lunes. 01.07.2024
Novela primera sobre el citado brigada Martorell [Parte 2]

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 22 [La Semana Trágica]

El verano de 1909 comienza con una noticia que afecta de manera notable a todos los españoles: el Gobierno establece la enseñanza elemental obligatoria. La medida tiene el propósito de reducir el elevado índice de analfabetismo entre los menores de 6 a 12 años, que ahora deberán acudir sí o sí a la escuela. El fondo de la cuestión es trasladar al colegio a la gran masa de niños obligados por sus padres a trabajar. En consecuencia serán los padres los responsables de que sus hijos vayan al colegio de forma regular. De lo contrario se enfrentan a multas de entre 5 céntimos y 20 pesetas. Los ayuntamientos estarán asimismo obligados a publicar conforme al padrón la lista de los niños que deberán escolarizarse cada curso.

 

Los movimientos sindicales acogen de buen grado la reforma del Gobierno de Antonio Maura, no así el grueso de la clase obrera, que cree que la medida es contraproducente porque muchas familias necesitan de la mano de obra de los hijos para salir adelante. Es habitual ver a un niño detrás de un mostrador en el mercado, cargar pan o incluso los hay, los más creciditos, que participan en tareas de construcción como un albañil más.

 

Los jóvenes obreros no están mucho más contentos. Desde hace años protestan por la vergonzosa legislación de reclutamiento que permite quedar exento de ingresar en el ejército para ir a la guerra. El que tiene dinero puede evitar jugarse la vida a costa de 6.000 reales o logrando que otra persona vaya en su lugar, algo que casi siempre se consigue de la misma manera: pagando. 

 

Hace tiempo que abrir un periódico supone leer el inexorable declive del imperio español, las páginas son un rosario de malas noticias procedentes del Marruecos español. El 9 de julio cuatro obreros españoles que trabajaban en la construcción de un ferrocarril entre Melilla y las minas de Beni Bu Ifrur murieron atacados por los rebeldes rifeños que han declarado la hostilidad a la presencia española. Una parte de estas minas son propiedad de la Compañía Española de Minas del Rif, sociedad controlada por la familia del conde de Romanones y la Casa Güell. El incidente provoca gran revuelo en España por muchos motivos: las reivindicaciones de la cada vez mayor clase obrera, que se queja de las condiciones de inseguridad en las que muy a menudo trabajan; las críticas de la prensa, que explota el caso como una nueva tragedia que conviene difundir; las voces de los intelectuales, cada vez más pesimistas sobre el papel de España en la Historia y si es necesario seguir manteniendo territorios para sostener el decadente imperio. Maura se encuentra en una encrucijada y su respuesta no tarda en producirse: el Gobierno decreta el envío de las Brigadas Mixtas de Cataluña, Madrid y campo de Gibraltar. A ellas se suman otras unidades de toda España para sofocar la rebelión rifeña y dejar claro a los insurrectos que la soberanía española es indiscutible. 

 

La polémica decisión le estalla en las manos al Gobierno Maura: el decreto de movilización del 10 de julio afecta a los reservistas de los cupos de 1903 a 1907, es decir, miles de españoles son llamados a filas. Estos soldados saben que la legislación vigente permite que los ricos puedan pagar el canon y librarse de tal empresa. Esto enciende los ánimos.

 

Hace una semana que Barcelona comienza a despedir a los primeros soldados en el puerto rumbo a la guerra de Marruecos. La juventud de buena parte de estos muchachos se verá truncada bajo el sol de justicia que en esta época azota la región rifeña, ellos serán los encargados de la defensa de Melilla. Es 18 de julio, tarde soleada y agradable en la ciudad condal. Un ligero viento de levante se hace notar en el puerto barcelonés. Hay multitud de gente agolpada en el acceso al puerto para dar el adiós a las tropas. Familiares y amigos les despiden sabiendo que un gran número de ellos volverá metido en una caja de madera envuelta por la bandera rojigualda. Marruecos es cualquier cosa menos un lugar apacible en estos momentos. Hombres, mujeres y niños llegan para alentar a estos jóvenes, que dejan atrás una vida en la fábrica, el campo o la obra. Quizá para muchos sea hasta más dura la despedida que el propio desierto marroquí, no es fácil aplacar la añoranza que aparecerá en cuanto el barco comience a adentrarse mar adentro y la silueta de Barcelona se evapore en la retina de todos. Ciudadanos anónimos regalan escapularios y medallas de santos y vírgenes a los soldados del batallón de cazadores de Reus, integrado en la Brigada Mixta de Cataluña, que está listo para el embarque. De pronto, se produce un alboroto: se oyen gritos reivindicativos y furiosos desde el muelle. “¡O vamos todos o ninguno!” La furia se contagia a algunos soldados, que arrojan estas medallas al Mediterráneo. Por un instante hay quien duda si subir al buque con destino Melilla. 

 

Los momentos de confusión son aprovechados por grupos anarquistas que vienen a pescar en río revuelto. Irrumpe Mauricio Cortés escoltado por sus seguidores, que ya saben lo que es zurrarse la badana contra la policía en una huelga. Están dispuestos a todo. Quieren detener el embarque a toda costa. Si triunfan pondrán al Gobierno contra las cuerdas, sería un éxito propagandístico de los elementos subversivos imposible de ocultar por parte de las autoridades. Los gritos van en aumento, algunos soldados se giran sobre la plataforma que los conduce al interior del barco, de modo que hay oficiales, algo nerviosos, que empujan con las culatas de sus fusiles -y a veces con el propio cañón- a los soldados más dubitativos. Los anarquistas van creciendo en número, se hacen fuertes, y logran aumentar la tensión en el embarque. Se oyen gritos de todo tipo: “No subáis a ese barco, os envían a la muerte quienes nunca arriesgarían sus vidas por España”; “Sois la carne de cañón del sistema, vais a morir mientras que los hijos de los ricos se quedan aquí”. La propaganda logra calar en algunos de los familiares y amigos de los soldados, que repiten entusiastas los gritos agitadores.

 

-Los que mandan creen que el patriotismo es cosa de pobres. Unas élites que no envían a sus hijos a la guerra demuestran que no creen en su país, así es imposible construir nada-, comenta resignado un hombre mayor a la persona que tiene al lado.

 

Hay riesgo de motín a bordo o incluso de que ni siquiera embarquen todos los soldados de la Brigada Mixta de Cataluña. De modo que llegan al puerto policías a caballo y guardias civiles con espada y fusil, dispuestos a disolver a los alborotadores a las bravas. Un motín sería un escándalo imposible de asumir por parte del Gobierno. Los anarquistas de Mauricio Cortés se preparan para lo que viene: trozos de madera y barras metálicas son arrancadas de un embarcadero, los hay que sencillamente sacan el material que ya traían consigo, se ven bolas de acero, piedras e incluso tirachinas para los que emplean tornillos y cualquier objeto que se pueda lanzar. También hay objetos punzantes, pero lo que más miedo da son las toneladas de rabia acumuladas que portan estos hombres. Llega la policía a caballo para cargar y los hombres de Cortés lanzan canicas a los pies de los caballos para que resbalen y caigan al suelo. Están preparados para la lucha y no piensan regalar nada, Cortés los ha aleccionado convenientemente con horas de charlas sobre la importancia de la toma de conciencia de clase. “El Estado es nuestro mayor enemigo, debemos acabar con él, pero también con la Iglesia y con todo cuanto representa orden o autoridad”.

 

Al grito de “a por ellos”, los obreros se lanzan contra la policía con tal decisión que se diría que ninguno tiene miedo a la muerte. Los agentes repelen el ataque empleándose a fondo, utilizan las espadas, muy pronto aparecen los primeros heridos, la dureza del combate es extrema para tratarse de una algarada callejera. Algunos caballos van cayendo y los obreros aprovechan el instante para apalear a los jinetes en el suelo. Se suceden las patadas y los puñetazos cuando la trifulca entra en la fase del cuerpo a cuerpo. La actitud recia de los hombres de Cortés sugiere que mejor muertos que detenidos, tal decisión provoca que policías y guardias civiles empleen sus armas reglamentarias. Hay disparos al aire, pero este viejo truco no arredra a los de Mauricio Cortés. Llegan refuerzos, al fin logran calmar la situación. Son muchos los heridos y detenidos. 

 

Francisco Martorell llega a tiempo al puerto, observa la escena y recuerda el día en que vio desde dentro de la propia turba de qué son capaces los anarcosindicalistas en un día de furia. Lo de hoy es otra cosa, lo de hoy no son dos agentes heridos, son decenas de ellos; en el lado anarquista, un muerto y decenas de detenidos.

 

Los periódicos vespertinos del día siguiente recogen “los hechos del puerto” y la indignación no hace sino aumentar en toda Barcelona. Los anarquistas exigen la puesta en libertad de los detenidos y el Gobierno comienza a ser atacado desde todos los sectores. “Hay algo que se cuece a fuego lento, una especie de cólera colectiva que se puede desatar en cualquier momento”, comenta Martorell a sus superiores cuando le preguntan por lo ocurrido en el puerto.

 

Se habla de huelga general y eso inquieta sobremanera a las propias instituciones. A Solidaridad Obrera, movimiento sindical en el que confluyen socialistas, anarquistas y republicanos, le han prohibido una reunión en la que tenía previsto aprobar una propuesta de huelga general. Al enterarse de ello el gobernador civil de la ciudad, Ángel Ossorio, la ha censurado. Casi peor: los sindicalistas han creado un comité de huelga clandestino formado, entre otros, por Antoni Fabra i Ribas y José Rodríguez Romero, que fijan un paro de 24 horas para el día 26 de julio, una semana después del intento de motín en el puerto. 

 

Las protestas en Barcelona ya son irreversibles, la ciudad entera es un polvorín. Arden iglesias y negocios, y se ataca a la policía en los cuarteles y también en las calles, que son el escenario de una permanente guerrilla urbana. Se suceden las detenciones y las muertes entre los agitadores.

 

En mitad del caos llegan noticias terribles de Marruecos. Un centenar de soldados españoles ha muerto en una emboscada muy cerca de Melilla. Ha sido en el barranco del Lobo. Una columna al mando del general Guillermo Pintos Ledesma ha caído en una emboscada cuando atravesaba el barranco. La brigada de Cazadores de Madrid fue sorprendida y acribillada desde lo más alto, un blanco fácil para el enemigo rifeño. La prensa española, últimamente experta en desastres, lo titula: “El desastre del Barranco del Lobo”. Otra jornada negra en la historia reciente de España que agita aún más los ánimos entre los que protestan en Barcelona. 

 

El Gobierno Maura está contra las cuerdas. Cada día que pasa con las calles de la ciudad catalana en pie de guerra es un suplicio más difícil de digerir. Al término de la semana la sangre derramada en Barcelona es tan abundante que haría caer ipso facto a todas las autoridades implicadas, incluido el Gobierno de Madrid, especialmente al Gobierno de Madrid. El recuento es estremecedor: más de 80 muertos, medio millar de heridos y más de 100 edificios incendiados. Iglesias y conventos, aparentemente ajenos a la furia desatada, han ardido con fruición. Los insurrectos no han tenido piedad con la cruz, a la que también acusan de sus males. La prensa extranjera se hace eco de los sucesos y emplea el término que ya usan sus colegas de España: la semana trágica de Barcelona. Todo está en el aire más que nunca: desde el gabinete de los conservadores de Antonio Maura hasta el gobernador civil de Barcelona. Este baño de sangre y fuego también afecta a Francisco Martorell, al que se le complican las cosas en su empeño por resolver el caso de las prostitutas y las orgías. No hay nada como embarullarlo todo para desviar la atención. Quid prodest?, se pregunta el brigadilla, y eso que él no es un entusiasta de las teorías conspiratorias, pero un agente secreto no debe descartar ninguna hipótesis. Aún se desconoce quién está detrás de todo esto o si sencillamente ha sido fruto de la espontaneidad de las masas, pero de algo sí está seguro: los asesinos de prostitutas y entusiastas de orgías con menores deben de estar contentos por la confusión y la inseguridad generadas.

 

El Gobierno pretende dar imagen de cercanía al pueblo con decisiones rápidas que satisfagan las demandas ciudadanas. Antonio Maura quiere dar un golpe de efecto con una medida con la que pretende apaciguar a las cada vez más voces descontentas con la legislación sobre el ejército. Así que el 4 de agosto el Ejecutivo anuncia que el servicio militar será obligatorio para todos los hombres, sin posibilidad de pagar cantidad alguna para evitar servir a España. Se acabó lo de huir de la guerra pagando el deshonor. Adiós al “impuesto de sangre para los pobres y el impuesto en dinero para los ricos”. 



 

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 22 [La Semana Trágica]