lunes. 28.04.2025
Novela primera sobre el citado brigada Martorell [Parte 2]

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 23 [El secuestro]

La distancia entre Pujaló y Enriqueta Martí vuelve a convertirse en la rutina de sus vidas. Cada uno por su lado, y no es que las diferencias sean insalvables, es que ya ni siquiera disimulan lo más mínimo, parece que esta vez la ruptura es la definitiva. La muerte del pequeño Nicolau acabó por hundir aún más a esta madre frustrada, su carácter ciclotímico está ahora más agudizado que nunca. Ha vuelto al piso de la calle Poniente, a su amargada soledad bipolar de elegante madame y vulgar puta. Es obvio que de Pujaló no quiere saber nada desde la tragedia prenavideña. Una vez consumada la tarea encomendada de propiciar el embarazo, su marido ya no le resulta útil. Sin ánimo para intentarlo una segunda vez, el bueno de Joan no es más que desecho de tienta. Claro que a estas alturas el sentimiento es mutuo. Al  pintor, imposible superar el dolor de perder un hijo, poco le importa el abandono de Enriqueta, y más ahora que está inmerso en resolver asuntos más importantes, como si hubiera contraído un compromiso consigo mismo de no descansar hasta que no se hiciera justicia a las mujeres muertas y los niños explotados para saciar los vicios más oscuros de los mayores.

 

Hoy se ha levantado con ánimo de madame, de modo que Enriqueta reúne a sus mejores prostitutas para anunciarles que van a prestar servicio a unos clientes muy especiales. La princesa del pueblo no se ha olvidado de Carles Samaranch, al que prometió que organizaría una orgía. Enriqueta sigue convencida de que el encuentro debe celebrarse en su propia casa, en el número 29 de la calle Poniente. Una de las chicas que ayudó a Enriqueta a llegar al hospital para dar a luz es la encargada de transmitir el mensaje a Samaranch. Esta misma tarde la chica vuelve con un recado para su señora: se hará en su casa, pero no con las fulanas que ella desee. Enriqueta tuerce el gesto cuando recibe el mensaje, pero acepta. De nuevo envía a su chica a darle el visto bueno, aunque con algún matiz: ya que ellos eligen a sus chicas, el precio sube. La joven prostituta le transmite su mensaje: quiere cerrar una fecha para la velada y Samaranch anuncia que será esta misma noche, para qué esperar. Serán cuatro los hombres. Enriqueta limpia el piso y dispone todo lo necesario para que a la orgía no le falte de nada. Además tiene preparada una sorpresa que seguro gustará a sus clientes. 

 

Horas antes de la cita la madame hace llamar a alguna de sus chicas de más confianza. Aunque ella misma ha participado en encuentros celebrados en pisos majestuosos con mayordomo y portero -gracias al fallecido Pascual Dolls-, les pregunta por la decoración y por cualquier detalle que resulte imprescindible. Oscuridad, luz solo de velas, y muchas camas. Esto último será imposible, el piso de Enriqueta es pequeño y solo tiene una habitación además del salón comedor. Todo se hará a la vista, si acaso ha pensado en colocar varios colchones en el suelo. Es curioso lo escrupulosos que son estos señoritos para algunas cosas y lo cerdos que son para otras, piensa la madame. Una vez terminada de arreglar la casa, Enriqueta ordena a su chica de los recados que elija a una docena de ellas para poder ser seleccionadas por Samaranch. “Si ellos son cuatro, entonces vosotras cuatro, si insisten entonces el precio vuelve a subir”.

 

Es medianoche y al fin llaman a la puerta del entresuelo primero del edificio del 29 de la calle Poniente. Enriqueta abre y ve pasar a las chicas, a las que saluda cordialmente. Una, dos, tres y cuatro. Ellos: uno, dos, tres y Carles Samaranch. “Bienvenidos”, dice ella. Ninguno le responde, aún no se han sacudido cierto nerviosismo por adentrarse en territorio desconocido. No es que sea la primera vez que lo hacen, qué va, pero se les nota algo inquietos, no paran de mirar hacia todos lados como analizando el lugar en el que van a dar rienda suelta a sus vicios más inconfesables. Ciertamente no tienen mucho espacio en el que poner sus ojos, el salón no es gran cosa y al fondo se ve una puerta que conduce a una habitación. Hay varios colchones en el suelo y una especie de catre que hace las veces de sofá. Un baño sin ventana y una cocina empotrada en el propio salón completan el piso. El último en pasar, Samaranch, es el que se mueve como pez en el agua y pone el dinero encima de la mesa. En ese instante se acerca a Enriqueta y le sugiere que participe en la orgía. Ella, como la otra vez, se hace de rogar y dice que “en principio no”, que si él está especialmente interesado debe pagar un extra por ello.

 

-Que el dinero no sea un problema-, dice uno de los hombres que le acompañan. Así que Carles paga algo más, asunto resuelto. 

 

-Antes de empezar, seré muy clara. Esta es mi casa, así que las normas las pongo yo. Todo transcurrirá en este salón, que aunque no es muy grande he dispuesto colchones suficientes para todos. La sorpresa está dentro de la habitación. El que quiera consumirla deberá pagar otro plus. Por supuesto, todo lo que ocurra entre estas paredes no debe salir de aquí.

 

Los hombres se van acercando a las mujeres y las van tomando una a una. Samaranch va directamente a por Enriqueta, de modo que una de las chicas queda libre. Mientras consuman el coito, ella vuelve a aprovecharse de la debilidad de su cliente para susurrarle al oído: “¿quiénes son tus amigos?, creo que los he visto en alguna parte”. La puta Enriqueta se ha preocupado de emplear un tono de voz lo suficientemente bajo para que el resto no la oiga, realmente están todos muy cerca, casi podrían tocarse los unos a los otros mientras fornican. Carles da la callada por respuesta y sigue a lo que ha venido.

 

Entre las muchas velas encendidas y las cuatro parejas que practican sexo sin parar, el calor, a pesar del invierno, es por momentos asfixiante en este salón del vicio. Hay uno de los hombres que se detiene en seco, a punto del desmayo. Pasados unos minutos se recompone y Samaranch le recomienda:

 

-Pablo, vaya usted a la habitación a catar el regalo. 

 

No ha hecho falta mucho esfuerzo para convencer a este hombre, que entra en la habitación y cierra la puerta. Los ruidos que salen de ese cuarto son cuanto menos confusos. Una sucesión de golpes continuados va seguida de gritos agudísimos, diríase que la puta es muy joven, adolescente. Pasado un rato en el salón todos han cambiado al menos dos veces de pareja. Samaranch no deja que nadie toque a Enriqueta: ella es sólo para él. Algunas putas están exhaustas, entre el calor y el ritmo al que son sometidas ni siquiera tienen agua para beber. La chica que sobra en el salón siente curiosidad en saber por qué no ha salido todavía el hombre que entró en la habitación a probar la sorpresa. Casi una hora ha pasado y no hay atisbo de que vaya a salir. Hace ya un rato que de esa habitación no se escucha sonido alguno. La puta está decidida a entrar, justo ahora que Enriqueta no mira. La chica empuja la puerta y un segundo después emite un grito de horror: ¡aaahhh! Su rostro es la misma expresión del espanto, el miedo y la incredulidad. La mujer se dirige como un rayo hacia Enriqueta, a la que agarra del pelo sin importarle que un hombre estuviera sobre ella, parece haberse olvidado de que se trata de su jefa, porque tampoco tiene reparos para hablarle a gritos: “¿Por qué? ¿Por qué no nos lo has contado? ¿Tú también te dedicas a esto? ¡Esto es asqueroso! ¿Cómo te atreves? Mereces ir a la cárcel.”. 

 

La mujer abandona la casa a la carrera, está ciertamente compungida por lo visto en la habitación. Antes de cerrar la puerta y marcharse, se dirige al resto de chicas: “Yo en vuestro lugar me iría de aquí cuanto antes si no queréis meteros en un problema serio”. Las tres putas, más por miedo que por lealtad a Enriqueta, no se mueven del salón. El hombre que ha estado encerrado en ese cuarto aparece al fin. El sudor que desprende es intenso y resbala sobre su piel morena. Sus ojos negros son muy vivos y una media sonrisa le dibuja el rostro. El resto de chicas le mira con cierto espanto, ninguna se atreve a decir nada, pero todas sospechan qué es lo que hay en el interior de esa habitación. Siguen los intercambios de pareja, por supuesto Enriqueta sigue al margen. No parece haberle afectado el desaire público que le ha dedicado una de sus prostitutas. A estas alturas ya parece importarle todo menos que nada, Enriqueta ha sucumbido a los gustos y vicios de sus clientes sin reparo moral alguno. Nunca hasta ahora había cruzado la línea que separa la legítima prostitución con la destrucción de la inocencia, pulsión diabólica por cuanto supone una trituradora de almas.

 

La orgía continúa pero ya no lo hace por los mismos derroteros. Diríase que los gritos de la puta huida han espantado al resto de hombres a entrar en la misma habitación a hacer el mismo uso que Pablo del regalo de Enriqueta. Aún les queda algo de humanidad. El ambiente no es el mismo y eso en quien mejor se percibe es en las chicas, que no ponen el mismo entusiasmo que antes de los gritos. “Como no os portéis bien no cobráis la noche, ¡rameras!”, les amenaza Enriqueta. La noche se consume al ritmo que lo hacen las velas encendidas por la madame de la calle Poniente. Los hombres se visten y dejan algo más de dinero para las chicas, un gesto como de querer  Antes de partir, Enriqueta le vuelve a preguntar a Carles en un descuido por los nombres de sus acompañantes. “Pablo, Ángel y Francisco”, le chiva al oído. Los hombres se despiden, Enriqueta, muy en su papel, les acompaña hasta la puerta. “Adiós, señores, esta es su casa. Encantada de conocerles, Pablo, Ángel y Francisco; adiós, Carles”. La cara de los tres es un poema, se supone que en estos casos nadie debe conocer su identidad, de modo que miran de mala manera a Carles por irse de la lengua.

 

A la mañana siguiente el piso recobra aparentemente la normalidad. Enriqueta se levanta y se viste con sus mejores ropas. Ya es respetada en el Raval, pero la madame también debe suscitar en ojos ajenos cierta sensación de admiración con la vestimenta. Lejos de arredrarse por lo que pudiera interpretarse como una amenaza de la prostituta que abandonó la orgía, el objetivo de Enriqueta esta mañana es el de dar con ella y advertirle de las consecuencias de hablar con quien no debe. 

 

La pereza, sin embargo, obliga a Enriqueta a salir casi al mediodía a la calle. La mañana es fría y gris a pesar de que hace unos días, por San Blas, el refranero asegura que las cigüeñas han vuelto al clima templado de la península tras pasar el invierno en África. En el Raval, ni rastro de aves que no sean gaviotas o palomas que merodean entre la abundante basura acumulada a diario. La calle Poniente, bulliciosa, es transitada por las mismas caras todo el año. O eso le parece a Enriqueta. De pronto, en el cruce de las calles San Vicente con Ferlandina, ve a una niña sola, como despistada, buscando a alguien. Enriqueta no lo duda y se acerca a preguntar:

 

-Hola niña, ¿cómo te llamas?

 

La pequeña, algo asustada, responde: “Teresita”.

 

-¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estás sola?

 

-Estaba con mi madre, pero ya no la veo.

 

-No te preocupes, hija, dame la mano que yo te ayudaré a encontrarla.

 

Enriqueta logra ganarse la confianza de la pequeña Teresita, con la que ya camina de la mano a paso ligero.

 

-Dime, ¿cuántos años tienes?

 

-Tengo cinco. ¿Por qué vamos tan deprisa?

 

A los cinco minutos Enriqueta ya está de nuevo en el 29 de la calle Poniente. Nerviosa, mira hacia atrás para cerciorarse de que nadie les ha seguido. Segura de ello, la madame entra con la niña en casa. La cría comprende rápido que esta mujer no va a ayudar a buscar a su madre, así que rompe a llorar. Enriqueta aplasta su cabeza contra su regazo para que ningún vecino oiga los llantos. Acto seguido, encierra a Teresita con llave en la única habitación de la casa.


 

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 23 [El secuestro]