sábado. 21.09.2024

Oscuras lecciones de la transición

Han pasado muchos años y la mayoría de los protagonistas han muerto o están aparcados en asilos. Quiero decir que es un asunto que se puede contar, con algunas precauciones, naturalmente. Es un episodio menor, si quieren, en medio del marasmo político español que va desde la muerte de Franco hasta el ascenso al poder del PSOE de Felipe González, en 1982.

 

Es una historia pequeña, o no tan pequeña, vayan ustedes a saber, pero que ilustra perfectamente algunos manejos del poder y las zonas superficiales de las cloacas del estado. En cuanto a las profundas, prefiero conservar una prudente ignorancia.

 

Es una historia que viví en primera persona porque el cerebro gris de la operación fue mi padre. Y es una historia que puede aplicarse perfectamente a lo que sucede hoy en España: no en vano se habla de una “segunda transición”, y lo que uno observa le produce una incómoda sensación de “déjà vu”.

 

Es una historia, por tanto, de la que pueden extraerse algunas lecciones y que puede suscitar ciertas sospechas en mentes biempensantes y en espíritus ingenuos, como el mío.

 

Baste, para introducir al protagonista, decir que mi padre era periodista –de aquellos que se la jugaban de verdad y podían acabar en la cárcel por denunciar a los corruptos del Régimen-; político, en lo que hoy se llama la “fontanería”; y experto en propaganda. Y, bien, tenía su experiencia como agente de cierto servicio. Tengo aquí un papel doblado en seis partes, fechado en marzo de 1949, y en el que, entre otras cosas, se escribe: “…Se ruega a las autoridades, tanto civiles como militares, le den toda clase de facilidades para el cumplimiento de su misión.”

Firma, sello y foto de mi progenitor. En el membrete, una entidad que prefiero no mencionar y el subtítulo “brigada especial”.

 

Lo que explico para que vean que no estamos hablando de un ingenuo biempensante. De hecho, la ingenuidad se la quitaron de golpe cuando mi abuelo, guardia civil, le advirtió, por esas fechas:

 

-No vayas pasado mañana en el coche tal, a tal sitio, a tal hora, hijo. Date una vuelta, caminando. Los maquis van a atentar.

 

-¿Y por qué no los detenéis?

 

-Porque a veces hay que dejar que pasen algunas cosas para que se resuelvan otras.

 

Imagino la sorpresa de mi padre. Mi abuelo, perro viejo en estas lides, miembro de la “brigadilla” en los años previos a la Guerra Civil y espía de Franco en Barcelona hasta mayo de 1937, sabía latín. Sabía, por ejemplo, que la guardia civil tenía inflitrada a la CNT/FAI –él mismo era un infiltrado- y que los anarquistas tenían colaboradores entre los guardias. Sabía de las disputas entre los distintos cuerpos de seguridad del estado, de sus traiciones y pactos con hampones varios. Sabía que los jefes sabían, y sabía que los políticos sabían. Pero como dijo alguien: “Siempre hay un hijo de puta que sabe más que tú”. Ese hijo de puta, en el caso de mi abuelo, fue algún comunista, claro. Los comunistas acabaron copando todos los puestos importantes en el bando republicano. Pero ésta es otra historia.

 

Efectivamente, un coche oficial voló por los aires en Barcelona y mató al delegado provincial del Frente de Juventudes. El período 1945-1949 fue el más sangriento de la historia de los maquis, controlados, armados y dirigidos por el PCE. Atentados en vías férreas y centrales eléctricas fueron otras de sus especialidades. 

 

Bien, mi padre no voló por los aires en ese vehículo y, unos días después, aparecían muertos algunos “elementos de la criminalidad roja”, según la prensa de la época.

 

Resolver conflictos en la universidad o en la calle no eran actividades desconocidas para mi padre. Había comprobado que, incluso físicamente, muy pocos pueden manejar a muchísimos. Y que cinco tíos pueden hacerse con todo un centro universitario sin demasiados problemas. Pero ésta es, también, otra historia.

 

Estamos en 1977. Una muy importante empresa española, con miles de trabajadores, y millones y millones de pesetas de facturación, teme ser víctima de un enorme revuelo tramado por CC.OO y UGT. Especialmente, por CC.OO que la consideraba como una cuestión, digamos, personal. 

 

El jefe de esa compañía llama a mi padre y le cuenta lo que teme. El diálogo fue más o menos así:

 

-No es fácil, pero tampoco es muy difícil –argumentaba mi padre-. Tenemos que saber varias cosas: yo me fío de ti…

 

-Por favor, la duda ofende.

 

-Bien. El ministro tal y el político cual, ¿de qué lado están?

 

-Del nuestro.

 

-¿Y Fraga?

 

-También.

 

-¿Con quién se puede contar en la policía y en la guardia civil? De verdad de la buena. No queremos jugadores a dos o tres barajas.

 

-Fulano, zutano, mengano (y cuatro o cinco nombres más).

 

-No son muchos.

 

-No estoy seguro de nadie más. Los que más te preocupan, Paco, me consta que mirarán para otro lado.

 

-Bien. A los periodistas ya los conozco. Y tú, a algunos, también. No hay ninguno que no se deje (me sorprendió la rotundidad de esta afirmación). Necesito saber quiénes en la empresa están con nosotros, por secciones y departamentos, y sin ningún género de dudas. Necesito saber a quién de los otros se puede comprar. Y necesito saber quién está dispuesto a pasar a la acción, si fuera necesario, que lo será.

 

Con este índice de actuación, síntesis elemental de cualquier acción subversiva, se comenzó a trabajar. Se creó un nuevo sindicato, se le dio imagen y publicidad, se eligió a los portavoces, se acusó agresivamente a CC.OO de traicionar los intereses de la clase trabajadora, se les corrompió y luego los periodistas “destaparon” la corruptela. CC.OO reculó: del ataque a la defensiva en menos de tres meses. Se pasó a la acción, pero no mucho, muy selectivamente y sin excesiva violencia. Solo para garantizar que la conflictividad laboral fuese nula.

 

Los comunistas, superados por quien utilizaba sus técnicas mejor que ellos mismos, se lamentaban en artículos en un naciente diario EL PAÍS y en la revista CAMBIO 16, pero no lograban otra cosa más que reconocer la derrota que se les venía encima. Estos dos medios les daban pábulo precisamente para mostrar la posición defensiva de los sindicatos. (Me imagino que, más arriba, algunos se beneficiaban de que se atizase a CC.00 y UGT: así no tenían que hacerlo ellos y se empezaba a domesticar a las centrales sindicales, a base de palos, claro, de un aliado quizá no tan inesperado).

 

Nadie impedía la publicación de esos artículos en apariencia contrarios a los intereses de la empresa y de la operación diseñada por mi padre. Es más se alentaba su difusión. Y los periodistas “colaboraban”, naturalmente. 

 

Mi opinión sobre muchos periodistas, como comprenderán, quedó muy bien dibujada después de aquellos acontecimientos. Pero es mejor, como dice el viejo lema de la guardia civil: “hacerse el bobo.”

 

Naturalmente, todo hubiera sido inútil si desde algún centro no hubiesen mirado hacia otro lado, y sin la colaboración de determinados elementos dentro de la policía y de la guardia civil. Nada se mueve en España desde hace más de un siglo sin que lo sepan los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. Pueden estar seguros. Cuando digo nada es nada, ni un pelo. Y cuando digo más de un siglo hablo de lo que conozco. Imagino que los romanos podrían decir lo mismo, porque el príncipe de este mundo ha actuado siempre igual y los hombres siguen moviéndose por dinero, poder y sexo. Poco más.

 

Finalizo. La operación fue un éxito, limpio, no muy ruidoso, casi elegante. El nuevo sindicato ganó las elecciones y la empresa vivió unos años de paz social. Luego, otros intereses la desestabilizaron. Pero mi padre había fallecido en 1978 y ésta sigue siendo otra historia. El viejo maestro, había profetizado el auge de Felipe González a principios de los 70 y siguió con sumo interés todos los movimientos del político socialista, que había pasado por el Frente de Juventudes. 

 

Mi padre, ahora, seguiría con mucho interés a Pablo Iglesias y se maravillaría con la admirable maquinaria de propaganda que es PODEMOS. 

 

También intentaría averiguar quiénes son los infiltrados en ese partido, no seamos ingenuos. 

 

El viejo maestro concluiría, con el Ducados y el vaso de White Horse, con una de sus frases favoritas:

 

-Chaval, no te fíes ni de tu padre. Las cosas funcionan así. Pueden ser más complejas, más sucias y más macabras. Pero el mecanismo es el mismo siempre. Como dice un amigo: “Paco, es solo cuestión de añadir ceros en las cuentas. Cuantos más ceros, más mierda y más cadáveres.”

 

-¿El mecanismo vale para 1.000 y para 10.000.000.000? 

 

-Muy bien, chaval, muy bien.


 

Oscuras lecciones de la transición