domingo. 29.09.2024

Juan Asensio, al saberse seguido, decidió abandonar la autopista, tal y como había oído al brigada. Tomó la carretera N112, que se adentraba en el Herault. Pero los rusos lo encontraron muy pronto. Asensio, que esperaba su detención y secuestro de un momento a otro, se puso muy nervioso. Y se le ocurrió que si dejaba el taxi podría tener alguna posibilidad. Mandó al chófer que parase y se apeó. La carretera discurría suavemente por la campiña rodeada de unos árboles que le parecieron olmos. Juan Asensio pensó que sería buena idea hacer auto-stop, y lo hizo. Pero el Alfa Romeo Giulietta rojo no sólo no paró, sino que derrapando en la curva lo llenó de polvo. Hay que ver, qué cara dura, te ven solo en una carretera y no paran, qué tiempos, Dios mío, qué tiempos. Un trueno triste, apagado por la distancia, interrumpió sus lamentos. Y el soplo del viento recién desencadenado que hacía gemir las copas de los olmos le levantó las solapas de la americana. Bueno, mejor, así ya tengo el cuello protegido. ¡La que va a caer! Se ajustó el chaleco sobre la camisa blanca y se aflojó la corbata, se abotonó la americana y apretó el paso. Una gigantesca encina a un lado de la carretera y un pequeño campo de trigo al otro rompían la monotonía verde, ondulante, del paisaje. Un motor quebró momentáneamente la balada de la ventolera. Era un coche oscuro. Asensio se internó corriendo en el campo de trigo. Como estaba segado, ofrecía un buen blanco desde la carretera. Se tiró al suelo. Desgraciadamente, cayó en una acequia y se puso perdido. Menudo pringue, muchacho, y encima es el chaleco que me regaló mi mujer, que en paz descanse, si me llega a ver, lo siento cariño. El coche era, en efecto, oscuro. Gris oscuro. BMW. 

  

-Ahora, Boris. Adelántales en esa recta y te cruzas. Vamos a terminar ya con esta tontería.

 

Minutos después, el taxi del que se había apeado Juan Asensio tuvo que frenar bruscamente. Dos hombres armados bajaron del BMW gris que les interceptaba el paso. Los creativos no pusieron reparos a la hora de contar toda su vida, con pelos y señales a aquellos señores, y el taxista tampoco. Tanto los creativos como el taxista hablaban sin parar. Alguno llegó a confesar que lo de la cocaína era esporádico, Fines de semana, sabe usted, poca cosa, yo lo tengo controlado, que no conocían al «camello» más que de vista y que la plantita de marihuana que cuidaba su madre en la terraza -“Qué bien que a mi hijo le guste tanto la botánica”- era para consumo personal única y exclusivamente, y que nada de tráfico de nada, faltaría más, señor ruso. El señor ruso les mandó callar y se dirigió al taxista con mucha amabilidad.

 

-¿Así que el señor Asensio se ha apeado hace un ratito?, preguntó el ruso que se llamaba Boris. 

-Sí, ha dicho que prefería ir a pie, puntualizó el taxista.

-¿A pie hasta Barcelona? Usted se cree que yo soy tonto. ¿Dónde está?, ahora el tal Boris ya no era ni tan amable ni tan fino.Y empezaba a enfadarse bastante con el taxista cuando su camarada, que atendía por Raduyev, le paró los pies con dulzona cortesía. 

-Boris, esta gente no son profesionales. Son civiles, no se resistirían. ¿Verdad que no, señor taxista? 

-Para nada, para nada. A su disposición. 

-¿Lo ves, Boris? El tipo que falta se ha bajado. Irá en tren: Beziers queda a tres horas de paseo; o irá haciendo auto-stop, por ejemplo. Lo que está claro es que nuestro guardia civil le ha encargado algo al señor Asensio, de lo contrario se habría quedado con ustedes tan ricamente. 

-¡Nosotros no sabemos nada!, gritaron los creativos. 

-Ya lo sé, ya me lo han dicho. De hecho, no han dicho otra cosa desde hace rato. Y no griten que me pondré nervioso. 

-Bueno, pues no nos apunte con la pistola, si se pone nervioso. No le vaya a temblar el índice.

 

Raduyev se impacientaba. Ordenó a los del taxi que desapareciesen de su vista y a Boris que retrocediese hasta la pequeña casa que habían visto a doscientos metros de la carretera, tres o cuatro kilómetros antes, junto a un campo de trigo. 

Cuando llegaron les atendió un señor gordito, con bigote, que estaba dando de comer a las gallinas en el corral. El señor gordito no tenía tanta prisa como ellos y, primero, les rogó que esperasen, que acababa con las gallinas en un periquete; luego, que les invitaba a unos vasos de vino tinto fresquito; les dijo que no se extrañasen, que era un vinito de crianza que él, personalmente, prefería tomar fresco y que les diesen por ahí a los gastrónomos y a los chefs sibaritas de París; y, por fin, que qué les traía por su modesto hogar. Boris se mordía las uñas y Raduyev acariciaba la sobaquera y no dejaba de mover una pierna frenéticamente. No era cuestión de cargarse al pobre granjero. Todavía.

 

-¡Ah, excelente el vinito! ¿No les parece? Sí, volviendo a su amable pregunta, ¿Un señor español? Sí, claro. He visto dos, hoy. Uno es un viejo amigo que 

vive en Figueras. Gran persona, Fermín. Nos conocimos en… 

-Oiga, abrevie, tenemos prisa, disparó Boris. 

-Un poco de prisa, monsieur. Pero, ¿y el otro español?, terció Raduyev con más tacto. 

-¿Tienen prisa? Oh, espero no estar demorando sus asuntos, señores. ¿Más vino? ¿No? Bien, el otro era un señor tan apurado como ustedes que mi esposa lleva ahora mismo a Figueras, con Fermín. El señor dijo que le venía muy bien que lo dejáramos en Figueras. Mi esposa se traerá de Figueras fruta, simientes y unas gallinas.  

-Usted y su Fermín pueden irse al infierno, Boris continuó en ruso. 

-Tranquilo Boris, tranquilo; monsieur, ¿cuándo han salido y cómo es el coche de su señora esposa?, preguntó Raduyev con una voz extremadamente melosa. 

-¿Son amigos o familiares del señor? Lo comprendo, lo comprendo. ¿Se ha muerto alguien? 

-De momento no, señor, de momento no, dijo Boris cerrando los puños.  

-¿Enfermedad grave, entonces? 

-El coche de su… señora, ¿cómo es?, masculló Raduyev, o aquí habrá enfermos, muertos y heridos muy pronto. 

-Ya veo, un fuerte surmenage. Pues se trata de un Renault 4 azul cielo, han salido hace una hora más o menos. Cogerán la autopista en Beziers, supongo. ¿Oigan, dónde van? No corran tanto, no es bueno para la salud, señores. 

Hacía mucho viento y sonó algún trueno lejano. 

 


 

Asensio - Parte 3