botella de vino. Su rostro tiene gesto pensativo y la figura es alargada, algo que muchos críticos vislumbran como influencia de El Greco.

 

Por allí también suelen parar pintores como Ramón Raventós, Jaume Sabartés, Mateo -hermano de Ángel- o Carles Casagemas. Fue la traumática muerte de este último, suicidado en un café de París delante de su ex amante Germaine, que le había abandonado por otro, lo que propició esta época azul de Pablo Picasso. La tragedia como inspiración es una constante en la vida del pintor. 

Y no siempre de historias o situaciones que le llegan de oídas, también es testigo de escenas que luego plasma en sus cuadros más celebrados. El artista recorre junto a Ángel Fernández de Soto los burdeles del Raval y del Distrito Quinto de Barcelona. Ahí observa el gran drama social de la época: la prostitución. Una plaga que inunda las calles de todo un barrio debajo de la Barcelona burguesa y modernista oficial. Las autoridades toleran que la vía pública se haya convertido en un pozo de insalubridad y vicio, todos prefieren mirar hacia otro lado. 

 

-Un artista no puede tener reparos morales-, le repite Fernández de Soto a Picasso.

 

El malagueño se lo toma al pie de la letra y se deja arrastrar hasta la calle Conde de Asalto. Allí Ángel y otros dos amigos van en busca de furcias una noche. La idea del artista es captar el momento, las sensaciones y las expresiones de las prostitutas mientras atienden a sus clientes. En frío, en crudo, sin filtros, nada de relatos de terceras personas o de mirar a través de una ventana. El propio Picasso inspecciona la luz y los espacios de la habitación en la que en unos minutos se va a producir una pequeña orgía. O no tan pequeña: sus tres amigos van a beneficiarse de hasta cinco prostitutas. Satisfacción para la carne pero también para los sentidos, para el alma, para la sensibilidad del artista, que aspira a transformar una escena mundana y vulgar en una obra de arte. 

 

El artista es el primero en llegar a la habitación. Despliega su material y espera paciente la llegada de las chicas. Son cinco jóvenes de aspecto desaliñado, delgadas, de tez morena. Por un momento cree que ha contado mal, ¡seis mujeres! Picasso las vuelve a contar, efectivamente son seis. Ah, pero es que una no participa, tan sólo acompaña a las chicas. Su nombre es Enriqueta, que se presenta y pone algunas condiciones:

 

-Si van a ejercer y además van a posar para un cuadro entonces el precio sube.

 

Para Fernández de Soto aquello no supone impedimento alguno, así que suelta el parné sin mayores problemas. Y no es que le sobre el dinero, pero es que el vicio no lo perdona. Picasso respira aliviado, el arte por encima de todo, sin barreras ni impedimentos. Enriqueta da el visto bueno y ordena a sus chicas que se desnuden. Da la impresión de que no hacen nada sin su consentimiento. De pronto, Enriqueta pone otra condición:

 

-Si las vas a retratar, que sea antes de que se pongan en faena. Después tú sueltas el pincel. 

 

Dicho y hecho.

 

El pintor las coloca en una esquina de la habitación y comienza a retratarlas. Las figuras aparecen al natural, algunas desnudas y otras semidesnudas. Esos cuerpos desnudos han visto mucho mundo, han sido contemplados por infinidad de hombres hambrientos de carne, pero es verdad que nunca por uno con un pincel en la mano. En esto sí son vírgenes. Una de las mujeres muestra algo de recelo y desconfianza, pero solo le dura un instante, el tiempo exacto que Enriqueta emplea en espantar con una mirada fulminante el menor atisbo de debilidad. A trabajar. Y qué más da, piensa la pobre muchacha resignada, que a partir de ahora vaya a ser contemplada por más ojos de la cuenta a través de la pintura, si a estas alturas de la vida ya no le queda nada que esconder. 

 

En cierto modo tiene su encanto que ninguna de las prostitutas conozca de nada al pintor que tienen enfrente, pues todas se imaginan que el cuadro que está preparando va a ser un retrato certero y fidedigno de lo que ven los ojos del artista, diríase casi una fotografía. Por eso todas se esfuerzan en lograr su mejor pose, creyendo, ingenuas, que lo que se plasme en el lienzo va a ser el vivo retrato de cada una de ellas. Ninguna cuenta, claro, con la inspiración del artista ni con la técnica que va depurando para asombro de la Barcelona modernista. Picasso se ha empeñado en acabar con el realismo y adentrarse en otra dimensión, la del cubismo. El nuevo estilo deforma la realidad, descompone las figuras al tiempo que destaca las formas. Hay un predominio de las líneas aplicadas geométricamente. Para el pintor malagueño la composición no es más que descomposición: una suma aleatoria de formas geométricas simples eliminando todo detalle de humanidad.

 

Durante el posado en la habitación no para de entrar y salir, muy nervioso, Fernández de Soto, que irrumpe en la estancia portando una calavera en la mano, no se le ha ocurrido mejor forma de homenajear al malogrado enamoradizo Casagemas que haciéndole partícipe -de aquella manera- de la orgía que en breves minutos allí se va a celebrar. A Picasso no le entusiasma lo de la calavera y, aunque no se lo ha dicho a Ángel, ya tiene claro que no la va a plasmar en su óleo sobre lienzo. El artista apura el boceto, cree haber captado con precisión la expresión y el alma de las cinco infelices muchachas que cada día venden su cuerpo al mejor postor.

 

Enriqueta está a punto de perder la paciencia, este pintor de ojos grandes está tardando más de la cuenta, y a ella no le gusta que tengan a sus chicas distraídas con cosas que no son específicas de su trabajo.

 

-Bueno, se acabó el pintar, que mis mujeres cobran por horas-, dice esta nada delicada madame mientras da dos palmadas para meter prisa.

 

Al artista no se le cae el lápiz, pero casi.

 

Dos horas después de allí salen no tres, sino cuatro hombres exhalando un intenso olor a sudor que ya no desaparecerá en toda la noche. 

El artista sonríe: ha recordado las palabras que Ángel Fernández de Soto le susurró al entrar en el Raval.


 

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 8 [El amigo de Picasso]