lunes. 01.07.2024
Novela primera sobre el citado brigada Martorell [Parte 2]

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 21 [La madame; el proxeneta]

La alegría ha durado menos de un año en la vida de Enriqueta, quizá lo más duro sea el hecho de que a pesar del dolor nunca ha vivido una etapa tan larga de felicidad en sus más de treinta años. La mujer de Pujaló se recluye unas semanas en casa, pero su instinto aflora y  vuelve a la calle, a la vieja vida. No es que le apetezca o su cuerpo se lo pida, lo hace porque cree que es el mejor tratamiento para sanar las heridas, tener la cabeza ocupada le ayuda a no pensar en la terrible experiencia sufrida. Poca gente conoce el calvario por el que ha pasado, en las calles del Raval solo hay tres jóvenes muchachas, las que le acompañaron al hospital de la Santa Cruz, que han visto a Enriqueta subir al cielo y descender a los infiernos a velocidad de vértigo. Ellas callan, que si algo se aprende en este oficio es a ver y callar. 

 

También sabe mucho de esto, sin necesidad de haber ejercido nada parecido, Joan, que lleva media vida encomendándose al silencio y la soledad como mejores aliados para soportar las frustraciones y derrotas. La reacción más lógica y humana tras un mazazo tan grande como la pérdida de un hijo sugiere reclusión, desencanto y un cierto hartazgo con la vida a la que rendir cuentas por el daño causado. Diríase que hasta en cierto punto una sensación de venganza. El pesimismo y la autocomplacencia, sin embargo, se acabaron el día que se reunió con Francisco Martorell y Arturo Milá. El sentido de la justicia emergió como un volcán en erupción que se lleva por delante todo lo que se encuentra a su paso. 

 

Pujaló está dispuesto a seguir hacia delante, quiere reaccionar al dolor dando lo mejor de sí mismo, de modo que se reúne con Francisco: no descansará hasta destapar a todos los que participaron en la orgía con menores. La cárcel es el único lugar reservado para estas alimañas, piedad con el delincuente o la puta, pero jamás con el pedófilo que arrebata la inocencia a una bondadosa criatura.

 

-Hola Joan, cómo me alegra verte y cómo me alegra que me hayas buscado para vernos, dice Francisco 

 

-Estoy tocado, pero no hundido.

 

-Saldrás de esta, Joan, seguro. 

 

-Te agradezco mucho que vinieras al entierro de mi hijo. No olvidaré tus palabras, Francisco.

 

Al brigadilla lo que no se le va de la cabeza es el rostro de la mujer de Pujaló, está más que convencido de que la ha visto en algún lado, esa cara le resulta demasiado familiar. La prudencia no invita a preguntar sobre esta incógnita, pero sí sobre su estado anímico.

 

-¿Qué tal está tu mujer?

 

Joan toma aire, la mirada se torna melancólica y responde con un punto de desgana:

 

-Lo lleva bastante peor que yo, aunque por fuera no lo parezca. Apenas aparece por casa, se pasa el día en la calle y yo a estas alturas no hago demasiadas preguntas. 

 

Esto último suscita la inquietud de Francisco, que ya no es capaz de contener su curiosidad: no sabe si le resulta más extraño el comportamiento de su mujer que el del propio Pujaló. ¿Por qué diablos no habría de hacer un marido preguntas a una esposa que se pasa el día en la calle? El brigada cree que es el momento de contarle toda la verdad a Joan, un riesgo que hay que correr, pero del que cree que puede sacar mayores réditos una vez superada esta fase. Sería la segunda persona, tras el capitán Arturo Milá, que conoce el verdadero empleo de Francisco Martorell, licencia que se toma en contra de las recomendaciones de la Brigada de información de la Guardia Civil. Los acontecimientos le empujan a ello. 

 

-Verás, Joan, he de decirte algo. El día que nos vimos con Arturo Milá… antes de que tú nos contaras todo aquello sobre la orgía en el piso del hermano, yo había ido en busca de Arturo porque ya andaba tras la pista… quiero decir que soy policía.

 

-Debí imaginármelo.

 

-Te pido, por favor, que sigas colaborando conmigo como lo has hecho hasta ahora. Soy agente secreto de la Brigada de información de la Guardia Civil. Estoy sobre la pista de si quienes participan en las orgías tienen relación con los cadáveres que aparecieron cerca del puerto. Si no la tuvieran el caso seguiría siendo igualmente escandaloso. Quiero decir que estaré detrás de ellos hasta llegar hasta el final pase lo que pase. 

 

-Cuenta con mi ayuda, ya te prometí que iría de nuevo a Els Quatre Gats a ver si vuelvo a escuchar algo. Será difícil ganarme de nuevo la confianza de Pere Romeu i Borrás.

 

-Haz como que lo has pensado mejor y que te gustaría volver a una velada. Dile que has descubierto que lo aparecido en prensa tras la detención del hijo de Rafael Domenech eran meras especulaciones. Y que por supuesto no escuchaste tales llantos de niños, que seguramente todo era producto del nerviosismo que sentías al estar en un sitio así, que era la primera vez que estabas en una orgía y eso te afectó. Estas explicaciones pueden valer.

 

-Por mí no va a quedar, lo voy a intentar, Francisco.

 

Ahora que ya no hay nada que esconder, el brigadilla pasea con Pujaló por el Raval sin temer que alguna de sus putas se acerque a y se dirija a él como “don Francisco”. Antes de que eso ocurra, Martorell advierte a Joan de que su rol de infiltrado le ha empujado a ejercer el oficio de proxeneta. Que en el barrio es una persona más o menos conocida, sobre todo para las putas y otros proxenetas. De pronto, Francisco se estremece, hay algo que le turba: es sobre la mujer de Pujaló, está convencido de que la ha visto por el barrio en el ambiente de la prostitución. No está seguro de si se trata de una puta, tal vez una madame, o es que pasaba por allí. No hay forma alguna de plantear esta duda. Es un momento realmente delicado. ¿Es tu mujer una puta? Cualquier hombre como Dios manda respondería con los puños ante tal acusación revestida de pregunta. Mejor seguir como si nada. Francisco prueba con algo más sutil.

 

-Joan, si no es mucho preguntar, ¿a qué se dedica tu mujer?

 

Es la segunda vez que el brigadilla pregunta a Pujaló por su esposa. Joan no es estúpido, hace años que eligió la táctica del avestruz como mecanismo de autodefensa frente a todo lo que Enriqueta hiciera o deshiciera fuera de las paredes de su casa. Que le vuelva a mencionar a su mujer quiere decir o que Francisco es muy curioso sin más o que entiende que ella puede estar de alguna manera implicada en toda esta historia.

 

El bueno de Joan se encuentra de repente en un aprieto. Es imposible no ruborizarse sea cual sea la respuesta: si dice la verdad, es decir, que desconoce el oficio de su propia mujer -más allá de que a veces cuida a personas mayores o a los hijos de cualquier matrimonio bien avenido-, va a sentir vergüenza, si, en cambio, dice lo que realmente sospecha pero tantas veces se niega a aceptar -prostituta-, entonces el bochorno será aún mayor.

 

-Mi mujer, mi mujer…

 

En el mismo instante en el que Joan iba a dar al fin una respuesta, decide contestar con otra pregunta. 

 

-¿Crees que tiene algo que ver con el asunto de los asesinatos o las orgías?

 

Francisco niega con la cabeza:

 

-¿Por qué habría de creer algo así?

 

-Porque lo estás investigando, pero si quieres tú mismo puedes preguntárselo. Mira, allí está-, dice Pujaló señalando la esquina de las calles San Pablo y la Junta del Comercio.

 

Joan levanta levemente la mano para llamar la atención de su mujer, que no se da por aludida. Le pide a Francisco que le acompañe hasta ella. El brigadilla aprovecha que la mujer mira hacia otro lado para observarla fijamente, no hay dudas de que la ha visto más veces. Al fin se encuentran marido y mujer. Enriqueta no parece muy contenta y Joan trata de poner su mejor cara para hacer las presentaciones. Hoy huele especialmente mal el Raval, algo que sucede cuando el olor a bajamar se mezcla con el del ajo que sale de las ventanas de las casas, el fuerte aroma a tabaco y los orines que hay en algunas calles.

 

-Enriqueta, te presento a Francisco, un buen amigo.

 

Ella le mira detenidamente y dice muy cortante:

 

-Ya sé quién es.

 

La frase encierra más de lo que Joan piensa, que en su ignorancia está convencido de que esta reacción alude a que Francisco acudiera al entierro de su pequeño Nicolau y le diera el pésame.

 

Francisco se limita a darle la mano. “Encantado”. El brigadilla percibe al instante la manera en la que Enriqueta le observa con cierto recelo. Al fin ella se suelta, y de qué manera:

 

-¿Está usted casado?

 

Francisco quiere reírse pero prefiere encajar el golpe con naturalidad. Sin duda, ella cree tener enfrente a un proxeneta.

 

-Sí, me casé hace algunos años, soy un hombre feliz.

 

-Y usted, ¿a qué se dedica?

 

Joan palidece, pero la pregunta de su mujer ha dado pie a que Francisco contraataque y obligue a Enriqueta a despejar de una vez todas las dudas.

 

-Yo me gano la vida en el barrio igual que usted, supongo que no le parecerá mal que me tome la licencia de recordárselo. 

 

La sutileza genial de Enriqueta rompe el hielo definitivamente, y ya no hay necesidad de reconocer lo obvio: perro no muerde a perro. Mejor así. Joan se aparta de la conversación, es su forma de decir que prefiere seguir mirando hacia otro lado. Al cabo de unos minutos de charla entre madame y proxeneta a Francisco le encajan por fin todas las piezas del puzle que ha diseñado la señora de Pujaló: Enriqueta es prostituta, madame y al mismo tiempo la misteriosa mujer de su amigo Joan, al que todo esto le viene grande. Y más tras la muerte de Nicolau, desgracia que le hace estar seguro de que ya no puede haber nada en este mundo que le desgarre el corazón de esa manera.

 

Antes de despedirse, Francisco le sugiere a Enriqueta la necesidad de cooperar juntos: no pueden volver a permitir que alguna de sus chicas sea empleada en una de las orgías que se han celebrado en los últimos tiempos. De momento han tenido suerte: ninguna de las que están bajo su protección ha muerto, pero los cadáveres del puerto y la puta encontrada en casa de los Milá tienen en alerta al Raval.

 

-Si te enteras de que ofrecen a alguna de tus chicas participar en una orgía, avísame, por favor. Así lo haré yo también-, se despide Francisco. 

 

No es hasta ese instante cuando Joan se une a Francisco. No le hace preguntas, sencillamente no quiere saber nada. Martorell lo entiende a la primera y le pide que le acompañe a hablar con la más veterana de las prostitutas que están a su cargo. El brigada le va a ofrecer un cigarro a Joan, pero repara en que se le han acabado, de modo que se dirigen al estanco de Isidro Vega.

 

-¡Cuánto tiempo sin verte por aquí!-, es el recibimiento que Isidro otorga a Francisco.

 

-Me alegro de saludarte, Isidro-, responde Joan. 

 

-Veo que no viene solo… ¡si es Joan Pujaló!, otro cliente habitual. Bienvenido igualmente.

 

-Dame lo de siempre, Ideales. Que sean dos cajetillas, por favor.

 

-Hace mucho que no te pasas por aquí, sospecho que no sólo vienes a por tabaco. ¿Digo bien?-, pregunta el dueño del estanco.

 

-Dices bien -contesta Francisco-. No es casualidad tampoco que venga acompañado de Pujaló, al que vi por primera vez aquí en este mismo estanco. Como veo que tienes buena memoria supongo que también te acordarás de que fue él quien le puso nombre al chaval que entró ese mismo día al estanco hablando no sé qué de una orgía.

 

-Sí, el hijo de Rafael Domenech, que si no recuerdo mal está hoy en la cárcel acusado de ser el responsable de la muerte de la prostituta que apareció muerta en un piso del paseo de Gracia.

 

-Exacto. Por eso te quiero preguntar si has oído algo nuevo sobre el asunto.

 

-¿Tú me lo preguntas? Suponía que alguien como tú estaría más al tanto de estas cosas. Si te digo la verdad, hace tiempo que la gente que viene aquí y se queda un rato a fumar buscando algo de conversación no toca ciertos temas. Hay como una especie de miedo a hablar de lo que todo el mundo habla en privado en el barrio, supongo que la gente sólo se siente segura si lo comenta con personas de máxima confianza. Así que no puedo decirte nada nuevo, hace mucho que no escucho novedades, lo que en cierto modo es también alentador, que demasiado hemos aguantado ya en el barrio con las historias para no dormir. Ahora solo veo a muchachos quejarse de que tienen que marcharse a Marruecos o que en la fábrica que trabajan no les han subido el sueldo que les prometió el patrón. 

 

-O sea, lo de siempre. Te agradezco tu tiempo, Isidro. La próxima vez que venga a verte será más pronto que tarde, te lo prometo-, se despide Francisco.

 

Es hora de palpar el ánimo de sus chicas, hace algún tiempo que Anselma no le ofrece novedades. Ningún nuevo ofrecimiento sobre orgías, nada de tipos que vienen al Raval a seleccionar a un ramillete de chicas para llevarlas a una ‘fiesta privada’. Por más que Martorell habla con su gente, de momento ninguna pista. La más veterana de todas sus prostitutas no le ofrece esa pista definitiva, ese chivatazo, que le permita irrumpir en mitad de una de esas veladas y detener a todos los participantes. Sin embargo, Anselma le deja caer, casi sin importancia, que una de sus chicas le comentó hace unos días que había visto por el barrio al pintor Pablo Picasso acompañado de dos personas más. “Me dijo que uno de ellos era alguien conocido que había tenido problemas con la Justicia”, le asegura a Francisco.

 

El brigadilla no cae en la cuenta de quién puede ser esa persona conocida; Francisco está algo obsesionado con los Milá, Domenech y otros apellidos ilustres de Barcelona, pero nunca había relacionado con ellos al pintor Picasso. 

 

-Todos hablan de él muy bien, es un referente para los que se inician en la pintura modernista. En los bares del ambiente, especialmente en Els Quatre Gats, es un semi Dios. No descartes nada respecto a él, a mí ya no me extrañaría que fuera uno de esos artistas que da boato a las veladas-. Si hay alguien de quien Francisco se fía en estas cuestiones es Joan Pujaló, sabe de lo que habla.

 

Esta nueva pista, conocida de forma casi fortuita, hace que Francisco remita a sus superiores de la Brigada la necesidad de un informe sobre el pintor Pablo Picasso: con quién está, a dónde va, cuánto tiempo va a estar en España o si pretende instalarse de forma definitiva. Es urgente saber si guarda alguna relación con los organizadores de las orgías.


 

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 21 [La madame; el proxeneta]