lunes. 01.07.2024
Novela primera sobre el citado brigada Martorell [Parte 2]

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 14 [Los que no volvieron silbando]

El sobre lleva tres semanas en el cajón del escritorio del teniente, que ha vencido a la tentación de abrirlo. El teniente Emiliano Nieto sabe que la corrupción se institucionaliza cuando comienza desde arriba y, con el ejemplo que confiere el rango, los de abajo adoptan las costumbres de sus superiores. La corrupción es vertical, suele decir el teniente a sus hombres. De modo que hace lo correcto y llama al brigada Martorell, destinatario de la misiva. “A la atención de Francisco Martorell”, se lee en el sobre. El brigadilla es avisado y acude al cuartel sin mayor dilación y con la disponibilidad de las citas importantes. Martorell vuelve al despacho del teniente y aún recuerda la sensación de ultimátum con la que abandonó la única reunión que mantuvo con su superior. Todo está como lo recordaba: el retrato de Alfonso XIII, la mesa sobria de madera, la austeridad en la decoración y el prominente mentón del teniente que le otorga ese aire viril tan necesario en quien ostenta un puesto de responsabilidad en la benemérita. Al fin, Francisco tiene lo que pidió: la carta es un informe detallado acerca de la vida de Arturo Milá, el antiguo y valeroso capitán que destacó en Cuba en el año del Desastre.

 

Antes de que el teniente le entregue el sobre, Francisco recibe varias instrucciones: lo que va a leer no va a ser de su agrado, así que debe dejar a un lado cuanto de personal pueda influirle para avanzar en el caso. El teniente, aunque no ha leído la carta, ha recibido el consejo de los autores del informe de advertir a Martorell de lo que va leer. Además a Nieto le consta la alta estima profesional y personal que el brigada siente hacia el capitán Milá: lo sucedido en El Caney no es fácil de olvidar. El teniente desconoce el motivo por el que el brigadilla ha solicitado un informe sobre Milá en el caso de las mujeres aparecidas muertas en las inmediaciones del puerto, pensar en que un capitán del ejército pueda tener algo que ver con el asunto le desconcierta, el teniente es de los que cree que vestir el uniforme imprime carácter. Un tipo que se ha batido a plomazos en la agonía del imperio español merece toda la confianza, a pesar de que no faltan los agitadores a tiempo completo que en las grandes ciudades como Barcelona se dedican a amotinar a las levas y a tratar de utilizar como carne de cañón a los mutilados y a las viudas de los soldados que perdieron su vida en Cuba, Marruecos o Filipinas. Las últimas instrucciones son igualmente valiosas: ningún paso en falso, máxima discreción, prudencia, no guiarse por las primeras impresiones, nada es lo que parece... Nada nuevo en el servicio secreto.

 

Con estas últimas palabras la impaciencia del brigadilla Martorell es tan grande que no puede esperar a salir del despacho para rasgar el sobre y leer su contenido:

 

“Arturo Milá, ocupación actual: funcionario en el ministerio de Fomento. Militar retirado, fue capitán del ejército de tierra. Sirvió en la Guerra de Cuba por cuyo destacado papel en la batalla de El Caney fue agraciado con la distinción al Real y Militar Orden de María Cristina. Cercano a círculos subversivos durante su vuelta a Barcelona tras la guerra, aunque sin relación directa con ningún atentado contra el orden. Alejado de dichas actividades desde el año 1903. Estado civil: casado. Padre de dos hijos y esposo de Inmaculada Ferrer. Familia: padre y madre, fallecidos. Tiene tres hermanos: José Ignacio, Carmen y Constanza, con los que recibió en herencia la casa en la que vivían sus padres en el paseo de Gracia. Vive en la calle de Bailén número 17”.

 

Al menos Francisco ya tiene una dirección, una pista más que certera para llegar a algo concreto, algo que le dé esperanzas de verse más cerca del principio del fin, de lo contrario, tendrá que buscar otras vías de investigación, alternativa, de la que está seguro, pondría al límite la paciencia de unos superiores que sienten en sus cogotes cada vez más cerca el aliento de las autoridades políticas. Hay días en los que pareciera que el teniente Nieto sueña con Millán-Astray, jefe de la policía en Barcelona, o con el ministro de la Gobernación, Juan de la Cierva y Peñafiel. Francisco Martorell es consciente de todo ello, sabe que es la hora de dar un paso en firme. El brigada pone rumbo al domicilio del capitán Milá, pues para él siempre será el capitán Milá, pase lo que pase.

 

El cartel del 17 de la calle de Bailén está en números romanos. Se trata de un señorial edificio cuya fachada, de piedra blanca, le da un aire y una gracia como de París. El bloque tiene cuatro plantas -en esta última vive Arturo Milá- y su situación en una de las esquinas de la calle hacen que su belleza destaque aún más. Ya le gustaría a Francisco pasar más tiempo como infiltrado en barrios como este en lugar del chino. Solamente al entrar en el edificio uno ya se da cuenta de que está en zona noble: aquí no hay varias familias hacinadas en un mismo piso ni obreros hambrientos durmiendo en las azoteas. Tampoco es probable encontrar un piso dedicado a la prostitución. Francisco ni siquiera tiene tiempo para pensar en las injusticias y desigualdades sociales de la vida, así que se adentra en el edificio y se topa con un portero que le da la bienvenida.

 

-Buenos días, ¿en qué le puedo ayudar?-. La voz sale de un pequeño habitáculo de madera, justo detrás de una barra en la que sobresale la cabeza encanecida de un señor que viste mono azul.

 

-Hola, mi nombre es Francisco Martorell, estoy buscando al señor Milá, serví bajo su mando en la Guerra de Cuba-. Demasiada información, quizá. Apenas lo ha dicho Francisco se da cuenta del error de novato que acaba de cometer, él no suele ser tan generoso contando las cosas. Enseguida adopta un gesto de lo más natural para corregir la imprudencia.

 

-En efecto, vive aquí. ¿Le puedo preguntar una cosa? ¿Tenía usted cita con él?

 

Martorell no tenía preparada una respuesta para esto, pero sale al paso como puede:

 

-Lo cierto es que no, señor, pero el asunto es importante, le rogaría que le avisara. Estaré muy agradecido.

 

-El señor, mucho me temo, que no está en casa, ha salido a primera hora, pero no dude de que le avisaré en cuanto vuelva, incluso le voy a dejar una nota en el caso de que llegue cuando yo ya me haya marchado.

 

El brigadilla hace como que se cree las palabras del portero, asiente y le da las gracias. Antes de marcharse, un último ruego:

 

-No se le olvide, por favor, poner en la nota que soy Francisco Martorell y que quiero verle, es muy importante. Muchas gracias.

 

En cuanto Francisco se da la vuelta, el portero anota en una hoja de cuaderno: “El señor Francisco Martorell, que asegura que estuvo a sus órdenes en la Guerra de Cuba, ha venido a verle”. 

 

Francisco sale de allí pero decide ocultarse tras la esquina del edificio. Quién sabe si en realidad el capitán Milá no está ahí mismo, en el interior de su casa, y por seguridad tiene la orden dada al portero de no dejar pasar a nadie a menos que tenga concertada una cita. Tiene su lógica, después de todo, y más si lo recogido en el informe elaborado por los agentes secretos de la Guardia Civil es tal y como se dice: Arturo Milá participó, tras regresar de la Guerra de Cuba, en actividades subversivas hasta el punto de colaborar con grupos que promueven no sólo la insumisión al ejército, sino la práctica del anarquismo en las grandes ciudades. Afortunadamente la cosa antimilitarista le duró poco al capitán Milá.

 

Diez minutos después el portero sale del edificio, da la vuelta a la esquina y se detiene antes de alcanzar el paseo de San Juan. Entonces, posa su mano en el hombro de un hombre que está de espaldas y dice:

 

-Señor Martorell, no hace falta que se esconda más tiempo, el señor Milá está encantado de recibirle.

 

Francisco se gira tratando de aparentar normalidad, no quiere ser descubierto en un renuncio, pero no hay forma de acertar hoy, por lo visto. Es la segunda vez que comete un error de principiante en lo que va de mañana. El brigadilla se preocupa de su falta de reflejos, que ya ni engaña a un simple portero de edificio. Francisco sube, esta vez sí, a casa de Arturo Milá. Cree que si éste le concede tal privilegio es porque debe de acordarse de él, que tomadas las precauciones habituales ha caído en la cuenta de quién se trata. Martorell repasa la estrategia a seguir y espera no encontrarse al capitán excesivamente a la defensiva, al fin y al cabo está convencido de que lo que necesita saber no salpicará a Milá.

 

El brigada sube confiado hasta la puerta del capitán, esta vez no inspecciona la escalera -como hace otras veces- para buscar un plan de escape en caso de emergencia. Llega a la puerta y primera sorpresa: está abierta. “¿Hola?”, pregunta intrigado. “Adelante”, se oye al fondo de la casa. Francisco atraviesa un largo pasillo y al fin ve la luz que emana de un amplio salón. Allí espera sentado el que un día, hace una década, fue su capitán. Se levanta y le estrecha la mano: “Encantado de saludarle”.

 

Francisco, que alarga el brazo y hace lo propio, está sorprendido de no encontrar absolutamente nada en la decoración de la casa que delate su pasado castrense: ni un retrato, ni una pequeña bandera, ni una mísera colección de soldaditos de plomo. Ni siquiera la medalla que recibió tras la batalla de El Caney. 

 

El rostro del capitán ha envejecido de manera notable, el pelo que antes fue rubio ahora es cano y triste, diríase que esa expresión, la tristeza, es la que transmite el que un día fue un valeroso y enérgico capitán del ejército español.  

 

-De modo que usted no es de los que volvió silbando. El brigadilla saca el fusil desde el inicio, no ha venido a perder el tiempo.

 

-¿A qué ha venido? ¿A llamarme traidor?

 

-Ni mucho menos, mi capitán, usted tuvo un comportamiento heroico, seguramente sin su valor muchos hubiéramos muerto y, lo que es peor, otros tantos hubieran huido. Allí se perdió con grandeza y dignidad, si las fuerzas hubieran estado algo más compensadas todos sabemos que hubiéramos barrido a los gringos. He venido a preguntarle por un asunto en el que seguramente usted no tenga nada que ver. 

 

-Diga.

 

Francisco prepara la segunda ofensiva. Ahora dispara con ráfaga de metralla.

 

-Tengo un amigo policía que maneja informaciones que hablan de que hay un piso de un tal Milá en el paseo de Gracia en el que se practican orgías con prostitutas e incluso menores de edad. La policía está detrás de esto porque cree que puede estar relacionado con varios crímenes que se han producido cerca de puerto.

 

Arturo se estremece, un escalofrío recorre el cuerpo de todo un capitán del ejército que, por un momento, parece desvanecerse. Recobrado el aliento pero sin salir de su asombro, se acerca a escasos centímetros de Francisco, al que sólo tiene una pregunta que hacer:

 

-¿En qué número del paseo de Gracia está ese piso? 

 

-Eso no lo sé, pero dicen que es un piso grande, y que al mismo va gente del mundo del arte, hablan mucho de la tertulia de Els Quatre Gats. Yo no sé qué pensar, pero no lo digo por usted. Creo que usted es un hombre honesto, a pesar de todo.

 

-¿A pesar de qué?, si puede saberse. Era usted menos impertinente cuando vestía el uniforme español en Cuba. Obedecía y callaba.

 

-Me refería a cuando renegó de su pasado y se dedicó a coquetear con radicales de todo pelaje en Barcelona, ¿o me lo va a negar ahora, capitán?

 

-Eso es cosa mía, además usted no sabe nada de mí, Martorell. ¿Quién le ha contado tales rumores? Yo jamás he hecho otra cosa que luchar por mi patria, por eso lo que nunca podré aceptar es la podredumbre instalada en el sistema que está llevando a España a la ruina. Aquí no podemos seguir muriendo los de siempre, y si lo vamos a hacer, que sea por algo en lo que todos creemos.

 

-Mi capitán, sígame, que le voy a llevar al piso.



 

Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 14 [Los que no volvieron silbando]