lunes. 01.07.2024
Novela primera sobre el citado brigada Martorell [Parte 2]

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 26 [La banca siempre gana]

Las cenizas de la Semana Trágica aún están calientes. La Guardia Civil se cobra la primera detención significativa relacionada con esos días de sangre y fuego. Se trata del profesor Francisco Ferrer Guardia, una cara conocida para todos. La policía no tardó en poner sus ojos en él cuando las revueltas subversivas y el odio anticlerical se desataron en Barcelona. Más aún vigilado como estaba desde que puso un pie en España tras su exilio parisino voluntario. Aunque luego fue absuelto, la sombra del atentado perpetrado por su alumno Mateo Morral en Madrid contra los reyes siempre le ha seguido. 

 

Es la segunda vez que el masón reconocido se enfrenta a la justicia, ahora acusado de ser el promotor de este baño de sangre en el que han perdido la vida 80 personas, medio millar han resultado heridas y más de 100 edificios han sido incendiados, la gran mayoría iglesias y conventos. La actividad clandestina de Ferrer Guardia no ha pasado por alto para las autoridades, que han estrechado el círculo sobre el profesor de la clausurada Escuela Moderna, el hombre cuya fe se resume en libertad, igualdad y fraternidad. Por sus aulas ha desfilado gente de toda clase y condición: estudiantes y obreros, revolucionarios de vocación y furibundos anarquistas como su bibliotecario, que cambió los manuales de literatura e historia por los de cómo fabricar una bomba. 

 

La entrada en prisión de Ferrer Guardia se produce el mismo día que el padre de Teresita Guitart recibe una visita. Un hombre de mediana edad y buen aspecto quiere hablar con él. El desconocido pone tanto empeño en ese diálogo como celo en preservar su identidad.

 

-Se lo voy a contar todo, no va a estar preparado para lo que va a oír, ni siquiera he venido a que me perdone, porque no me lo merezco. Vengo porque así me lo dicta mi conciencia, necesito desahogarme y pedirle sinceras disculpas.

 

Gerardo, estupefacto, observa a este misterioso hombre que ni siquiera le ha estrechado la mano. 

 

-No le diré mi nombre, tan solo mi profesión: soy banquero. 

 

El padre de Teresita aguarda, desconfiado y temeroso sin decir una palabra, a lo que este extraño le va a contar.

 

-Disculpe que comience por el principio, pero esto que le cuento lo entenderá enseguida, es fundamental que escuche esta parte para comprender el final. 

 

El hombre comienza su relato:

 

-Para triunfar en el mundo de la banca tienes que dejar tu conciencia a un lado. Y yo acepté entrar a cualquier precio, aunque esto no sea realmente cierto, siempre hay un precio que pagar, así que yo vendí mi alma al diablo. Al principio pensé que solo se trataría de dinero, de ganar mucho dinero a costa de la gente. Pero no, detrás de todo eso hay cosas peores que la rapiña, cosas mucho más sucias. De modo que no miento si le digo que me estuve entrenando para convertirme en un psicópata, es decir, para llevar con normalidad cosas que no son tales. Te invitan a orgías donde se consume opiáceos y alcohol en grandes cantidades, aunque sin duda eso no sea lo peor. He visto cosas terribles, como a hombres orinando encima de las prostitutas que previamente se han beneficiado entre dos o palizas a estas mismas mujeres porque los clientes van demasiado borrachos o sencillamente les divierte. Es el mal por el mal.

 

Los ojos de Gerardo son de espanto. ¿Por qué me lo cuenta a mí?, piensa. Algo le dice que lo que va a escuchar a continuación no le va a gustar nada. Su interlocutor comienza a hablar de luciferismo y asegura que para los que mandan en la banca el resto de la humanidad no es más que un rebaño de ovejas, parásitos inútiles de los cuales hay que aprovecharse para que la banca siga acumulando riqueza. Luego habla de iglesias de Satanás, un remedo de santa misa en la que participan mujeres desnudas en un ambiente de paranoia, sexo y más drogas. 

 

-Al principio todo aquello me divertía, me atrapaba la facilidad con la que podía tener sexo cuantas veces quisiera sin compromiso alguno. Era como estar al margen de la sociedad, por encima de todos, una especie de pacto entre poderosos consistente en que todo lo que allí ocurría se quedaba entre esas paredes. Pero un día toqué fondo. 

 

Gerardo asiente levemente para que continúe con la historia.

 

-Fue cuando vi que se abusaba de niños. Antes he de reconocer que algo había sospechado, pero sin ver nada concreto. Le doy mi palabra que yo jamás hice nada, aunque soy tan culpable como el que más por mirar hacia otro lado. Pido perdón.

 

Este reconocimiento de culpa es un hachazo para Gerardo, que ya no tiene ninguna duda de por dónde van los tiros. ¿Por qué me pide perdón?, le contesta.

 

-Verá, es que en la última orgía que participé una de las prostitutas abandonó la casa a la carrera tras descubrir lo que había en una habitación. Salió gritando, espantada, tras abrir la puerta de este cuarto y ver allí a uno de los hombres invitados a la orgía con una niña. Fue en el piso de la calle Poniente 29 donde estuvo secuestrada su hija Teresita. Yo no sabía nada, me enteré al final, le juro que de haberlo sabido no hubiera ido. Jamás.

 

Gerardo rompe a llorar. Está abatido, roto por dentro, y aún así no guarda rencor a este hombre, cree que es injusto matar al mensajero, sobre todo cuando demuestra sincero arrepentimiento. La rabia la guarda para la prostituta que organizaba estos encuentros y para quienes participaban en ellos a sabiendas de lo que había. Gente sin alma ni corazón.

 

-Me tiene que llevar ante esos hombres, esto no va a quedar así, no van a salir impunes de esta fechoría.

 

-Gerardo, sé que es duro lo que voy a decirle, pero déjelo estar. Ya han detenido a la secuestradora de su hija. Olvídese de los hombres, no remueva más las cosas. Sé que su dolor de padre es grande, pero hay gente muy poderosa con la que no conviene pleitear. Le garantizo que la banca siempre gana. 

 

El hombre se marcha avergonzado pero con la conciencia tranquila de haberle contado la verdad al hombre que más ha sufrido de Barcelona en las últimas semanas. Al despedirse, a Gerardo le tiemblan las piernas y manos, es probable que jamás se recupere del trauma. Quién puede asimilar una cosa así, y eso que al menos ha recuperado a su hija. 

 

En mitad del escándalo de Teresita Guitart la prensa aún tiene espacio para calentar el juicio al que se enfrenta Francisco Ferrer Guardia, cuya cara ya resulta tan familiar en los periódicos como la de la pequeña Teresa o la puta Enriqueta Martí. El abogado del profesor, el capitán Francisco Galcerán Ferrer, habla de persecución y de que todas las pruebas que se están presentando contra su cliente no son más que patrañas. No hay nada consistente que relacione al creador de la Escuela Moderna con las revueltas de la Semana Trágica, sostiene el letrado, que reúne a los periodistas para emitir un comunicado sobre el desarrollo del juicio:

 

-Todas las declaraciones son imprecisas y solamente a través de terceras personas son capaces de acusar al señor Ferrer Guardia de haber dirigido los incendios de edificios religiosos. Mi cliente ha sido colocado en el centro de la diana, víctima de una corriente de opinión pública que necesita ver a algún responsable pagando por lo sucedido.

 

Pero lo cierto es que en la instrucción el abogado defensor no ha sido capaz de conseguir ningún testimonio favorable, y los que ha aportado han sido desestimados por el juez por inconsistentes. Parte del sumario ha sido filtrado a periódicos de Barcelona, que anuncian el final que le espera a Francisco Ferrer Guardia. La Vanguardia, El Correo Catalán, El Diario de Barcelona e incluso el madrileño ABC hacen leña del árbol caído. Para ninguno de ellos hay duda de que el profesor es culpable y debe pagar con su vida por lo sucedido. Intelectuales como Unamuno se pronuncian sobre el asunto con la claridad de la que carecen otros de sus compañeros de generación. El escritor vasco se refiere a Ferrer Guardia como un “mamarracho, mezcla de loco, tonto y criminal cobarde; monomaniaco con delirios de grandezas y erostratismo”.  

 

Sin embargo, Ferrer Guardia también tiene quien le escriba, casi siempre rotativos extranjeros. En París se organizan manifestaciones para pedir su libertad, periódicos franceses titulan que España ha vuelto a la Santa Inquisición, “a sus días más tenebrosos para perseguir a quienes no siguen el dogma católico”. El caso Ferrer ha trascendido las fronteras españolas y su resultado final genera una expectación desmedida.

 

Al fin llega la sentencia: es culpable. El tribunal militar que ha juzgado a Francisco Ferrer Guardia le condena a muerte como instigador y máximo responsable de lo acaecido en la Semana Trágica de Barcelona. Una hija de Ferrer implora el perdón al mismísimo Rey Alfonso XIII. Le pide clemencia. “Rey muy cristiano que para un pueblo caballeroso simboliza la generosidad y la omnipotencia, no rechazad la humilde y ardiente súplica de la hija de Ferrer. Oh Rey que, como Dios mismo, podéis disponer de la vida o de la muerte, disipad por un arranque de vuestro noble corazón la amargura de mi alma y escuchad la humilde y ardiente súplica”.

 

La hija no recibe respuesta, ya nada detiene el destino del creador de la Escuela Moderna. No hay piedad para quien ha desatado el caos y ha llevado a la muerte a aquellos hombres que siguieron con fe ciega su utopía del paraíso en la tierra. El hermano de un joven de 17 años que perdió la vida en los disturbios con la policía durante la Semana Trágica, envía una carta al Diario de Barcelona que pronto reproducen otras cabeceras: “Mi hermano, como tantos jóvenes utópicos e idealistas se dejó arrastrar por la promesa de que alcanzaría el sueño de un mundo nuevo y redentor en esta Barcelona corrompida y secuestrada por el mal. Pero lo que se encontró fue un infierno que le condujo a la muerte. De todo ello hay un culpable llamado Francisco Ferrer Guardia, que ha puesto en práctica aquello de poner tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias”.

 

Los periódicos, casi todos, celebran aliviados que el responsable de tanta muerte y destrucción vaya a pagar con su vida el daño causado. El fin de la historia se resuelve una mañana de otoño en el foso de Santa Amalia de la prisión del castillo de Montjuic. Francisco Ferrer Guardia ha muerto. 



 

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 26 [La banca siempre gana]