lunes. 30.09.2024

En palabras de Adorno, "el estado de cosas en el que el individuo desaparece es al mismo tiempo el del individualismo desenfrenado, en el que 'todo es posible'". En esto radica la paradoja señalada por Adorno de una sociedad que se ha legitimado sobre la base de la expansión soberana y libre de los individuos y que ahora se cumple en su completa aniquilación en el altar del mercado absoluto.

El nuestro se confirma así como el tiempo egocrático, la era de Narciso como paradigma de un sujeto que se basta a sí mismo y que desconoce la alteridad y el amor como apertura a lo diferente. Es la tragedia egoica, la de perderse en la propia imagen, la tragedia del mundo reducido a la imagen del propio yo y, de nuevo, de la afirmación cínica del propio yo individual.

A diferencia de las formaciones comunitarias tradicionales, el mercado que ahora ha llenado la vacante dejada por Dios no fomenta el establecimiento de identidades estables y un yo fuerte. Por el contrario, tiene que deconstruirlos, de modo que el yo permanezca permanentemente precario e inestable, manipulable e incapaz de decir no, y por lo tanto, reducido a un yo que sea moldeado de vez en cuando por las corrientes y ofertas del mercado, así como por los flujos de información gestionados por la fábrica del consenso y la industria de la imaginación.

El flujo heraclíteo de la circulación de mercancías redefine la subjetividad humana en formas inestables y precarias, abiertas incondicionalmente a todos los estímulos y demandas. Destruye cualquier capacidad residual de contestación y, por lo tanto, de resistencia a las presiones de los consumidores por parte de las identidades dispersas.

En la fase absoluta, el sujeto, reducido a un átomo hedonista de goce descabezado y potencialmente ilimitado, está ahora desprovisto de espíritu crítico y de personalidad, aliviado como está de cualquier vínculo simbólico que no sea el código de la forma mercancía.

Como demostró Hegel en sus Lineamientos de Filosofía del Derecho (1821), el fundamento de la vida ética burguesa se encuentra justamente en la estabilidad o, si se prefiere, en la consolidación temporal de las formas existenciales, emocionales y laborales garantizadas. En particular, como momento culminante del Espíritu objetivo (que es, a su vez, una manifestación sub specie temporis del Espíritu absoluto), la ética es, para Hegel, la superación e inversión en el nivel más alto de la síntesis del "derecho abstracto" (abstraktes Recht) como momento de la formalidad externa pura y abstracta y de la "moral" (Moralität) como ley de la interioridad individualizada.

El hombre egoísta y adquisitivo, rapaz y anticomunitario, no es fruto de la naturaleza humana, como indebidamente la entiende Hobbes: es, en cambio, para Hegel el resultado del proceso socioeconómico de des-eternización del sistema de necesidades ("considero al hombre en su concepto, no en el estado de naturaleza").

La solidaridad de clase es ahora sustituida por el individualismo competitivo, según lo que se ha llamado le mythe de l'individu: la salvación ya no se entiende como la liberación coral de la clase del capitalismo, sino como la afirmación empresarial del yo individual en las estructuras capitalistas y en medio de los despojos de los demás. Por esta razón, como no nos cansaremos de repetir, es necesario volver a proponer el socialismo sin titubeos como paradigma antropológico y social, sin olvidar nunca que el término fue introducido por Pierre Leroux con la clara intención de oponerse al individualismo moderno.

Vía Geopolítica.ru

La época de la Egocracia liberal