sábado. 28.09.2024
Novela primera sobre el citado brigada Martorell [Parte 2]

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 20 [Escuela Moderna]

Se lo han dicho por activa y por pasiva: que no le conviene exponerse tanto ni dejarse ver en lugares públicos con determinadas personas. Pero Pablo Picasso es testarudo, así que acepta la invitación para comer con Francisco Ferrer Guardia. Poco le importa que haya estado en prisión recientemente. Este hombre, al igual que él, acaba de llegar a Barcelona procedente de Francia, y ha solicitado -a través de amigos en común- una cita con el pintor que abandera el modernismo. Propone el Edén Concert para tomar algo porque está convencido de que allí pasará desapercibido, obsesión que le persigue desde que puso un pie en Barcelona. En realidad desde el mismo momento en que salió de prisión tras ser acusado de cómplice en el atentado contra el Rey Alfonso XIII y la Reina Victoria Eugenia el día de su boda en Madrid. Menos mal que solo fueron unos meses y pudo marcharse a Francia.

 

Por este y otros motivos Francisco Ferrer Guardia siente rencor a España, ese país atrasado que no acaba de postrarse ante las tentadoras luces de la Ilustración nacida al otro lado de los Pirineos hace siglo y medio. Un país al que admirar, y no como España, cuya historia es un error de arriba abajo. Misioneros, reyes y conquistadores. Ay, si volviéramos a 1808, piensa a menudo este pedagogo que llega con ganas de que las cosas cambien de una vez. De todos modos el viento puede cambiar en cualquier momento, pues desde el año del Desastre se ha instalado una conciencia de culpa colectiva que puede germinar en la ruptura definitiva con cuanto representa y ha representado España. 

 

Es la hora -ahora más que nunca- de que Ferrer Guardia retome lo que dejó a medias, o mejor dicho, lo que impidieron que siguiera adelante. Se trata de la Escuela Moderna de Barcelona, la primera escuela laica y mixta de la ciudad. La fundó él mismo y funcionó entre 1901 y 1906 hasta que fue clausurada tras su detención relacionada con el atentado a los reyes. El bibliotecario de su escuela, Mateo Morral, un furibundo anarquista, fue el autor material del intento de magnicidio. Luego vino el voluntario exilio parisino.

 

La experiencia le dice a Ferrer Guardia que para cambiar las cosas hay que empezar desde abajo, y no hay nada más abajo que una escuela. Influir en la educación para modelar almas y conciencias. Construir desde la base para que la pirámide sea perfecta. Un plan sencillo que, sin embargo, no va a gustar en esta España. La razón no es otra que sus propios objetivos: “El principal cometido de la escuela debe ser el de que el niño conozca el origen de la desigualdad económica, la falsedad de las religiones a la luz de la ciencia, el error del patriotismo y del militarismo y la esclavitud que supone la sumisión a la autoridad”. 

 

Se cree Ferrer Guardia un hombre adelantado a su tiempo por apuntarse a la moda de renegar de la Hispanidad, un rechazo visceral y obsesivo por cuanto supone la más perfecta expresión de lo que significa el imperio español en el mundo: vocación evangelizadora y alma universal. Que lo primero que hicieran los españoles al llegar a cualquiera de los nuevos territorios de las Indias fuese fundar una iglesia y una escuela es la demostración de que todo el legado hispano es un error. Ferrer se siente más cercano al modelo anglosajón: una logia seguida de la implantación del libre comercio, aunque en la práctica este término a menudo no sea más que un montón de negros hacinados en un campo de esclavos.   

 

-Me alegra verte de vuelta, estimado y añorado Francisco-, saluda Picasso. El pintor llega acompañado de su inseparable Ángel Fernández de Soto.

 

-Decir que estoy feliz por volver a España no sería decir la verdad del todo; si aún me queda algo de ilusión es por ver la Escuela funcionando otra vez.

 

-Eres demasiado optimista, Francisco. Aquí todo no hace más que empeorar, la represión es cada vez mayor por el nerviosismo del Gobierno Maura. La pérdida de los territorios en América y Filipinas ha generado mucha inquietud en los últimos años, ahora quieren evitar a toda costa que la historia se repita en África. Las cosas en Marruecos no van bien y los jóvenes proletarios están cansados de ir a morir mientras que los hijos de los que mandan evitan este trance comprando el deshonor, eso sí, a cambio de una suculenta cantidad-, dice Fernández de Mesa.

 

-A mí me pasa algo parecido con España, a veces siento que vamos muy por delante de ella-, interviene Picasso de nuevo. 

 

Ferrer Guardia aprovecha los derroteros que está tomando la conversación para soltarse del todo:

 

-Yo hace mucho que no escondo nada, he perdido el miedo, quizá por eso vengan a por mí con más fruición que nunca. Además saben de mi pertenencia a la logia masónica “Verdad”, declarar tal cosa en España sigue siendo tabú. Si no se da el paso adelante la culpa será nuestra.

 

Su arrebato de sinceridad va seguido de un largo silencio que finalmente es roto por él mismo:

 

-Vengo de Francia, pero también he estado en Inglaterra. Allí las cosas son diferentes, el peso menguante de la Iglesia anglicana nos pone las cosas más fáciles. Las logias afloran y el ateísmo crece a la velocidad del avance científico y tecnológico. La tradición católica española, que ahora es un lastre para todos, será en unas décadas una triste reminiscencia del pasado. El hombre nuevo se impondrá rompiendo con las cadenas del pasado. Sé que aquí todo es más difícil, por eso necesito más que nunca, Pablo, su ayuda para volver a impulsar la Escuela Moderna.

 

El pintor hace como que no ha escuchado la petición, parece que no le ha gustado lo de que recurran a él, quizá todo sea una cuestión de dinero o sencillamente que no está por la labor de inmiscuirse de lleno en un proyecto señalado y censurado por el poder. No le conviene.

 

-Ya sabes que ya no vivo en España, me instalé en París en 1903. Ahora solo vengo de vez en cuando y no quiero implicarme en nada de forma pública que no sea la pintura. Cualquier otro asunto lo resuelvo en privado, nada de exponerme, ya me entiendes.

 

Ferrer Guardia asiente pero en realidad maldice esta pose tan cómoda como cobarde, cree que si hay clandestinidad es porque falta valentía. Aquí siempre se la juegan los mismos, piensa. Que se lo digan a él, que procede de las filas revolucionarias del partido republicano de Ruiz Zorrilla. Desde muy joven ha canalizado sus inquietudes políticas a través del activismo, pues es ésa y no otra la única forma en la que entiende la batalla de la ideas. O tomas partido o has perdido. Si de algo le ha servido su etapa parisina ha sido para comprender que el triunfo de la revolución es imposible sin que antes no se hayan establecido una serie de condicionantes previos que puedan propiciar el definitivo asalto al poder o, mejor, la victoria del hombre nuevo. El hombre moderno. La forma en la que Ferrer Guardia pretende alcanzar la utopía es a través del trabajo educativo en la Escuela Moderna. Crear y desarrollar nuevas mentalidades para impulsar el cambio, sin duda ha entendido que para llegar de verdad al poder es más eficaz hacerlo triturando almas que poniendo bombas o declarando en las calles el caos del anarquismo libertario. Es la maquiavélica modernidad que se irá puliendo conforme avance el desarrollo técnico. La sutileza es un arma cuya eficacia está profundamente infravalorada.    

 

El pedagogo anarquista va desarrollando todas estas ideas y exponiéndoselas a Pablo Picasso al calor de unas copas. El cabaret comienza en todo su esplendor, las mujeres bailan y más tarde una cantante francesa, que ha llegado como reclamo de la noche, interpreta “La petite tonkinoise”, canción que tuvo gran acogida en París en 1906. Barcelona no es París, y bien lo saben ambos, que ya han escuchado esta misma pieza en el cabaret “Au Lapin Agile” de Montmartre, donde han coincidido más de una vez. Allí artista y pedagogo no tardaron en trenzar una buena amistad, todo es más fácil cuando uno comparte amistades y los mismos círculos. Desde 1789 todo viene de París y España parece más dura que otras naciones en eso de asimilar ciertas transformaciones. Nadie ignora que cuanto más grande es una nación más tarda el cadáver en descomponerse.

 

Picasso rechaza la idea de financiar -aunque sea de sin dar la cara- el empecinamiento de Ferrer Guardia en reabrir el centro educativo. Al artista malagueño no se le pasa por alto que la Escuela Moderna nunca va a dejar de tener el estigma de estar señalado por el poder. Por si fuera poco necesita un favor de éste para la reapertura. La historia supone un desgaste personal que el pintor modernista no está dispuesto a sufrir. Ahora su cabeza está en otras cosas. Acaba de terminar “Las señoritas de Aviñón”, cuadro cuya inspiración llegó durante una noche entre prostitutas, secreto que guardan quienes participaron en la orgía. Ferrer Guardia oye al autor referirse con sincero entusiasmo a la obra. Pero no sólo. También desliza que hay un halo de misterio alrededor de ella, un significado oculto envuelve toda la obra, Picasso está convencido de que ningún crítico sabría apreciarlo. Es, confiesa a Ferrer, su anhelo más profundo, casi la razón primera y última de esta creación. Nadie, excepto los participantes en la orgía, sabe de qué mujeres se trata. A Ferrer le pica la curiosidad, le encantaría ver el cuadro, pero Picasso aún no ha logrado exponerlo en ninguna galería. Cuestión de tiempo.

 

-¿Entonces, has vuelto a Barcelona para tratar de exponer el cuadro?-, pregunta Ferrer.

 

-De eso nada, pretendo hacerlo en París, que es donde mi fama puede llegar a ser universal. He venido a resolver algunos asuntos privados y a ver a los viejos amigos. En el fondo uno siempre viene a comprobar que la añoranza que a veces siento por España en los días más fríos y grises de París, se pasa rápido cuando veo que las cosas siguen igual por aquí. Como muy tarde en unos meses regresaré a Francia. Esta noche es noche de Belle Époque. 

 

La frase espolea a Ángel Fernández de Mesa, que pide una botella de coñac al primer camarero que pasa junto a la mesa redonda que comparten estos tres hombres. La noche no ha hecho más que empezar. La última vez que el alcohol, Fernández de Mesa y Pablo Picasso se unieron la cosa terminó en un burdel y en un cuadro a medio empezar. Fernández de Mesa avisa:

 

-Creo que esta noche hay velada. Por cierto, ¿estás casado, Ferrer?

 

-Yo me divorcié de mi mujer Teresina hace ya algunos años, era demasiado religiosa, ya me entendéis. Ahora estoy casado otra vez. Nuestra relación es más abierta, ella lo entiende perfectamente, es librepensadora como yo.

 

-Entonces no hay problema alguno para que nos acompañes-, dice Fernández de Soto.

 

Ferrer sonríe, sabe perfectamente a lo que se refiere. 

 

No mucho más tarde el trío se cansa de beber, aunque no sea del todo cierto acusar de ello a Fernández de Soto, al que no se le conoce día o noche en la que se haya rendido a la voz de “no puedo más”. Él siempre puede más, aunque no es un borracho irredento: cuando se enfrenta al dilema de botellas o mujeres abandona a las primeras en detrimento de las segundas. Sufre de verdad en los primeros momentos, le cuesta salir del cabaret o dondequiera se encuentre, y no sacia su ansiedad hasta que está al calor de una mujer. Superada la primera tentación de seguir agarrado a la botella, anuncia a sus acompañantes el siguiente destino en la ruta:

 

-Vámonos, hoy es en casa de Samper.

 

-¿Y Domenech? ¿Qué pasa con Domenech? Pensé que sería en su casa, me prometió que nos veríamos- advierte Picasso.

 

-No te preocupes, una cosa es que no sea en su propio domicilio y otra que no lo organice él, estoy seguro de que lo veremos. Ya sabes que después de lo de su hijo no le conviene llamar mucho la atención. 



 

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 20 [Escuela Moderna]