sábado. 28.09.2024

La Iglesia en Cataluña vive sus peores momentos desde el fin de la guerra civil. La situación es  comparable a la de aquella gran herida posconciliar, en la que un gran número de sacerdotes  religiosos Y religiosas abandonaron sus filas para secularizarse, al mismo tiempo que una parte de los que permanecían en ella, introdujeron interpretaciones del Concilio Vaticano 11, que crearon  confusión Y mermaron la religiosidad popular por su rechazo a la misma. Estos tres efectos, y la  incapacidad de los obispos para reconducir la situación, crearon una merma de la que nunca se han  recuperado. Ahora las causas son distintas pero las consecuencias en cuanto a su debilidad son  superiores.  

 

Ahora las circunstancias son distintas, y el problema es otro.  

Por una parte hay un envejecimiento largamente anunciado, pero nunca corregido, de la institución  eclesial, que intenta resolverse con medidas de carácter organizativo, que en ningún caso abordan las  causas que ocasionan aquella situación, y que no son otras que las que provocan que las estructuras  diocesanas y de las congregaciones religiosas, especialmente las dedicadas a la educación, no aporten  los frutos necesarios. Son más bien iniciativas surgidas de determinados grupos y parroquias, de  organizaciones que no están alineadas en lo que podríamos llamar la estructura oficial, las que todavía  contribuyan con savia nueva al catolicismo catalán. Hay un fuerte desequilibrio entre los recursos  estructurales que dispone la Iglesia como institución, y los resultados que obtiene. Esto es una  evidencia para cualquier observador externo mínimamente objetivo, pero por lo visto no es percibido  así por los responsables de esta gran organización.  

El otro gran problema que vive la Iglesia en Cataluña es su naturaleza contracultural. No porque ella  quiera, sino porqué la ideología, y la cultura hegemónica es totalmente contraria al planteamiento  católico. Esta situación podría tener en teoría dos salidas distintas. Una, la de asumir el hecho  contracultura! con la vocación de transformarlo en alternativa. Sería lo lógico, porqué este tipo de  respuesta es la que ha caracterizado al cristianismo desde el primer momento. Pero el camino elegido  parece que es otro, más bien lo que hace es negarse a asumir esta condición de contracultura,  considerase erróneamente parte del establishment y presentar un perfil bajo que evite conflictos con el poder, con los medios de comunicación, y con un determinado y beligerante sector de la opinión  política. El camino elegido es más bien el de confundirse con el paisaje, con la pretensión de nadar en  la piscina y salir seco, ofreciendo como principal beneficio a la sociedad su condición de gran ONG,  aunque esta no sea la misión primordial, ni haya demostrado que le proporciona mayor atractivo, y  menor beligerancia entre quienes lo rechazan.

En este contexto la figura del obispo Novell, era una excepción.  

Era de los pocos obispos de Cataluña que en sus textos abordada desde la perspectiva católica  cuestiones como el aborto, el matrimonio homosexual, la eutanasia, o la orfandad política de los  católicos, como consecuencia de que ninguno de los partidos con representación parlamentaria o casi  ninguno de ellos, ofrecía un mínimo que fuera aceptable desde aquel punto de vista. Novell, el obispo  más joven de España, también destacó, porque fue de los que más decididamente abordaron la  necesidad de evangelizar, introduciendo en su pequeña y envejecida diócesis de Solsona, todas  aquellas metodologías de evangelización que han sido probadas y han aportado resultados. Quienes  siguen esta cuestión en toda España, tenían en este obispo una clara referencia, a pesar de que sus  opiniones muy definidas en torno al referéndum sobre la independencia de Cat1luña, y las personas  encarceladas, han resultado polémicas, y le han ocasionado problemas y rechazos en España. Se olvida  en todo caso, qué Novell se opuso tajantemente en su momento, a que se instalaran banderas  independentistas en los campanarios de las iglesias de su diócesis. otros obispos, que nunca se han  pronunciado sobre aquel tema político, han seguido en esta cuestión el método del egipcio de adoptar  la postura de perfil, para no ganarse la repulsa de su feligresía independentista.  

La voz de Novell era ciertamente incómoda, pero parecería que ésta condición, más que ser un  defecto, tendría que ser una característica de la voz católica, en una sociedad tan profundamente  descristianizada, porque si en ella, el mensaje institucional de la Iglesia no provoca nunca una  reacción, quiere decir que algo profundo falla en el discurso público eclesial.  

Se desconocen las causas de la renuncia del joven obispo, y este déficit informativo no es sano porque  lo que hace es dar pie a todo tipo de interpretaciones, que ahondan en el descrédito eclesial, y desaniman a los propios católicos. 

La realidad pura y dura es que ahora, en pocos meses, Cataluña ha perdido a  dos obispos, muy distintos y dotados de una gran singularidad.  

Uno porque ha renunciado, el otro el obispo de Terrassa, porque ha sido elevado, si es que puede  decirse así, a la diócesis de Sevilla que tiene mayor relevancia formal. Sáez Meneses también era  singular, no tanto porque participara de un discurso que generara controversia, como por su gran  

labor pastoral, que le llevó a constituir un seminario propio, y alimentarlo con un mínimo de  vocaciones, que es una de las grandes debilidades de la Iglesia actual.  

No son los dos únicos obispos que marcaban un posible camino en la languidez de la Iglesia en  Cataluña, pero la realidad es que no hay muchos más, y que el panorama que ya era crítico, ha  empeorado sensiblemente, y no se resuelve, obviamente, reduciendo el número de parroquias o de  diócesis. En todo caso sí es necesaria una organización y esta tiene que ser consecuencia de una  movida interna que dote otra vez de vitalidad a la Iglesia.  

 

 

Vía ForumLibertas.com

El caso del Obispo Novell y la crisis de la Iglesia en Cataluña