Gaudí, Picasso y el arte de matar - Capítulo 7 [¿Quién conoce a Joan Pujaló?]
Pujaló no sabe a quién acudir. Se siente más solo que nunca. Hace días, semanas, que no se le ve por el barrio, comprando cigarrillos en el estanco o encaramado a cualquier bar en busca de conversación. “Ahora necesito silencio y tranquilidad", se dice a menudo en la soledad de su casa. Es una forma de engañarse a sí mismo: lo único que tiene en su vida es tranquilidad y silencio. En el fondo, tampoco entiende su comportamiento y se pregunta por qué es él quien se esconde cuando su conciencia está más que limpia y no tiene nada que ocultar; si acaso, solo tiene preguntas. No puede olvidar lo que ha visto en casa del tal Milá, ni tampoco las razones que llevaron a Rafael Domènech a creer que un tipo tan serio como él se pudiera prestar a hacer determinas cosas.
Le gustaría desahogarse con alguien y el primer paso era volver a hacer vida normal. Aprovecha la noche para pisar de nuevo la calle. Las luces macilentas del Raval, los niños descalzos jugando en las aceras y las señoras rameras apostadas en las esquinas, le reconcilian con la vida. Aunque sabe de sobra que no es el mejor de los mundos posibles, puestos a elegir Joan Pujaló se queda con este, con el suyo, con el que siempre ha vivido en paz a pesar de las dificultades. A un lado de la calle una mujer sostiene en brazos a su hijo para darle el pecho. A Joan le parece lo más tierno que ha visto jamás y se queda embelesado contemplando la escena. Junto a la mujer hay dos niños más, andrajosos y sucios, que parecen pedir comida. Joan nunca ha podido resistirse a los niños, así que se acerca y les entrega una moneda a cada uno. La mujer sonríe y él se marcha feliz y satisfecho en busca de algún lugar para comer algo. El hambre aprieta en su estómago y recuerda que desde que falleció Pascual Dols no ha vuelto a aparecer por el restaurante en que tantas noches le dio de cenar. Hoy tampoco, mejor otro sitio. Pasea por la Rambla del Raval y llega antes del cierre de una tasca de la que le ha seducido el cartel de “ultramarinos y embutidos”. No se decide entre la butifarra o el fuet, pero el camarero le sugiere un bocadillo de tortilla con ajetes. Él confía en el criterio del que está al otro lado de la barra y se come el bocadillo allí mismo, acodado, solo. Más que una descripción, aquello es una metáfora de su vida. Mientras engulle, Joan agarra el periódico, a estas horas grasiento y arrugado, la última edición de El Diario de Barcelona. Algo llama su atención en la portada que le hace dejar el bocadillo frío sobre el plato. “Detenido el hijo de un conocido marchante de la ciudad”. Justo debajo del titular, apenas un párrafo, Joan lee lo siguiente:
“El hijo del conocido marchante de arte, Rafael Domènech, ha sido detenido junto a otras dos personas que participaban en un ritual satánico en una casa del distrito del Ensanche. Una mujer fue hallada muerta y al menos dos resultaron heridas, todas prostitutas. Los detenidos están en calabozos de la Dirección General de la Policía y pasarán a disposición del juez correspondiente”.
A Joan se le indigesta el bocadillo, un sudor frío recorre su frente. ¿Estaría el hijo de Domenech el día en el que él subió al piso del paseo de Gracia? ¿Se está refiriendo la noticia a aquel mismo día? Porque si el periódico está aludiendo a esa noche, entonces delante de sus narices se estaba produciendo algo más que una orgía con golfas y menores de edad. Este último detalle tiene a Joan en un sinvivir desde hace semanas. Los gritos que salían de algunas habitaciones no eran de mujeres mayores de edad. Esa voz aguda e inocente le martillea cada vez que cierra los ojos en la soledad de su casa. Lo de las orgías con fulanas lo puede tolerar, pero lo del crimen y los niños es otra cosa. Joan sigue leyendo:
“Hasta el momento se desconoce el nombre del dueño de la casa en la que ocurrieron los hechos, si bien los detenidos han declarado que no tienen nada que ver con el presunto asesinato de una mujer cuyo cadáver ha sido hallado en esta misma casa. El Diario de Barcelona ha podido contrastar que en el piso había un total de seis mujeres (al parecer dos menores) y hasta diez hombres. No hay más detenciones.”
A Joan se le hace difícil respirar. De pronto siente que un fuerte dolor le oprime el pecho. Si la memoria no le falla en la puerta de Els Quatre Gats había seis personas cuando fue citado a participar en la velada, él sería la séptima. El dueño del piso, el tal Milá, sería el octavo. El hijo de Domènech, el noveno. Faltaría el décimo. Pero las cuentas, número arriba, número abajo, le salen. Joan ya se imagina entre rejas, y eso que salió disparado del piso cuando supo que todo aquello era una sucia orgía. ¿Quién iba a creer que acudió a aquel piso de madrugada al reclamo de una velada entre pintores y otros artistas? ¿Quién se tragaría que él fue sólo para intentar hacer contactos y hacerse un nombre entre los pintores modernistas? Sabía que con esas explicaciones tan veraces como inverosímiles nadie le tomaría en serio. Con suerte Joan podría no ser investigado: si los detenidos no cantan, él no tiene nada que temer. Además, de los que participaron en aquello él sólo conocía a Rafael Domènech, es probable que el resto ya ni se acuerde de Joan Pujaló. ¿Acaso alguien conoce a Joan Pujaló? Por una vez Joan se alegra de ser un pintor anónimo en Barcelona, alguna ventaja tenía que tener ser un artista fracasado y mediocre que no ha expuesto en ninguna galería. La caza mayor a él no tiene por qué afectarle.
Algo ha sacado en claro de todo ello: no volverá a poner un pie en Els Quatre Gats, objetivo que muy pronto se ve truncado, pues es la única forma de dar con el paradero de Rafael Domènech. Necesita hablar con él, preguntarle si lo que ha leído en la prensa le va a salpicar y, lo más importante, ¿qué es lo que se hace en esas veladas en las que el pobre Joan pensó que iba a hablar de pintura con gente influyente en el mundo del arte?
Al ver el cartel de Els Cuatre Gats a Joan le vuelve a rondar la propuesta que le hizo a Pere Romeu de dibujar un cuadro. Pere, que además de pintor y encargado del café, fue el que tuvo la idea de enviar a Joan a las veladas con Domènech. “¿Quieres triunfar como pintor?”, fue el anzuelo envenenado que le lanzó Romeu, cómo se le iba a olvidar ahora a Joan la pregunta maldita.
Y después de aquello lo remató con un:
-Apúntate a las veladas que organiza El Quatre Gats.
Ingenuo de Joan, cómo picó. Pero ya no es tiempo de lamentarse, sino de solucionar las cosas. Joan abre la puerta de Els Quatre Gats con el deseo de que sea la última vez. A simple vista nada ha cambiado; las tertulias de pintores en las mesas del fondo, el olor a puros, vermú y humedad anisada; Pere Romeu en la barra, rumiando negocios. Quizás es lo que más le sorprende, encontrarlo con gesto plácido y sonriente, pareciera totalmente ajeno al escándalo por la detención del hijo de Rafael Domènech.
Joan se dirige hacia Pere y por una vez en su vida hace algo con determinación y coraje: deja caer con fuerza sobre la barra el ejemplar de El Diario de Barcelona en el que se recoge en primera página la noticia de las orgías y las detenciones.
-¿Qué es esto de los rituales masónicos?-, dispara Joan sin dar ni los buenos días.
-Qué alegría verte por aquí, Joan. ¿Te pongo un vermú?
-No me has respondido.
-Son invenciones de la prensa, por Dios, cómo puedes ser tan ingenuo.
-¿Y la mujer muerta? ¿Me vas a decir que eso también se lo han inventado? El día que me llevasteis al piso del tal Milá, ¿también hubo algún muerto? Lo que sí sé es que escuché gemidos y gritos de menores de edad. Puedo corroborarlo.
-No puedes corroborar nada, me han dicho que saliste corriendo.
-No esperaba encontrarme una orgía allí, yo esperaba otra cosa.
-Me dijiste que querías triunfar en el arte, pensé que sería un buen momento para que conocieras a gente del mundillo.
Joan no daba crédito, el pintor maduro y tabernero de agradable conversación no parece escandalizado por lo ocurrido. Cree que es el momento de marcharse del bar, pero antes de hacerlo le lanza una última pregunta:
-Veo que te da todo igual, ¿dónde puedo encontrar a Rafael Domènech?