La montaña - Parte 2
-Es un mensaje de Sprinkoth, dijo Jim Schiele apartando la cara de la humareda que le lanzaba Harris. Una humareda que le mareaba tanto como las curvas de aquella carretera infernal de la región de Nantua y que hacía irrespirable el aire dentro del coche.
-¿Espringot?, Juan Asensio despertó súbitamente.
-¿Ése no es de los rusos?
-Y nuestro también, amigo mío. Lo tenemos infiltrado en el KGB, respondió Jim, bajando un poco más la ventanilla.
-¿Y qué dice nuestro amigo germano oriental, Jim?, inquirió Claude Harris.
-Que si puede auxiliar a unos tipos en una barca.
-¿Auxiliar a unos tipos? ¿Se ha vuelto loco? Hemos de alcanzar a la maldita ambulancia o lo que quede de ella antes que los rusos. ¡Que nos facilite la situación exacta del objetivo y se deje de caridades!
-Claude, ya tengo la situación exacta.
-Bien, pues vamos allá sin perder tiempo. Harris se pasó la mano por la calva varias veces y escupió restos de tabaco.
-Claude, ya tengo la situación exacta y, si me dejas terminar alguna frase, te diré que Sprinkoth sospecha que los de la barca tienen que ver con la ambulancia. Y además llevan «algo».
-Sprinkoth sospecha, Sprinkoth sospecha. Sospecha ¿qué? ¿Lleva acaso sensores telepáticos su jodido helicóptero? Claude Harris tosió y bajó la ventanilla de su lado. Entró aire fresco y olor a bosque.
-Vayamos por partes, Claude. Primero, la ambulancia está accidentada y abandonada. Sprinkoth ha podido ver a tres de sus ocupantes huyendo por la montaña. Segundo, en la barca hay un individuo que cuadra con la descripción del patán chistoso que nos dio el señor Asensio.
-¿Carmelo?, preguntó Asensio incorporándose. ¿Carmelo en una barca? ¿Y sigue a flote la barca?
-De momento, sí, señor Asensio. El que no sigue a bordo es el tal Carmelo: se cayó al agua cuando le hacía señales al helicóptero. Están en un apuro porque se dirigen hacia un salto de agua de unos cincuenta metros y con el señor Carmelo sujetándose a la borda es muy difícil para su compañero o compañera maniobrar.
-Pues allá ellos. Pero, ¿por qué dices compañera?, pregunto Harris.
-Porque es posible que se trate de María, la enfermera, repuso Asensio. Y lo que pasa es que no puede subir a Carmelo a bordo, porque semejante barrigudo mojado no habrá quién lo mueva. Oiga, Harris, ayúdeles, hombre. Tendrá usted más rehenes.
-Seguramente, tendremos algo más, Claude. En la barca llevan una enorme mochila. Si la ambulancia está abandonada y los otros parece que andan ligeros de equipaje por el monte, ¿dónde están las acciones?
-Las habrán enterrado, contestó Harris frunciendo el ceño. El guardia civil es listo. No va a meterlas en una barquita a cargo de un inspector Clouseau cualquiera y de una enfermera, para que se conviertan en papel mojado a las primeras de cambio.
-Bonito chiste, Claude, pero olvidas que los soviéticos no les han dado respiro. Es muy probable que no tuviesen tiempo de enterrar nada. Nos enfrentamos a una decisión difícil: si dejamos que los de la barca naufraguen en el salto de agua, tal vez tengamos que decir adiós para siempre a las acciones. Si los socorremos y lo de la mochila no son acciones, podemos despedirnos del guardia civil, de su gente y, por supuesto, de esas malditas y jodidas acciones. Ya sabes cómo las gastan Kolstov, Raduyev y los suyos.
-Jodido dilema, Jim. Por cierto, ¿los rusos siguen localizados?, preguntó Harris echando el humo por la ventanilla y luego directamente a la cara de Jim Schiele.
-Exactamente localizados detrás del guardia civil y su gente. Les pisan los talones desde hace un buen rato.
-¿Y cuántos son los del guardia civil?
-Él mismo y dos más.
-¿Dos más?, preguntó Asensio sorprendido. Si María y Carmelo están en la barca, sólo quedan Martorell y su ayudante. ¿Quién es el tercero?
-¿Quién es, Jim? Harris hizo la pregunta muy despacio, apartando el puro de los labios y volviendo a colocarlo en el lado izquierdo de la boca con premeditada parsimonia. Se quedó mirando a Jim Schiele como si no le conociera.
-Quién es y qué hacemos, Claude. Hay que tomar una decisión ahora.