EL VIEJO BRIGADA - PARTE 3

Harris - Parte 3

Claude Harris repasó a conciencia el cuerpo de Val. Estaba fregando el suelo. Le pareció que el palo de la fregona podía ser otro palo y notó que la sangre le bajaba a las ingles y se sintió ligeramente enardecido. 

-Dame otra cerveza, cariño. 

Cuando Valerie se la sirvió descubrió una avidez conocida, pasajera, en los ojos del viejo Claude.

 

-Te has de ir pronto, guapo. 

-Creo que me iré pronto, sí. Claude se rió de su propia gracia y bebió despacio.

 

Val volvió a lo suyo. Dejó la fregona y se puso a ordenar unos estantes bajos. No se arrodilló. Dobló la cintura, las piernas escasamente flexionadas, la minifalda apenas le cubría ahora las nalgas. Una oscuridad carnosa y rojiza excitó a Claude Harris. Dejó la lata sobre la barra y se llevó la mano a la bragueta. Val se había agachado todavía más y el terso bullarengue rosáceo apuntaba directamente al techo. Claude llevó la minifalda más allá de la rabadilla y mantuvo su manaza apoyada en la espalda de Val.

 

-Darling, no eres un chaval. No estás todavía y yo tengo trabajo.

 

Harris volvió a la barra. Las cosas son como son, pensó. Recuperó el puro del cenicero y trató de que sus recuerdos borrasen la lascivia. Los políticos, ésos sí que destrempan a cualquiera. Había empezado a desengañarse en Europa. Pero siguió en el Ejército, ¿qué otra cosa podía hacer un tipo como él? Le había ido bien en la guerra, había ascendido, cobraba un buen dinero y la alternativa no le seducía. Era hijo de inmigrantes, su padre era francés y su madre del Valle de Arán, el pequeño restaurante que regentaban en el Bronx representaba un oscuro encierro. Alistaos, conoceréis mundo, decían. Era cierto. Y, de alguna manera, había conocido más mundo del que le hubiese gustado. 

 

That until the basic human rights  are equally guaranteed to all, without regard to race there is a war, is a war war up North, war down South, 

war in the East, war in the West… 

 

Sí, le gustó que en 1946 le llamasen para acompañar al informador americano de la ONU, Mr. Pattee, de viaje no oficial por la España de Franco. Su misión era protegerle, con discreción: eran dos simples turistas yanquis en un país exótico y, en aquel momento, vilipendiado. Durante los años 1945 y 1946 se había suscitado en la prensa de extrema izquierda del mundo entero una ola de acusaciones contra España que, no pocas veces, había salido del cauce limitado de la opinión extremista para influir sobre las deliberaciones de las Naciones Unidas y provocar las intervenciones y protestas de gente de buena fe, engañada por la batahola estridente y ruidosa que se había logrado. No era difícil ver la mano de los soviéticos en todo este affaire y la descarada utilización de sus más fieles servidores dentro del Partido Comunista de España, en ese momento con sede en Toulousse. Agitadores como la Ibárruri o Mije los proveían de consignas y de los planes de campaña que se gestaban en el Kremlin.