domingo. 29.09.2024

Fran hubiese cometido un error de novato si llega a detener a Evaristo Pesat cuando éste se dirigió al brigada y lo abrazó con efusividad y cariño y lo envolvió con su aliento de Celtas y de Anís del Mono y se le enganchó la insignia que llevaba en el ojal de la solapa en la camisa del brigada, y la camisa se deshilachó un poco. Martorell se fijó en el descosido, luego miró al tipo y volvió a fijarse en el descosido. Y entonces pareció evidente que el brigada iba a darle con el dorso de la mano una galleta al Pesat pero no fue así. Sólo le dio la mano apretando más de la cuenta.

 

-¡Evaristo! ¿Qué coño hace usted aquí?, dijo el brigada con muy mala leche. 

-Mi teniente, está usted muy nervioso, como siempre por otra parte, deje que le invite, permítame la americana…¿No? Bueno, bueno, no tiene que ponerse violento. ¡Qué alegría verle! Por cierto, la enciclopedia que le deje hace un mes a su señora, ¿la ha mirado? Obra muy interesante e instructiva, comandante, creo que le conviene y además se la puedo dejar a un precio de verdadero amigo, lo que somos en realidad usted y yo, mi capitán, ¿qué le parecen 48 plazos? No le interesa. Ya veo, ¿otro cafetito? Le invito yo, no se apure. Esto, bueno, sí, claro, evidentemente, como le iba diciendo, mi general, tengo un cliente aquí, el señor Estampa -tiene una editorial muy importante- y un servidor le distribuye las ediciones de arte, obras muy cuidadas, por cierto, que además yo podría ofrecerle, sin compromiso claro está, mi capitán general, a unos plazos realmente cómodos. Tampoco le interesa. ¿Que me vaya a dónde? Perdone, almirante, no le entiendo. ¿El señor Estampa?, ¿visitas? No, no tenía visitas, pero estaba más serio que de costumbre y no hablaba mucho. Yo quería haber aprovechado la circunstancia para saludar también a mi otro gran amigo, el señor Carmelo Joven, que sube por aquí con frecuencia. ¡Oh, gran persona el señor Carmelo, oiga! Muy divertido. Recuerdo aquella vez que… No, si será un momentito, es una anécdota muy buena, mariscal. Bueno, amigo mío, a lo que íbamos. Pues yo llegué a la editorial muerto de hambre, porque no había tenido tiempo de comerme el bocadillo de sobrasada que mi señora me había preparado con tanto amor, y yo le dije al señor Carmelo: señor Carmelo, ¿me permite que me coma el bocadillo mientras revisamos estos contratos de distribución, eh? Claro hombre, Pesat, faltaría más, dijo el señor Carmelo y entonces se le ocurrió, porque es un hombre con ideas el señor Carmelo, calentar el bocadillo de sobrasada en la fotocopiadora. Quedó buenísimo, oiga, mi general, buenísimo. Aún me acuerdo. Luego, en fin, un pequeño detalle sin importancia pero que el señor Estampa se tomó muy a pecho -todo se lo toma muy a pecho el señor Estampa-, y es que las copias de los contratos tenían unas manchitas rosadas, nada grave, pero a saber de qué serían esas manchitas. ¿Que me den qué?  

-Nada, Evaristo, que no le den nada. Hasta otra Evaristo. Adiós Evaristo. Espero no tener el placer de verle en mucho tiempo, Evaristo. Fran, acompaña al señor a la salida. Adiós Evaristo. No, no se preocupe, que pago yo. 

¡Ah, y soy brigada, cojones, bri-ga-da! ¿Se entera? 

 

Cuando Fran hubo alejado suficientemente a Pesat, volvió al bar, pagó, esperó a que el brigada saliese del cuarto de baño y abandonaron el local. 

Vamos a dar una vuelta por la carretera y por el camino que lleva a la casa de Estampa, buscamos un buen puesto de observación y esperamos.

 

-Siempre a sus órdenes, mi general. 

-Menos cachondeo, niño. 


 

Cuatro días antes - Parte 3