No hay palabras para la guerra - Capítulo 25 [Parte 1]
Corremos hacia la Comandancia y, al pasar junto al Ayuntamiento, vemos a un requeté con una cacerola entrando en el edificio. Le seguimos. Huele a café. Huele a café recién hecho.
-¿Llevas café ahí? –pregunto al de la cacerola.
-Pues, sí, oiga. Para animarnos. Suban y prueben, si quiere.
-Gracias.
En una sala del tercer piso, parapetados tras las ventanas, hay un grupo de requetés. Me cuentan que han rechazado un ataque por esa zona, la de la fachada del Ayuntamiento da al campo.
-Ahora están tranquilos. Hace un rato disparaban como locos.
-¡Ahí va uno! -dice el requeté de la cacerola. La ha dejado sobre una mesa y está en su puesto junto a la ventana.
El que hablaba conmigo apunta y dispara. El miliciano cae al suelo. Se mueve. El requeté del café apunta con cuidado, dispara y lo inmoviliza para toda la eternidad. Es la guerra.
-No veo a nadie más. Vamos a tomar café -comenta sin separar la vista del campo.
Quedan dos requetés vigilando al lado de las ventanas. Aprovechamos la calma para tomar café. Hacemos bromas. En esas estamos cuando aparece el teniente Roca.
-A sus órdenes, mi teniente.
-Volved a las posiciones porque van a atacar desde aquel lado. Dejad que se acerquen. La primera descarga a cien metros. Si continúan, esperad a los cincuenta metros. Vosotros tres, bajad a la puerta del edificio y calad la bayoneta.
Muy poco después comienza el asalto. Los rojos hacen gran alarde de fuego de fusilería, ametralladoras y bombas de mano. Esperamos. El enemigo se confía y va acercándose. Al llegar a la distancia ordenada, disparamos simultáneamente. Caen muertos diez rojos. Uno, que parece herido, grita:
-¡No tiréis, no tiréis!
-¡Acércate y te curaremos! –responde el teniente.
Vemos cómo intenta incorporarse. Lo hace lentamente. Avanza unos pasos y, cuando creemos que viene hacia nosotros, emprende veloz carrera hacia los suyos.
-Dejadle, pobre diablo. No malgastéis ni una bala.
El nuevo ataque ha sido rechazado. Y vuelve la tranquilidad a aquel sector.
-Mi teniente.
-Dígame, brigada.
-En “El Calvario” están muy justos de hombres y munición. No han cedido ni un palmo de terreno, pero Bach agradecería algún refuerzo.
-Puedo enviarle a dos hombres y diez bombas de mano. Nada más.
Y acto seguido ordena al requeté de la cacerola y al que hablaba conmigo que se dirijan a la posición de Bach.
-Decid al alférez que resista todo lo que pueda. El punto de repliegue será la casa del cura.
Después el teniente nos dice que teme que la línea telefónica esté intervenida por los rojos y pide un voluntario para ir a Belchite, atravesando el cerco de las líneas enemigas. Sale uno, sin pensarlo demasiado.
-Pedro Bosch, presente y a sus órdenes.
Rogelio y yo nos miramos. Aquel es un gesto suicida.
-Mi teniente, perdone, pero este requeté va a una muerte cierta –le digo.
-Y nosotros a otra, Martorell.
-Mire, tal vez, si sale por la zona del Saso, donde están los batallones anarquistas, tenga alguna posibilidad. Mi amigo Rogelio, aquí presente, le puede dar nombres por si cae prisionero.
-Brigada –dice el teniente, dirigiéndose a Rogelio- ¿Éste no es nuestro prisionero? ¿Qué hace aquí, con usted?
-Es una larga historia, mi teniente. Lo tengo bajo mi custodia, no se preocupe.
-Usted verá, brigada, usted verá. ¡Bosch! Acércate, muchacho.
Y Pedro Bosch salió del edificio del Ayuntamiento, por la parte trasera, dirigiéndose hacia las afueras del pueblo.
-Si llega a Belchite será un milagro –dije.