lunes. 01.07.2024
Novela primera sobre el citado brigada Martorell [Parte 2]

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 24 [Cuaresma]

Enriqueta Martí habla y trata a Teresita como a una hija, le compra dulces y le canta canciones antes de dormir. En esta relación, forzada y mentirosa, se proyectan todos los complejos de esta madre frustrada, madame de oficio, puta por capricho y ahora también secuestradora. Los cuidados y atenciones, sin embargo, no son suficientes para ganarse a la pequeña, a la que no se le olvida que está encerrada y pide a diario volver con su mamá. “Aquí estás mejor”, le replica Enriqueta entre el enfado y el orgullo herido. Aunque no la deja salir de la habitación, la mujer se desvive por ella, ya apenas sale de casa excepto cuando no le queda más remedio para comprar comida. En una de esas ocasiones ha comprobado con espanto que la desaparición de Teresita Guitart la han publicado todos los periódicos. Un escalofrío recorre su cuerpo, los nervios le atenazan, de modo que vuelve a casa lo más deprisa posible. Ya dentro se le ocurre algo: rapar la cabeza a la pequeña Teresita y vestirla como a un niño, de esa manera  será más difícil que alguien la reconozca por la calle, porque Enriqueta no piensa renunciar a pasear con su niña cogida de la mano. En su delirio, ha llegado a creer que Teresita le pertenece, que es hija suya y tiene todo el derecho a salir con ella cuando lo estime oportuno. En los periódicos también ha visto una foto de la familia de Teresita debajo del titular: “La familia Guitart pide ayuda para recuperar a su hija desaparecida en el Raval”. Más abajo se pueden leer declaraciones de los padres, angustiados, pidiendo colaboración ciudadana: “Como de costumbre salí con ella a dar un paseo por el barrio y, al saludar a una amiga casi en la esquina de la calle San Vicente con Ferlandina, mi hija Teresita se soltó de la mano y al minuto ya no estaba allí. Ruego a cualquier persona que nos pueda ayudar se ponga en contacto con nosotros, mi hija sólo tiene cinco años”. Al lado de las declaraciones de la madre aparece una foto de la niña.

 

Atiende la madre a la prensa porque el padre apenas tiene fuerzas para nada y está recluido en casa. La noticia de la desaparición de Teresita ha sacudido al barrio en pleno fin del carnaval, hoy es el Entierro de la Sardina, lo cual quiere decir que es Miércoles de Ceniza y eso deja sin excusa a Gerardo para salir de casa. Normalmente acude solo a la iglesia, pero hoy Gerardo convence a Ana y a su hijo Marcos para que les acompañen a rezar en este difícil momento. “Familia que reza unida, permanece unida”, les dice. De esta forma los Guitart, naturales de Figueres, llegan a la parroquia de San Agustín minutos antes de la misa. El párroco Martín Sarmiento espera en el confesionario al que como de costumbre se dirige el padre de Teresita. 

 

-Estoy desesperado, padre Martín. Hace días que ha desaparecido mi hija. No sabemos si la han secuestrado o si le habrá pasado algo incluso peor. Yo rezo, rezo mucho, me hago preguntas y siempre acabo enfadado con Dios. No sé qué hemos hecho para merecernos esto.

 

-Gerardo, vosotros no os merecéis esto, estas cosas le pueden pasar a cualquiera. Siga rezando, su hija seguro que está a salvo, seguro que volverá a verla. Ahora vamos a misa, que nos queda por delante la cuaresma y voy a pedir por Teresita.

 

Los días pasan y cunde cierta alarma por el caso de Teresa Guitart. Los periódicos especulan con un secuestrador de niños en el Raval. Ciertamente la hija pequeña de Gerardo y Ana no es el primer menor que desaparece, se trata de algo más común de lo que parece. Y eso en los casos conocidos, que hay otros que no tienen la suerte de tener a unos padres que denuncien la desaparición a la policía. No es difícil encontrar a niños deambulando solitarios por el barrio, y eso no hace sino atraer a quienes se dedican al secuestro y explotación de los más pequeños.

 

El caso de Teresita ha provocado que la guardia urbana y la Guardia Civil estén alerta. Que la desaparición haya sido en el mismo barrio en el que está infiltrado Francisco Martorell ha convertido inevitable la llamada del teniente Emiliano Nieto, que tantea al brigadilla sobre alguna pista o indicio que ayuden a resolver el paradero de la pequeña. Francisco, con la cabeza en lo que le comentó Anselma sobre Picasso y un tipo con problemas con la Justicia, no piensa soltar prenda hasta que no llegue al fondo del asunto.

 

-Siéntese, Martorell. Me alegra volver a verle. 

 

El brigadilla saluda y toma asiento, esta vez sin detenerse a observar la decoración del despacho. 

 

-La gente está muy preocupada, Francisco, justo cuando estamos en mitad de la investigación sobre las mujeres muertas en el barrio, vuelve a desaparecer una niña. Llevábamos años sin sufrir un caso igual. El Raval hace tiempo que es foco de conflictos…

 

-Supongo que me queda mucho trabajo por hacer, cuando nos acercamos a lo que parece al principio del fin de un caso, siempre aparece algo nuevo para complicarlo todo. Por no hablar de la semana en la que ardió Barcelona entera. Fue un serio aviso.

 

-Especialmente por eso, Francisco. No hace falta que te diga la alerta en la que vivimos desde la Semana Trágica. La indignación es algo muy peligroso, en cualquier momento prende una chispa y se desata un incendio incontrolable. Cualquier asunto aparentemente menor como la desaparición de la niña Teresita puede desembocar en un estallido social si es explotado con inteligencia y una dosis de maldad. Así que debemos trabajar con eficacia para minimizar cualquier riesgo.

 

La irrupción del agente José Asens en el despacho acaba con la reunión: la Guardia Civil ha recibido el aviso de que un colchonero que tiene la tienda en la calle Poniente ha escuchado algo acerca de que una vecina ha visto a una niña que podría ser la desaparecida Teresita. Francisco sale escopetado a comprobarlo.

 

El brigadilla sabe perfectamente de qué negocio se trata, el dueño, Juan Antonio, en principio parece un hombre honrado, es de fiar. Otra cosa es de dónde le haya llegado el aviso, que en estas situaciones son habituales las falsas alarmas, algunas malintencionadas y otras sencillamente por sincera equivocación. Francisco va acompañado del guardia civil, pero al llegar al barrio se aleja de él de tal manera que sea el agente quien entre en la tienda a hablar con el hombre que ha alertado a la policía. Minutos después el agente sale de la tienda y va directo al número 29 de esta misma calle, Poniente. Francisco observa el movimiento y le sigue unos metros más atrás. El guardia civil penetra en el portal y deja la puerta encajada para que pueda entrar Francisco. Ya en el interior del edificio, el agente le narra su conversación en dueño de la tienda: “Me ha dicho que una vecina que pasaba por la tienda le ha contado que ha visto a una niña a través de una pequeña ventana en el entresuelo primero del edificio y que podría ser Teresa Guitart, ya que la dueña del inmueble no tiene hijos. El hombre, al oír esto no ha dudado en llamarnos”. Martorell medita. Sin orden judicial para entrar en la casa, necesitan buscar una coartada: se le ocurre llamar a la puerta y decirle a la dueña que los vecinos se han quejado de que tiene gallinas en el piso. De ese modo el agente uniformado pone en marcha el plan mientras Francisco se mantiene en un segundo plano al lado de la puerta. Cierra la mano, prepara los nudillos y golpea la madera tres veces. Sin respuesta. No se oye ningún ruido, quizá no haya nadie o se hayan equivocado de puerta. El guardia civil no desespera y da una segunda tanda de golpes. De pronto se oye una voz al otro lado: “¿quién va?”

 

-Buenos tardes, señora, soy agente de la Guardia Civil, hemos recibido el aviso de algunos vecinos que se quejan de que no pueden descansar porque dicen que usted tiene gallinas en el piso. Me gustaría echar un vistazo y comprobar si hay animales.

 

Unos segundos después la mujer contesta.

 

-Eso es imposible, yo no tengo nada de eso, pase si quiere y lo comprueba.

 

Un ruido seco anuncia que la mujer ha metido la llave en la cerradura para abrir al agente. La puerta se abre con un crujido, aparece una mujer de mediana edad vestida con una bata y el rostro algo desaliñado. A la indicación de “pase” el agente se introduce en el piso y la anfitriona se dispone a cerrar la puerta. Cuando la puerta está a punto de cerrar alguien empuja al otro lado e impide el cierre: ella vuelve a abrir y su rostro se desencaja por completo: enfrente tiene a Francisco Martorell, que expresa mayor sorpresa si cabe.

 

-Qué sorpresa, Enriqueta. Déjame que pase y eche un vistazo.

 

-Entonces, ¿tú también eres guardia civil?

 

-Eso no te interesa saberlo.

 

A esas alturas el agente José Asens ya está inspeccionando el piso. No ve nada extraño en el salón, levanta los colchones y busca dentro de un armario. Nada en el baño, nada en la cocina. Falta una habitación. Martorell también merodea. 

 

-¿Veis? Ya dije que aquí no había gallinas.

 

-Entonces no te importará que entremos en esa habitación, -dice Francisco al ver que su colega ha intentado abrirla sin éxito-. Venga, ábrela.

 

La madame no ha soltado el llavero desde que entraron los dos guardias civiles en su casa, selecciona la llave más larga y abre la puerta. La habitación está a oscuras salvo por la poca claridad que penetra a través de una minúscula ventana. Los agentes entran en el cuarto y ven que en el suelo hay tendido un niño. Se acerca Martorell. “¿Hola? ¿Cómo te llamas, hijo?” Aún no ve con claridad la cara del pequeño, pero está convencido de que es un niño porque tiene el pelo corto. “Me llamo Felicidad”, responde.

 

-¿Seguro que no te llamas Teresita?-, insiste Francisco.

 

-Aquí me llaman así, aunque yo antes me llamaba Teresita. 

 

Tal como lo oye, el agente Asens esposa de inmediato a Enriqueta. 

 

Martorell, sin tiempo de lamentarse, abraza a la pequeña y le pregunta si está bien y si tiene hambre. Teresita asiente a ambas preguntas. 

 

-¿Te ha tratado mal esta mujer?

 

-Me daba dulces y a veces salíamos a la calle, aunque casi siempre estoy aquí encerrada. Me pongo triste cuando escucho llorar a otros niños.

 

-¿Otros niños? ¿En esta misma casa?

 

-Yo los escucho allí-, dice la pequeña señalando la pared.

 

Martorell ahora se dirige, furioso, a Enriqueta.

 

-¿Escondes a más niños, miserable?

 

-No los escondo, yo los cuido.

 

Francisco siente un asco tremendo, pero la urgencia de la situación le empuja a tomar decisiones rápidas, de modo que mueve el único armario que hay en la habitación, detrás del cual descubre que hay una falsa pared. Una tabla de madera es el último obstáculo en su camino. Ni siquiera la rompe, le basta con apartarla. Lo que ven sus ojos no engañan: se trata de otra niña encerrada en una pequeña habitación en lo que parece ser un lavadero. La humedad es terrible. Francisco coge a la pequeña en brazos y se la lleva hasta el salón.

 

-¿Tu nombre?

 

-Me llamo Ángela.

 

La pequeña rompe a llorar cuando ve a Enriqueta. Su cuerpo, aún en brazos del brigadilla, no para de temblar. Es verdadero pavor lo que siente al escuchar la voz y ver de cerca a la mujer que la tenía encerrada. Ángela chilla:

 

-¡Me han hecho cosas malas, un hombre me hizo cosas malas!

 

Francisco muestra firmeza a pesar de la dureza del momento, de modo que evita decirle nada a Enriqueta, a la que tan solo dedica una mirada fría.

 

Ella capta la situación y se defiende:

 

-Es la hija de mi cuñada, yo soy su tía legítima.



 

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 24 [Cuaresma]